Manfredo Kempff Suárez
Apropósito del segundo tomo de las memorias de Jorge Edwards, Esclavos de laconsigna, me he acordado de él y me he tomado la libertad de nombrarlo como miamigo, aunque lo cierto es que solamente lo vi en tres oportunidades en toda mivida, claro que importantes para mí.
Loconocí en Santiago de Chile, en 1998, cuando Alfaguara publicó una edición deLuna de Locos para Chile y Perú y yo viajé a presentar la novela. MarianoBaptista, que sí es mi amigo de verdad y que era el cónsul general de Boliviapor entonces, ofreció una cena en su residencia y ahí conocí a Edwards,simpático, espontáneo, inteligente, que me sorprendió anunciándome que iba apresentar mi novela porque le había gustado.
Noscontó a todos, durante la cena, que Neruda le había dicho, hacía muchos años,que él escribiera una novela de matones, juegos de azar, borracheras, prostitutas,amores y odios, pero que no lo había hecho porque no encajaba en su escritura.Sin embargo, me dijo que en Luna de Locos encontraba la recomendación deNeruda, una especie de “western”, con sujetos desequilibrados y violentos y mujereshermosas y bravas. Y fue así que hizo una presentación amable y divertida quegustó mucho.
Alaño siguiente, en 1999, Jorge Edwards recibió nada menos que el premioCervantes, por su magnífica y amplia obra literaria, donde sobresale Adióspoeta, sobre la vida de Neruda y su amistad con él, y su afamada Persona nongrata, en la que, como diplomático en La Habana, critica al régimen de Castro,allá por los 70, cuando Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, y prácticamentetodo el “boom” estaba cautivado por “la revolución con pachanga” y considerarona Edwards como un verdadero hereje digno de la hoguera.
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Coneste personaje tan interesante y cordial me volví a encontrar en Madrid, el año2002, en un evento cultural donde, en un bello palacete camino de El Pardo, nosreunimos escritores y diplomáticos, con presencia de los reyes de España. Puesel reencuentro no pudo ser mejor porque Jorge me presentó a un gran amigo suyoque resultó ser nada menos que Mario Vargas Llosa. Al autor de La Fiesta delChivo lo volví a ver en Santa Cruz, cuando nos visitó hace algún tiempo parailustrarnos exponiéndonos susreflexiones políticas y literarias.
Enuno de los artículos que Vargas Llosa publica habitualmente, se refiere a JorgeEdwards y a su libro Esclavos de la consigna – imposible de encontrar en SantaCruz – donde recuerda que aquel tercer secretario de la embajada de Chile enParís, tímido hasta que se tomaba un par de whiskys y se transformaba, tuvotoda la vida como su prioridad la literatura, por encima de su carreradiplomática, y que se levantaba al alba para escribir, siempre a mano y continta azul. Por cierto que Vargas Llosa rescata de estas memorias la “tempestadde críticas de una ferocidad sin precedentes” que le acarreó a Edwards escribirPersona non grata, al extremo, un tanto cómico, que Cortázar dijera de él queera su amigo pero que prefería no volver a verlo. Si Cortázar, que era el gurúentre los escritores sudamericanos en el París de esos años, se expresaba así,es de imaginar que el resto no estaría muy distante.
Laúltima vez que estuve con Jorge Edwards fue en La Paz, hace como una década, enla residencia del cónsul general de Chile, donde un grupo de sus amigos nosreunimos en un gratísimo almuerzo. Jorge ya era una figura enorme en laliteratura castellana y nos sedujo con sus anécdotas sobre Neruda, Cuba, Allende,el “boom”, y París de su juventud, que, según contó, fueron tiempos complicadospero entrañablemente recordados. Todo eso estará, sin duda, en Esclavos de laconsigna, así que es cosa de esperar que el libro llegue a alguna de nuestraspoquísimas librerías o de encargarlo a algún buen amigo viajero, dinero pordelante naturalmente.