Por Adam Nossiter
BAYONA, Francia — El gobierno en París lo desaprueba, pero a este alcalde no le importa. Dice que seguirá dando refugio a los africanos que cruzan la frontera de España hacia Francia.
Para Jean-René Etchegaray, alcalde de Bayona, una ciudad tranquila en el País Vasco francés, es una cuestión de urgencia y obligación humanitaria.
Dado que Italia prácticamente cerró sus fronteras a los inmigrantes y Francia, a su vez, ha intentado obstruir el paso a los migrantes provenientes de territorio italiano, España se ha convertido en el principal punto de entrada a Europa para quienes emigran de África (más de 57.000 personas el año pasado).
Muchas de ellas ahora cruzan hacia Francia a través de Bayona.
Pero la postura que Etchegaray considera razonable es la que lo ha enfrentado con el gobierno del presidente Emmanuel Macron, aún cuando el alcalde y sus acciones se han vuelto un caso de estudio para analizar la respuesta a veces contradictoria de Europa a la crisis migratoria.
No es que el alcalde quiera que los jóvenes migrantes –en su mayoría provenientes de países francoparlantes de África occidental como Guinea, Mali y Costa de Marfil– se queden para siempre. Tampoco quiere que estén acampando en las calles.
Sin embargo, mientras estén en su ciudad, quiere que los inmigrantes vivan en «condiciones dignas», dijo. «Creo que es lo menos que puedo hacer».
Así que Etchegaray sacó a los jóvenes de las calles. Requisó un viejo cuartel militar que estaba cerca de la estación de tren, metió catres, mandó traer alimentos preparados y se encargó de que hubiera calefacción.
Los jóvenes lo saludan con aprecio cuando llega a visitar, varias veces al día.
«Un buen hombre» es como lo llamó uno de sus huéspedes temporales, Abdul Sylla, guineano de 29 años que indicó que espera poder estudiar. «Es cercano a la gente».
La Francia oficial sigue en desacuerdo con el alcalde de la ciudad.
Es «absolutamente imposible» que el Estado «ayude en lo más mínimo» al albergue establecido por Etchegaray, declaró en enero un irritado Gilbert Payet, quien hasta hace poco era el representante regional del Ministerio del Interior.
Lo dicho por Payet no desconcertó al alcalde.
«Vi que las fronteras se cerraban y, en lo que a mí concierne, hay ciertos derechos fundamentales que no pueden ser pisoteados», explicó Etchegaray, de 66 años. Mencionó el legado de Bayona como refugio de los judíos que huían de la Santa Inquisición y como el lugar de nacimiento del jurista judío René Cassin, quien ayudó a redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La actitud del Estado francés hacia el alcalde ejemplifica las ambigüedades de Macron cuando se trata de la inmigración. Por un lado, ha enaltecido las tradiciones humanitarias de Francia y ha pedido a la policía que ofrezca a los inmigrantes un trato justo. Por el otro, su gobierno no ha permitido el ingreso de barcos migrantes, ha sometido a juicio a defensores de los derechos de los inmigrantes y ha alardeado sobre la cantidad de inmigrantes que han sido expulsados o rechazados en sus fronteras.
Los italianos han acusado a los franceses de ser hipócritas al respecto. Etchegaray usó la misma palabra.
«El prefecto le dijo: ‘¡No, no, no, no, no, no!'», recordó Maïté Etcheverry, una joven voluntaria que administra el albergue en Bayona, sobre la reacción del gobernante administrativo a la propuesta de Etchegaray de abrir el albergue.
Pero el alcalde no se detuvo: repartió cobijas, preguntó a los inmigrantes cómo estaban y financió el centro con fondos del presupuesto de los varios poblados que administra.
«Dijeron: ‘Solo vas a lograr que más inmigrantes quieran venir'», contó Etchegaray, riéndose, durante una entrevista en su oficina. «Y criticaron: ‘Vas a provocar otro Calais'», contó, en referencia a los campamento miserables en el norte de Francia —que ya fueron demolidos— donde miles de inmigrantes esperaban, en medio del frío, el lodo y la penuria, para intentar llegar a Inglaterra.
