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Comentaré dos libros aparecidos sobre este tema, que resultan esclarecedores para la actual situación española. El primero, ‘How Democracy Ends‘, de David A. Runciman. No tiene una visión apocalíptica de la situación, y critica a los que ven fascismos por todas partes, pero comparte la común idea de que la democracia representativa no lo está haciendo bien, y que el mayor peligro está en pensar que la democracia está garantizada, lo que puede provocar que se desintegre desde dentro. Los golpes de Estado, indica, ya no se dan a la vieja usanza, con un golpe militar. Es más verosímil que ocurran minando invisiblemente las democracias desde dentro. Por eso es cada vez más difícil detectar lo que está sucediendo.Los políticos que tienen éxito son los que manejan mejor las redes, como Trump, Corbyn o MacronCompara la situación de Grecia en 1967, cuando hubo un golpe militar visible, y en 2015, el año del referéndum sobre si se aceptaban las directrices de la UE. “Cada vez es más difícil decidir lo que es un golpe de Estado y lo que es la política normal”. Estudia la influencia de la revolución digital, que apareció como una tecnología políticamente liberadora y está teniendo algunas consecuencias perjudiciales para la democracia. Me ha recordado dos obras de Jaron Lanier, un afamado tecnólogo: ‘Contra el rebaño digital’ y ‘Diez razones para borrar tus redes sociales inmediatamente’. Runciman piensa que animan a una gratificación inmediata, mientras que la democracia presupone una capacidad para soportar la frustración y la paciencia. El populismo es la condición natural de la política democrática en la era de Twitter. Los políticos que tienen éxito son los que manejan mejor las redes, como Trump, Corbyn o Macron.
La erosión de las instituciones
Muchas personas piensan que siguen viviendo en una democracia, sin darse cuenta de que las instituciones se están erosionando. El historiador Niall Ferguson lo ha explicado en ‘La gran degeneración’. Lo que preocupa a Levitsky y Ziblatt es si EEUU está en esa situación. “Debemos aprender de otros países a detectar las señales de alerta y a identificar las falsas alarmas. Debemos ser conscientes de los fatídicos pasos que han hecho naufragar otras democracias. Y debemos apreciar cómo la ciudadanía se ha alzado para afrontar las grandes crisis democráticas del pasado y superado las propias divisiones profundamente arraigadas para evitar la quiebra de la democracia. La historia no se repite, pero rima. Ojalá descubramos las rimas antes de que sea demasiado tarde”.
Los autores intentan describir los procedimientos que van erosionando las instituciones desde dentro. Mencionaré dos. En primer lugar, lo que llaman “alianzas fatídicas”, mediante las que personalidades con prestigio aúpan al poder a figuras autoritarias. Rafael Caldera ayudó a Chávez, que estaba en la cárcel por haber intentado dos golpes militares. Se refieren en varias ocasiones al trabajo pionero de nuestro compatriota Juan José Linz, catedrático de Yale, que estudió el tema en su obra ‘La quiebra de las democracias’ (1978). Según Linz, la defunción de muchas democracias puede retrotraerse a la “afinidad mayor que un partido básicamente orientado al mantenimiento de un sistema muestra con los extremistas que están a su lado del espectro político, en vez de con los partidos moderados del sistema al otro lado del espectro”. Le parecía importante aislar a los extremistas en lugar de legitimarlos. “Cuando los extremistas se postulan como serios contrincantes electorales, los partidos moderados deben forjar un frente común para derrotarlos”, deben mostrar su “voluntad de unirse a grupos ideológicamente distantes pero comprometidos a salvar el orden político democrático”.
Cuando líderes populistas ganan las elecciones, suelen asaltar las instituciones democráticas
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El segundo peligro, dicen Levitsky y Ziblatt, es que “la ciudadanía suele tardar en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada, aunque ello suceda a ojos vistas. Una de las grandes ironías de por qué mueren las democracias es que la defensa de la democracia suele esgrimirse como pretexto para su subversión”. Los autores estudian el caso del presidente filipino Ferdinand Marcos y el del peruano Fujimori. “Los populistas tienden a negar la legitimidad de los partidos establecidos, a quienes atacan tildándolos de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos. Les dicen a los votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que está siendo secuestrada o manipulada por la élite. Y les prometen enterrar esa élite y reintegrar el poder al pueblo. Este discurso debe tomarse en serio. Cuando líderes populistas ganan las elecciones, suelen asaltar las instituciones democráticas”. La historia se repite. Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, escribió en ‘El Federalista’: “La historia nos enseña que casi todos los hombres que han derrocado las libertades de las repúblicas empezaron su carrera cortejando servilmente al pueblo; se iniciaron como demagogos y acabaron en tiranos”.
Fuente: elconfidencial.com