Ajedrez criollo
La partida de ajedrez político que se juega en Bolivia no tiene absolutamente nada que ver con las connotaciones de las memorables partidas de Fischer contra Spassky o de Kárpov contra Kásparov que mantuvieron al mundo en vilo. En un juego de ajedrez se hacía política de la más alta intensidad, sentíamos que en un jaque se podía definir la guerra fría o la viabilidad de la URSS.
En nuestro caso, nuestros políticos hacen política como si estuvieran jugando -no ajedrez- sino un simple tres en raya, y aunque nuestra partida no genere algún tipo de interés más allá de Bolpebra o Yacuiba, a nosotros, los habitantes de este irrelevante cosmos boliviano, sabemos que el resultado impactará sustancialmente ese pequeño interludio que hay entre el ahora y la fecha de nuestra muerte. Se nos puede ir la vida en un vaivén del carajo (sic. Gabo) entre los pésimos y los malos y desapareceremos con la certeza de que toda Bolivia será tan habitable como el vigésimo quinto anillo de Calcuta.
A diferencia de los maestros citados, nuestros viejos conocidos, estrategas de la chambonada, eyaculadores precoces en el arte de la sorpresa, arrítimicos en la anticipación al oponente, eunucos de la sofisticación, tartamudos de pensamiento y minusválidos para la percepción del bien común; si bien saben lo que quieren ganar, no entienden qué es lo que pueden perder ni contra quien están jugando.
Los políticos de siempre, Houdinis de la desaparición cuando más se los necesitaba, con sus múltiples candidaturas están jugando un juego estrictamente personal, infectado de vanidad, aupados casi siempre por un séquito de desempleados por mérito propio, burócratas wanabe, ávidos de plata fácil y necesitados de cocteles en las casas de diplomáticos en retiro -simulacros de conversaciones sesudas, fértiles en apropiaciones de anécdotas ajenas- para poder lucir en el frío de La Paz el gabán demodé del abuelo, herencia de en un viaje setentero a la gris Buenos Aires. Esos múltiples candidatos, crédulos de encuestas pagadas por ellos mismos, lo único que quieren y que con suerte lograrán es hacerse de una fracción de un poder que les será ajeno, raspadura de chancaca que les permitirá endulzar de cuando en cuando un ego con síndrome de abstinencia de falsas glorias pasadas.
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Ellos creen que están jugando una partida contra el masismo, pero en realidad la están jugando contra una población despabilida, consiente y en dominio de su poder, que lo único que quiere es erradicar esa forma bicentenaria de hacer política, que ejercida por los unos y los otros ha erosionado poco a poco las posibilidades de tener una vida digna en esta infame república. Lo que pueden perder es todo, la capacidad sancionadora de la ciudadanía indigna ha dado muestras cuan lejos puede llegar.
Fuente: Leonardo Leigue