Hasta ahora, el gran flujo que preveían algunos no ha sucedido .
«No siento que estoy haciendo algo contrario a la ley», afirmó Etchegaray con tranquilidad. «Mira, no soy un loco radical», añadió y mencionó que la mayoría de los inmigrantes solo se quedan unos días y luego siguen su camino.
El alcalde hasta movió al frente del albergue una parada de autobús que ofrece servicios de transporte a bajo costo para facilitar que los inmigrantes la usaran para irse. Y le declaró la guerra a la compañía de autobuses porque los conductores estaban exigiendo que los africanos mostraran documentos oficiales de identificación, lo cual es ilegal.
«Somos los únicos ocupantes ilegales en Francia financiados por el ayuntamiento», dijo Maïté Etcheverry, la voluntaria encargada del albergue, con una sonrisa.
«Ese alcalde ya se peleó con el prefecto y también de manera muy pública con el ministro del Interior», sostuvo Etcheverry, quien también es estudiante de Derecho. «Es algo extraordinario». Ella, que se describe como una «izquierdista radical que apoya la independencia vasca» a menudo se había encontrado en contra de las posturas políticas del alcalde de centro derecha. Pero no esta vez.
Los inmigrantes entran y salen del centro todo el día; la mayoría llega en autos poco llamativos conducidos por traficantes. La policía local afirma que el sórdido distrito cercano a la estación de tren en la ciudad fronteriza de Irún, en el lado español, se ha vuelto un centro de tráfico de personas.
Hace poco, un grupo de seis hombres jóvenes africanos que cargaban mochilas caminaban formados y apresurados. Cruzaron una plaza en Irún y descendieron por unas escaleras.
Se apretujaron en un carro que los esperaba y se marcharon rápidamente. Desde lo alto en la plaza los vieron unos vigilantes que hablaban furtivamente por teléfono. Todo eso sucedió justo debajo de las narices de un grupo de policías españoles que ni siquiera se movieron.
Funcionarios franceses y españoles esperaban en ambos lados de un puente que separa a España y Francia en esta área. La frontera está abierta, excepto si eres inmigrante, en cuyo caso te detienen, te revisan y te mandan de regreso.
Sin embargo, si los inmigrantes llegan al albergue de Bayona, cuentan con un refugio temporal.
La policía local no entra al sitio, donde hay un pasillo largo y estrecho con muchos voluntarios y donaciones de alimentos y ropa. Los jóvenes que se quedan ahí pasan el tiempo con juegos de mesa o yacen en sus catres en silencio, agradecidos de que, al parecer, lo peor ha quedado atrás.
«No quiero volver a ver el mar nunca», dijo Ibrahima Doumbia, un joven de Guinea que cruzó en bote el Mediterráneo. «Pasé el susto de mi vida».
Etchegaray actuó en el otoño, con la llegada del frío. Sabía que la creciente población de inmigrantes en Bayona no podía quedarse en una de las plazas principales de la ciudad, donde la gente había estado acampando.
«Hacía frío y llovía», dijo Etchegaray. «Ya no podíamos dejarlos ahí. Tenían frío, estaban enfermos y hambrientos». Entonces el alcalde trazó los planes para su iniciativa.
Etcheverry, la voluntaria, comentó que el alcalde llegó a la plaza a revisar la situación y dijo: «Regreso en media hora». Cuando retornó, llevó a los voluntarios e inmigrantes a un estacionamiento subterráneo de la policía municipal, una solución temporal mientras lograban encontrar algo mejor.
«Los acompañó y les enseñó dónde estaban los sanitarios» continuó Etcheverry. «Vio que eran callados y que solo éramos jóvenes ayudando a otros jóvenes. Pero nunca pensamos que acabaría así, en un centro financiado por el ayuntamiento».
Etchegaray dijo que dar este tipo de ayuda es el deber de todo alcalde.
«El Estado no quiere saber nada», agregó. «Pero yo creo que es necesario atenderlo. Y esto era una emergencia».
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Fuente: infobae.com