Humanismo criminal


José Luis Bolívar Aparicio

“Nosotros llamamos a la señora. Ella sale a una estación de gasolina, la señora nos sale ahí, y ahí la matamos. Y como un acto de humanidad le disparamos al bebé para que no quedara huérfano. Fue una cosa fuerte”

Cuando escuché esa declaración quedé en shock de no poder siquiera entender el significado que quien declaraba semejante atrocidad, le daba a la palabra humanidad.



Se trataba de Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, quien fuera en su momento jefe de los sicarios de Pablo Escóbar y hombre de su más alta confianza, que luego de haber pagado 23 años y 3 meses de prisión, hoy en libertad, se autoproclama, “la memoria viva del Cartel de Medellín” y redes sociales mediante, va dando de una forma escalofriante y asquerosamente cruda, detalles de cómo su banda criminal, dispuso durante unos 10 años, de la vida de cientos de miles de colombianos, que por una u otra razón, fueron víctimas del fuego cruzado en la narco guerra colombiana.

Como si se tratase de actos heroicos, el sicario se atribuye haber sido el autor intelectual o material de más de 250 crímenes, entre los que destacan el magnicidio del candidato presidencial Luis Carlos Galán, o el vuelo 203 de Avianca que acabó con la vida de 107 personas, pero este caso en particular, llamó mucho la atención por la manera en la que relata el episodio y el concepto personal que tiene sobre su actuar.

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Durante su asonada delictiva, “el patrón del mal” corrompió a cuanta institución y funcionario se le puso al frente, muchos de ellos, miembros de la Policía o el Ejército Colombiano, quienes ante la oferta de “plata o plomo”, no la pensaba mucho y no solo se quedaban con la primera  oferta, sino que se ponían a entera disposición del capo paisa.

Ese fue el caso de cierto oficial cuya relación con el Cartel, le permitió tener el conocimiento de la ubicación de varias caletas (escondites donde Pablo Escóbar y los suyos, guardaban dinero y armas) diseminadas por la ciudad. Esta información la compartió con su esposa, quien varios años después cuando el cerco sobre el capo mafioso se estaba cerrando, fue incriminada por la policía y a cambio de su libertad, le estaba dando a las autoridades, datos precisos sobre la localización de dichos escondites.

Cuando Escóbar se enteró que sus botines caían uno a uno por causa de esta señora, ordenó a sus secuaces asesinarla y al mando del “Popeye” obedecieron sin chistar. Sin embargo, la forma en que este criminal relata su proeza en el documental “Cuenta regresiva para la muerte”, es definitivamente tétrica y calificar el matar a un bebe de pecho como un acto de “humanidad” para que no quedara huérfano, es la más alta muestra de cómo muchas personas, pierden el sentido mental del significado de humanidad, humanismo o cualquier otro valor que nos distinga del resto de las bestias con las que compartimos el planeta.

Durante los últimos meses la población boliviana ha estado presenciando en las noticias un vendaval de versiones de distintos tipos de visiones sobre como los humanos ejercemos nuestro humanismo relacionándonos entre nosotros y el planeta en que habitamos.

Sin lugar a dudas que el gran responsable de como unos y otros ven lo que está aconteciendo en diferentes zonas del país y el continente, es el periodo electoral próximo, que entre otras cosas, va a determinar justamente su cambiamos nuestra manera de entender la vida, o la conservamos en este rumbo de desnaturalización de cualquier valor humano que nos detenga a la hora de cambiar planeta por plata.

El clamor popular (que tiene también una clara carga política) para que el gobierno pueda decretar el desastre nacional, con la finalidad que la ayuda internacional, llegue en mayor cantidad, de mejor forma, en el momento oportuno y a las personas adecuadas, ha encontrado en el gobierno oídos sordos y una cara de piedra tan deshumanizada, como la que luce el “Popeye” cuando vanagloria su tenebroso crimen.

Han sido tantas las versiones de los portavoces oficialistas, que es muy fácil darse cuenta que ni siquiera intentaron coordinar una respuesta mínimamente coherente y creíble.

“No hemos rebasado la capacidad del Estado, ahora somos un país fuerte”, “La ayuda internacional es poca, llega a cuenta gotas, es temporal y apenas es de dos millones”, “La dimensión de los damnificados todavía es pequeña” o esta que no termino de entender «El desastre sucede cuando un país ha perdido toda su institucionalidad, eso sucede cuando un país ya no tiene la capacidad de administrar la emergencia o el conflicto. Significa entregarle, poco más, la administración del país a un organismo extranjero».

