El mayor experimento humano en el espacio cumple 20 años

La Estación Espacial Internacional permanente es el objeto más pesado enviado al espacio

El astronauta alemán Alexander Gerst ve un partido de fútbol a bordo de la ISS en una foto tomada en junio de este año. ESA
 
Hace ahora justo veinte años que se puso en órbita la Estación Espacial Internacional (ISS). Al menos, un primer segmento de ella, el módulo ruso Zarya, que constituiría el núcleo al que luego se irían añadiendo más y más piezas, como en un enorme puzzle. Zarya cuyo diseño recordaba mucho a su antecesora, la estación Mir pesaba menos de veinte toneladas; la estación completa, en su configuración actual, pasa de cuatrocientas. De largo, es el objeto más pesado enviado jamás al espacio.La primera pieza de la estación fue lanzada mediante un cohete Protón convencional; la segunda, americana, que le siguió quince días después, aprovechó la capacidad de carga del transbordador espacial. En los 12 años largos que duró su construcción se utilizaron muy pocos cohetes más; la mayoría de las piezas fueron transportadas por uno u otro shuttle. En total hicieron falta 27 viajes.A lo largo de todo el proceso el aspecto del complejo cambió continuamente: primero fue un simple tren de cilindros metálicos acoplados uno a continuación de otro, a los que se le fueron añadiendo unas enormes “alas” (los paneles solares) sostenidas por largas estructuras reticuladas. A medida que progresaba el montaje y se agregaban nuevos componentes, esos paneles iban cambiando de lugar para mantener una simetría en el diseño de la estación.En febrero de 2003 se produjo el fatal accidente del transbordador Columbia. Aunque era un vuelo no relacionado con la construcción de la ISS, la tragedia tuvo efectos devastadores en el programa. Los estudios iniciales de la NASA preveían la posible pérdida de uno de los cuatro transbordadores de su flota. Pero eso ya había sucedido en 1988, cuando el Challenger explotó en el despegue. Ahora, el fallo durante el aterrizaje doblaba esas previsiones. Y cuando el Columbia apenas había realizado 27 de los 100 vuelos en los que se estimaba su vida útil.El resultado fue la decisión de retirar del servicio aquellos vehículos. Pese al alarde técnico que habían supuesto, lo cierto es que su rendimiento (se había hablado de un vuelo por semana) nunca llegó a cumplir expectativas. La Casa Blanca dio instrucciones a la NASA para mantenerlo en vuelo sólo hasta cumplir los compromisos adquiridos en la construcción de la estación orbital.En seis meses entre 2007 y 2008, la estación recibió tres componentes más: El Harmony, un nuevo hábitat americano seguido del Columbus —la contribución europea— y el módulo japonés. Sin olvidar varios brazos robóticos canadienses que habían jugado un papel clave en el ensamblado de las distintas piezas. Así, el complejo empezaba a hacer honor a su apelativo de “internacional”.Los últimos vuelos del programa subieron algunos elementos secundarios. El más espectacular, la “cúpula”, un módulo provisto de siete ventanas panorámicas instalado en el segmento de la estación orientado siempre hacia la Tierra. Ahí es donde los astronautas acostumbran a pasar sus ratos libres, disfrutando el paisaje en un observatorio inigualable.El último vuelo del transbordador llevó un instrumento científico de más de cuatro toneladas de peso: un espectrómetro capaz de medir la presencia de partículas de antimateria en la radiación cósmica. Estuvo a punto de quedarse en tierra. Hicieron falta varias sesiones del Senado y la Cámara de Representantes a lo largo de más de tres años de discusiones hasta que el presidente Bush Jr. aprobó el lanzamiento de un último transbordador.La ISS ha estado ocupada sin interrupción desde que llegó a ella el primer equipo de tripulantes. En la actualidad, el equipo a bordo (Expedición 57) lo componen tres personas: el comandante, alemán, un ruso y una americana. Esta, Serena Auñón-Chancellor es la primera astronauta cuyo apellido ostenta una “ñ”. La biografía oficial de la NASA aclara que debe pronunciarse “ON-un”.Como es sabido, el único medio disponible para llevar y traer astronautas desde la ISS siguen siendo las cápsulas Soyuz, capaces para un máximo de tres ocupantes. La NASA y otras agencias pagan religiosamente los gastos de enviar a cada uno de sus astronautas. También han volado unos pocos turistas adinerados, pero estos pagan el viaje de su propio bolsillo.En el futuro, la NASA espera disponer de medios propios para garantizar el acceso a la estación; y empresas privadas como SpaceX tienen en desarrollo muy avanzado sus cápsulas para el mismo fin. De cuando en cuando, Rusia abastece la ISS enviando hasta ella sus cargueros Progress, un diseño muy similar de los Soyuz aunque sin cápsula de retorno. De hecho, los Progress suelen utilizarse como cubos de basura: una vez cumplida su misión, se cargan con todos los desperdicios y materiales inútiles y se envían a su destrucción durante la reentrada. Igualmente organizaciones como la JAXA japonesa o la ESA han diseñado naves de reabastecimiento de un solo uso. Y también algunas empresas privadas están en ese negocio. El espacio alrededor de la estación orbital se está haciendo cada día más concurrido.¿Han valido la pena los 150.000 millones de dólares que es estima ha costado la ISS? Ahí discrepan las apreciaciones. Hay quien la considera un fantástico laboratorio científico-tecnológico (y sin duda lo es), algunos de cuyos beneficios se han visto ya y serán más evidentes en el futuro. Otros, en cambio, la ven como un “elefante blanco” que durante veintipico años ha absorbido insaciablemente unos presupuestos que podrían haberse dedicado a mejores usos, dentro mismo de la exploración espacial.En todo caso, la ISS con sus ocupantes sigue dando vueltas sobre nuestras cabezas. Cada hora y media, aproximadamente. Y así seguirá por lo menos hasta el año 2023, fecha límite —por ahora en la que hay aprobada financiación para mantenerse en uso. Lo que ocurrirá después, el tiempo lo dirá.

Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa).



Fuente: elpais.com