La exitosa y desgraciada vida de Roberto Carlos, ‘O Rei’ de la música brasileña


El cantante más famoso de Brasil ha tenido una vida marcada por el éxito y los acontecimientos dramáticos.

Desde los tiempos de la colonia, Brasil solo ha tenido dos reyes: Pelé y Roberto Carlos. El cantante, popularmente conocido como “O Rei”, ha marcado desde hace décadas la vida de los brasileños, que han vivido sus primeros noviazgos al ritmo de las canciones iê-iê-iê de Roberto y la Jovem Guarda, han criado a sus hijos con las canciones de la etapa soul del cantante y han vivido la madurez en pareja al ritmo de El gato que está triste y azulLady Laura o El progreso que, con ese verso de “yo querría ser civilizado como los animales”, pega muy bien con un proceso de divorcio.



El éxito de Roberto Carlos ha sido de tal envergadura, que el artista no ha necesitado de muchos de los trucos de marketing de otras estrellas. Tanto es así que, desde finales de los años sesenta, sus álbumes ni siquiera llevaban título. Se diferenciaban, sencillamente, por la fecha en que habían sido publicados “Roberto Carlos 1969”, “Roberto Carlos 1970”, “Roberto Carlos 1971” y así sucesivamente.

Todo ese tiempo que Roberto Carlos no dedicaba a pensar títulos de LP lo empleaba en preocuparse de sus fans. Cuando la industria musical aún estaba boyante, publicaba dos discos al año, uno para el mercado brasileño y otro para el hispanohablante, en los que incluía composiciones que, además de rebeldía juvenil y amor, abordaban temas sociales que preocupaban a la población. Su canción Os camioneros, por ejemplo, dedicada a los profesionales de esa sacrificada profesión, se oyó más de tres mil veces en la radio brasileña en un solo día.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Arrollado por una locomotora

Nacido en Cachorro do Itapemirim, en el estado de Espirito Santo, el pequeño Roberto saboreó su primer sinsabor a la tierna edad de seis años. Cuando regresaba de las fiestas patronales de la localidad, una locomotora atropelló al pequeño, provocándole la amputación de parte de una pierna. Esta desgracia condicionaría en adelante, no solo su vida personal, sino también su carrera como artista, obligándolo a mantener en el escenario una actitud estática debido a la prótesis ortopédica que lleva y que no le permite realizar esos desplazamientos o bailes que caracterizan a otros colegas de profesión.Salvo ese grave incidente, el resto de la infancia y la adolescencia de Roberto transcurrió sin excesivos contratiempos. Estudió música en el conservatorio y, a mediados de los años cincuenta, se trasladó con su familia a Lino de Vasconcelos, un barrio de Rio de Janeiro. En esa ciudad comenzó a trabajar como auxiliar administrativo en el Ministerio de Hacienda, actividad que compaginaba cantando en grupos de música moderna, en uno de los cuales conoció a Erasmo Carlos, compositor que lo acompañaría en los mejores años de su carrera.

De esta forma, en 1958 Roberto Carlos entraba en los estudios de la grabadora Polydor para registrar un disco de 78 revoluciones en una de cuyas caras estaba João e Maria y, en la otra, Fora do tom, esta última, una referencia clara al Desafinado de João Gilberto, que había convertido al músico bahiano en un fenómeno mundial.Lamentablemente, no ocurrió lo mismo con Roberto Carlos. El disco fue un fracaso y Polydor decidió despedir al cantante, que tuvo que reincorporarse a su puesto en el Ministerio de Hacienda antes de que la CBS aceptase que grabase un disco para ellos. En esta ocasión Imperial entendió que Roberto Carlos no estaba llamado por la senda de la bossa nova, pero continuaba siendo reacio a que desarrollase su faceta más moderna y le obligó a grabar dos baladas románticas que, curiosamente, eran composiciones del propio Imperial.
Como era de esperar, este segundo trabajo corrió la misma mala suerte que el primero, con la salvedad de que los responsables de CBS no despidieron al joven intérprete. Roberto Carlos pasó a formar parte del elenco de artistas de la compañía, que le hizo participar en programas de televisión y radiofónicos en los que, por fin, el cantante interpretaba repertorio de rock and roll. En pocos meses se convirtió en un Ídolo de jovencitas, al tiempo que se ganaba la animadversión de la intelectualidad.