Y es que cuando ese tipo de respuestas salen de la boca de las autoridades, siento que sus corazones están hechos del mismo plastoformo con el que está hecho el corazón del “Popeye”.

No es posible que no vean que cada día que pasa, los pulmones del planeta entero se están convirtiendo en cenizas, y entre ellas se calcinan la vida de millones y millones de animales que no tienen forma de huir de las llamas o alimentarse o beber agua si es que sobreviven a la tragedia que los despojó de sus hogares.

Lógicamente, sé que semejantes tropelías obedecen a un mórbido cálculo político, pues no es que el simple hecho de creer que somos más ricos que Suiza nos haga de por sí tan arrogantes. Cuando les conviene,  son extremadamente pachamamistas en su discurso como cuando tenían que hacerlo de trapo al Alcalde paceño por sus problemas con la basura, por eso creo que la negativa gubernamental y esa intencionalidad política de la insensible tozudez, obedece a tres claros motivos.

El primero se basa en la estrategia primaria de la campaña electoral en contra de Carlos Mesa, cuyo discurso quiso incrustar en la mente del electorado, la imagen de un candidato mendigo, con la ropa harapienta y la mano estirada clamando por la “limosna internacional”, conferida a aquellos tiempos en los que la plata no le alcanzaba ni para pagar sueldos. Hoy en día Evo Morales y su potentado estado que tiene plata como para contratar el avión “más grande del mundo”, el helicóptero “más grande del mundo”, el segundo avión “más grande del mundo” y así sucesivamente como si fuera un chiste carioca y que más suena a un claro complejo de inferioridad que a parloteo comparativo, no puede darse el lujo de bajar de su pedestal y descender ignominiosamente al nivel del candidato pordiosero.

Siento que el temor que tienen a ser como realmente son (y somos todos como Estado pues no por mucho que nos repitan hasta el cansancio que somos ricos, nos lo vamos a creer), los deshumaniza por completo y prefieren que todo arda hasta que ya no quede nada más para arder, que dar su brazo a torcer.

La segunda razón, que creo es la más grave de todas, es que el desde el Chapare hacia el oriente, de un tiempo a esta parte, Bolivia se ha convertido en una inmensa fábrica de droga, con pozas de maceración custodiadas por pequeñas comunidades que seguramente viven de la seguridad que les brindan y aceptar la intervención internacional, pondría en riesgo el hecho de que bomberos y otros efectivos en su afán de apagar el fuego puedan descubrir nuestra más íntima tragedia y razón real por la que algunos bolivianos creen que la existencia del circulante, se sigue debiendo a nuestras audaces y maravillosas maneras de hacer economía.

La tercera y no menos importante, es que si el gobierno acude decididamente a pedir a sus pares del mundo,  la intervención de personal capacitado y con la necesaria experiencia para saber cómo y qué hacer en incendios como los que nos castigan, tenga que explicar o estos se den cuenta por sí mismos, que aquel discurso de protector de la Madre Tierra con el que paseó su humilde figura por los palacios de Europa y en la sede de las Naciones Unidas, es más falsa que la última encuesta electoral.

Nuevamente en los próximos días,  viajará a Nueva York  y dirá (por enésima vez) su gran descubrimiento mental,  de que el planeta puede vivir sin nosotros pero nosotros no podemos vivir sin el planeta (filosofía pura) y proclamará su planeta o muerte. Seguramente, como ha venido sucediendo en los últimos años, ante un auditorio desierto, pues afuera de nuestras fronteras, ya nadie le cree nada, pero porfiados como son, los masistas, juran que el pachamamismo, es aún una bandera política internacional, que hay que hacer flamear cada que se pueda y no se la debe rifar por unos cuantos arbolitos. Total, ¿acaso somos los guardabosques del planeta?

Probablemente esté equivocado, y estas razones sean solo obra de mi malosa mente que urde triquiñuelas opositoras para hacer quedar mal a un gobierno que al mando de su incansable presidente, va al lugar de los hechos, chisguete en mano a dar fin con las llamitas, pero lo que es cierto de verdad, es que cada que salen a la palestra a justificar el ecocidio, su discurso es tan asqueroso e inhumano, como el relato criminal del Popeye.