El degradante culto a la personalidad

¿Cuántas veces hemos escuchado a un inocente joven (o no tan joven) caer en lo trampa más común de la política que es la adoración o idealización del líder circunstancial de su partido?»Mein Führer», «generalísimo», «mi comandante», son algunos de los sobrenombres que hemos escuchado a lo largo de la historia para describir a aquel ser supremo que se cree con la cualidad única de cambiar el mundo y el destino innegable de dirigir una nación.Hoy en día, y en nuestro país, no faltan los incautos, los románticos militantes que creen que «su líder» (no tienen reparo en llamarlo así) es el «eje de la unidad», la «única solución», la respuesta a nuestra crisis.El caudillismo, el nacionalismo, la militancia ciega y toda suerte de enceguecimiento moral o de coherencia que pueda traer la afiliación de entrega completa a un partido, han sido la DESTRUCCIÓN de países, continentes y razas enteras.Promovamos ideas, no personas, practiquemos la interpelación, la duda, el recelo, ningún político vale la negación a la coherencia, raciocinio, o el silencio cómplice y vergonzoso ante errores claros.En Bolivia, caudillos, nunca más.npetv.Fuente: Alejandra Serrate