Producto imperialista

En una época en la que muchos músicos estaban reivindicando el samba como género autóctono y redescubrían a músicos populares como Cartola, Noel Rosa, Zé Keti o João do Vale, la juventud brasileña más comprometida consideraba que Roberto y la Jovem Guardia no eran más que productos de ínfima calidad musical derivados del imperialismo cultural estadounidense.Esa ojeriza que le tenía la intelectualidad de izquierdas, lejos de desaparecer se acrecentó cuando el músico mantuvo una actitud tibia ante el golpe militar de 1964 y las continuas vulneraciones de derechos protagonizados por la Junta Militar. Hubo que esperar a que algunos de esos jóvenes, entre los que estaban Caetano Veloso, que había tenido que exiliarse del país por cuestiones políticas, grabasen canciones de Roberto Carlos para que el autor fuera considerado digno de aprecio por parte de muchos de sus compatriotas.

Superado ese bache, el éxito de ventas, la adoración de los fans y la aceptación de la intelectualidad musical del país, hicieron que la carrera de Roberto Carlos fuera viento en popa. No obstante, ese momento dulce, se tornó amargo cuando a su primera esposa, Cleonice Rossi, le diagnosticaron un cáncer que, después de diferentes tratamientos, acabó con su vida en 1990.

La misma suerte corrió nueve años después su segunda mujer, María Rita Simões Braga, con la que llevaba cuatro años casado. Por si no fuera suficiente tragedia, una tercera pareja, Maria Lucila Torres, con la que el cantante mantuvo un romance del que había nacido un hijo, también falleció de cáncer. Unos días antes de ese trágico desenlace, Roberto Carlos reconoció como propio a ese niño, llamado Rafael Braga y que, aprovechando el vínculo con el artista, intentó hacer carrera en el mundo de la canción sin éxito alguno.

Rafael Braga hacía el número cinco de los hijos del cantante. Los otros cuatro los había tenido con Cleonice Rossi y tampoco estuvieron a salvo de la mala suerte. A la muerte prematura de la madre, se sumó que a uno de ellos, Segundinho, se le diagnosticó una grave enfermedad ocular que le hizo perder la visión y estar sometido a revisiones médicas constantes.

Una fortaleza que también le ha ayudado a superar un Trastorno Obsesivo Compulsivo que, antes de ser detectado, era interpretado como las típicas excentricidades de artista. Por ejemplo, durante años se pensó que Roberto Carlos salía al escenario ataviado de blanco o de azul porque eran los colores que más le agradaban. Tampoco era extraño que evitase el número trece, mucha gente lo hace. El problema fue cuando esas decisiones se tornaron comportamientos ineludibles y se convirtieron en trabas para desarrollar una vida normal, como el hecho de tener que entrar y salir siempre por la misma puerta, no grabar ni hacer conciertos en agosto por ser un mes aciago, no firmar contratos en luna menguante o que en el camerino todos los muebles fueran blancos y procedieran de Brasil.

Estas manías alcanzaron su punto máximo cuando Roberto Carlos obligó que las personas de su entorno y los periodistas que lo entrevistaban vistieran también de azul y blanco o cuando empezó a encontrar ciertas palabras desagradables hasta el punto de no poder pronunciarlas y, en consecuencia, cantarlas. “El TOC es un trastorno complicado. Sabemos que no tiene sentido pero lo hacemos. Hay palabras que no me gusta decir y que las había cantado en alguna canción, por eso ahora unas las cambié y otras no las canto”, declaró el cantante a una cadena de televisión estadounidense.

A pesar de las dificultades que conlleva este trastorno, Roberto Carlos ha conseguido controlarlo con ayuda de una psicóloga, e incluso le ha encontrado ciertas ventajas: “el TOC me lleva a ser un hombre paciente, exigente y muy detallista con las cosas que hago. Corrijo y repito las veces que sean necesarias hasta quedar satisfecho, por eso creo que ese problema a veces ayuda”.

 

Fuente: revistavanityfair.es