Gajes de “el oficio”
Cuando entendamos que la prensa juega su propio juego, no el juego de sus entrevistados ni el juego del país sino el ajedrez de su supervivencia como oficio, la preservación de su audiencia , su poder gremial, su capacidad de influenciar y la inoculacion de esa curiosidad compulsiva para que sigamos leyendo, escuchando o mirando comprenderemos porque hacen lo que hacen.
Sepamos que sus fuentes no son sus amigos. Que todo lo que saben solo espera el momento oportuno a ser difundido, que toda fuente puede ser convertida en noticia si comete el mínimo desliz o que toda victima puede convertirse en culpable con un cambio de enfoque.
Dirán que relatan hechos pero los hechos los miran con el filtro de la ideología y para ideologías distintas el mismo hecho puede ser crimen o justicia. Dirán que están con la verdad pero la verdad era una antes de Galileo y otra después de él. Solo hace falta un dato adicional o un descubrimiento científico para que las verdades se conviertan en mentiras. Y los hechos? Solo hace falta cambiar el lente de un catalejo para que donde se veía el vuelo de un sucha ahora se vea un pterodáctilo.
Desde el momento que la información es poder , quien la maneja y decide si un hecho merece la primera o la última página, cinco segundos de TV o un documental completo o incluso si omite la noticia, es un operador del poder: que juega para sí mismo, para terceros o incluso si juega al purismo de la profesión esta jugando para su carrera y eso ya es un sesgo y se encontrará con temas que eludirá sintomáticamente para evitar etiquetas.
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Cuando comprendamos que quienes manejan el procesamiento, acondicionamiento y la distribución de información forman parte de un equilibrio inestable donde juegan la variable de rentabilidad del medio, el prestigio de los dueños, los egos de los periodistas y el celo del sindicato y nos preguntemos de donde?, a quien? Para quien? Cuando? Y como? En cada nota, en cada extensión y en cada momento, empezaremos a comprender la naturaleza de sus actos, las razones de sus títulos, las extensiones de sus notas y la selección de los protagonistas de sus historias.
Cuando nos demos cuenta que los periodistas de distintos medios se reúnen, se llaman entre ellos antes de redactar titulares o coordinan las dosis de información sobre un mismo tema, nos daremos cuenta a quien le bajaron o subieron el pulgar en simultáneo. Cuando veamos una apertura tirada de los pelos y quienes son los redactores y comparemos nota tras nota, contenido tras contenido también llegaremos a conclusiones novedosas.
Cuando observemos cambios drásticos en los enfoques sospechemos, preocupémonos si estamos siendo informados o manipulados.
Cuando veamos como se celebran entre ellos, se publican, se replican , se ensalzan, se promocionan y cruzan notas, veremos que funcionan como una hermandad de socorros mutuos.
Cuando esos periodistas sean implacables a la hora de juzgar a un cívico que se convierte en político, no olvidemos cuantos periodistas se han convertido en ministros de información , gobernadores u operadores de “relaciones públicas” negando que mientras ejercían el noble oficio alguien los hubiese apalabrado de antemano. Obviamente este es un caso de la ley del embudo: ancho para mi oficio y angosto para el tuyo.
No olvidemos nunca que el Diablo no duerme y que Pulitzer fue peor que Hearst a la hora de fabricar guerras para vender más diarios.
Last but not least: el famoso equilibrio es un enunciado. Los dueños del micrófono tienen siempre la coartada del “llamamos y no fue habido” o la “grabación fue muy larga y rescatamos lo pertinente” o “no me dieron suficiente espacio”.
Hasta que apareció Zuckerberg y estos párrafos que jamás hubiesen sido impresos , porque es como hablar de virus hospitalario antes de internarte en una clínica, pueden aparecer a simple clic en el espectro electromagnético de las plataformas digitales donde los monopolios se extinguen, las verdades absolutas se hacen relativas y los dueños del micrófono también puede ser escrutados.
Fuente: Leonardo Leigue