Morales Ayma o la traición soberana


Enrique Fernández García

Declarar, cual pasaentre nosotros, que el pueblo es inapto para practicar su propia soberanía, yrecurrir, no obstante, al simulacro de su ejercicio, es hipocresía indigna dehombres de bien.

BautistaSaavedra



Según Raymond Aron,los méritos de la democracia se notan sólo cuando recordamos que, tal como pasacon nosotros, no es un régimen perfecto. Porque, aunque haya personas que sepresenten como una encarnación de lo sublime, debemos reconocer nuestraslimitaciones. Poco importa que, al irrumpir el humanismo, nos encontráramos conpensadores para quienes las falencias de la especie eran males transitorios. Lopositivo es que, gracias a reflexiones propias, pero también confrontaciones,hemos advertido muchos problemas, esforzándonos por establecer condicionescapaces de favorecernos. Así, el régimen democrático ha resultado sercompatible con este vacilante, paulatino e inseguro caminar del hombre que viveen sociedad.

Noexiste idea seria del progreso que pueda prescindir de la democracia. Suvigencia nos ha servido para garantizar la sustitución pacífica del gobernantey, con esto, que no es irrelevante, el mantenimiento de un orden más o menos sensato.Pienso en un sistema que tenga como base fundamental la voluntad del mayornúmero de ciudadanos, quienes apreciarían su libertad y, por tanto, condenaríanel servilismo. Ellos son los que han dado el mejor sustento a la “soberaníapopular”, un concepto tan importante cuanto, por desgracia, utilizado con finesdemagógicos. No pasa por sostener que manda la mayoría; lo central es entendercualquier función gubernamental como una derivación del mandato dado parabeneficiarnos. No se busca la satisfacción del capricho monárquico ni losantojos de una cúpula.

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Porsupuesto, los discursos de un burócrata pueden ser inconciliables con larealidad que muestran sus propias acciones. En el caso de Juan Evo MoralesAyma, la distancia entre palabras y hechos es descomunal. No me refiero a su posede abanderado del medio ambiente, que contradice autorizaciones dictadas paraconstruir carreteras en medio de reservas forestales. Tampoco pienso en susreiteradas invocaciones a los derechos humanos, pese a que, entre muertos porrepresiones violentas y exiliados, ya supera a considerables dictaduras delpasado.

Nisiquiera intento la exposición de cómo los ataques a Estados Unidos por fomentarel narcotráfico no concuerdan con el tratamiento privilegiado que concede acocaleros en Bolivia. Prefiero relegar todas estas incoherencias. En estaoportunidad, me decanto por cuestionar su apego a la democracia. Es que, aunqueSamuel Arriarán lo presente como “filósofo del poder obedencial”, pues, segúnél, gobernaría obedeciendo al pueblo, pocas cosas superan esta patraña.

Lademocracia es para hombres que se reconozcan como falibles y, además, mortales,no gobernantes eternos. Para quien, como Morales Ayma, se cree con naturalezasobrehumana, volviendo el culto a personalidad una cuestión de Estado, darle aconocer nuestra disconformidad no tiene sentido. Si alguien le recuerda quedebe cumplir las reglas establecidas para la sucesión del mando, someterse alimperio de la Ley, entre otras bondades del mundo civilizado, se topará con sunegativa suprema. Él nos obedecerá entretanto lo reconozcamos como el únicosujeto capaz de regirnos. Puede simular ser nuestro mandatario, extenuar sugarganta con discursos que aluden al deber de acatar toda decisión delsoberano; empero, tarde o temprano, su impostura será revelada. Lo terrible,con certeza, es que, por ignorancia, candidez, fanatismo u otra funestacualidad, haya todavía personas a quienes sus gestiones les parezcanmeritorias. El reto es no sumarnos a esa manada.

*Escritor, filósofo y abogado