¿Fuimos también culpables de la tiranía?

Enrique Fernández García*

 

El que mata o tortura solo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad en la víctima misma para que, en un mundo sin dirección, la culpabilidad general no legitime más que el ejercicio de la fuerza, no consagre más que el éxito.



Albert Camus

 

Después de terribles hechos, puede haber sitio para la meditación. Aludo al momento en el cual, agotada la furia, resulta viable llevar a cabo una reflexión tan esclarecida cuanto crítica. Mejor aún, en ese contexto, nada más razonable que cuestionar nuestro propio proceder. Fue lo que, por ejemplo, sucedió con el filósofo Karl Jaspers cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, escribió sobre cuán culpables eran los alemanes. No se trataba de hacer responsables a todos sus compatriotas, puesto que era exagerado. El punto era pensar en distintos tipos de carga. Porque, si bien Hitler y sus secuaces merecían la principal condena, había más gente involucrada en esa locura violenta que fue el nazismo. Teníamos, pues, aportes que, consciente o involuntariamente, habían efectuado otros actores, incluso un ciudadano cualquiera, pero, al final, relevante para sumar al respecto.

Un ejercicio de autocrítica como el que Jaspers propició es posible entre bolivianos. No ignoro el supremo grado de culpabilidad que tienen Morales Ayma, sus colaboradores y militantes. Si se tiene que hallar a los mayores responsables, corresponde acusarlos. Fueron quienes irrespetaron leyes, pisotearon derechos, malgastaron enormes recursos y convirtieron a la corrupción en una práctica harto común. Sin embargo, el levantamiento del régimen tiránico no se produjo de manera súbita. En efecto, para su establecimiento, fue necesario que pasara tiempo, lapso durante el cual cuantiosas personas aportaron a fin de tener esa consecuencia. Estoy seguro de que no lo hacían para conseguirlo, mas ayudaron a esa causa. Así, actitudes, conductas, que podrían caracterizar a la mayoría, sirven para explicar ese fenómeno.

Pienso en las persecuciones judiciales que el anterior régimen perpetró. Porque no se trata de un hecho inaudito, al menos en lo referente a las arbitrariedades. La regla en los procesos es toparse con juzgadores, fiscales y demás funcionarios a quienes cumplir las normas vigentes no les parece siempre necesario. Lo saben ellos, pero también es tolerado por gran parte de la ciudadanía. No descubro nada nuevo al destacar que, si el problema de la corrupción es tan grande, se debe a que nos encontramos ante una cuestión cultural. La fragilidad de nuestras instituciones, provocada por los que ya se conformaron con su dinámica, fue útil para gestar el oprobio del MAS. Si hubiésemos contado con ciudadanos exigentes con sus autoridades, desde el nivel más bajo hasta las esferas superiores, quizá no habríamos llegado a ese ingrato desenlace.

«Igualmente, creo que cabe reconocer una endeble cultura democrática. Como haber abatido a una tiranía no es un asunto menor, sentimos que somos campeones de las luchas ciudadanas; tendríamos una esencia superior al resto. No obstante, la conclusión puede ser engañosa. Si somos tan geniales, ¿cómo permitimos que se cometieran cuantiosos abusos y durante largo tiempo?» Es que las tropelías del oficialismo plurinacional no se iniciaron en 2019. Cualquier hombre más o menos conocedor del Estado de Derecho, las reglas que limitan al poder gubernamental, alguna idea relacionada con el bien, entre otros asuntos, ya se habría percatado del perjudicial proyecto político. El tema es que sus medidas de barbarie y oscurantismo no molestaban demasiado. Tal vez nos fastidiaron solo cuando se cometieron actos muy desvergonzados, porque habrían rebasado los límites de nuestra incivilidad. Aunque incomode, conviene meditar sobre esa clase de responsabilidades.

 

*Escritor, filósofo y abogado,