El potosino de 76 años, que vive a 40 kilómetros de Uyuni, fue maniatado. Le carnearon llamas y lo dejaron sin garrafa. “El olvido duele mucho”.
| ROMINA SAAVEDRA24 de abril de 2020 (02:03 h.)
“Vengo sufriendo demasiado, no sé cuál será mi suerte”, reflexiona Crispín Quispe, el exboxeador potosino que fue reconocido por convertirse en el primer boliviano en ser parte de unos Juegos Olímpicos (participó en 1972).
Pocos respetan su historia. En realidad, desafortunadamente pocos son los que la conocen. También están aquellos que tienen la osadía de profanar lo sagrado.
Pues a Crispín, ahora con 76 años a cuestas, no le tocó la mejor parte. Este personaje, que durante su época competitiva hizo del plátano y la marraqueta su fórmula dietética nada lujosa en El Alto porque el dinero no alcanzaba para mucho más, entiende ahora que debe aceptar los designios supremos con serenidad y paciencia.
Atesora consigo sus más felices y tristes memorias. Todas lo acompañan en esta etapa tan complicada, que atraviesa solo, a 40 kilómetros de Uyuni, donde vive junto a sus llamas.
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Y aunque don Crispín intente ser optimista (como trató de serlo desde que era muy joven), el presente no le hace justicia.
Hace apenas unos días, un grupo de asaltantes irrumpió en su casita. El exolimpista se encontraba solo.
Calcula que eran aproximadamente las 20:30 cuando los antisociales ingresaron a la fuerza, lo increparon, lo maniataron y lo instaron a entregar un dinero que solo existía en la imaginación de los malvivientes.
“Entraron. Pregunté: ‘¿quiénes son ustedes?’, ‘cállese, mier…”, respondió uno. Los tres hombres estaban con linterna. Directo a los ojos me apuntaron. Había uno que ordenaba todo. Les dije que no hicieran eso, que para qué me iban a matar, si mañana pasado voy a morir. Les comenté que estoy mal del pulmón, pero insistieron y me cuestionaron sobre la plata. Me han amarrado las manos. Con linterna, como guardia me controlaron”, rememora Crispín, acongojado por el momento.
Así lo dejaron. Aprisionado. Jamás consideraron que se encontraban ante una figura que entregó el alma, sus gastadas zapatillas y hasta la visión por amor a la Tricolor.
En la mañana, luego de pasar horas en una posición incómoda, logró liberarse, abrió la puerta, que habían sujetado por afuera, y salió en busca de ayuda. Durante la interacción sostenida en la noche, los ladrones le confesaron que eran “chuteros” y que eran de Challapata.
Libre de las ataduras, a la luz del día constató que faltaba una de sus picotas, que lo habían despojado de su garrafa y que carnearon algunas de sus llamitas.
“La Policía llegó más rato. No nos dio mucha importancia porque esto es algo que está sucediendo mucho en el campo. Roban animales, todo roban. La cuarentena no nos dejó continuar. De dos días llegamos a Colchani. Hemos visitado la Fiscalía, pero nada pasó”.
El potosino clama que se haga justicia, aunque entiende que los procesos judiciales se han paralizado debido a la cuarentena en Bolivia. No admite que lo sucedido quede impune.
Luego del sinsabor, fue su hijo, Ludger, quien lo resguardó inmediatamente en su hacienda. Allí se refugia ahora el exboxeador nacional, temeroso ante la idea de volver a su pequeña casa y ser nuevamente vulnerado.
Ludger, por su parte, refuerza la afirmación de que atentaron contra la vida de su padre.
“Hemos tenido muchos problemas. Mi papá ha sufrido un asalto a mano armada. Hemos tratado de hacer lo que corresponde a nivel judicial, pero no se pudo debido a la cuarentena. No están trabajando muy eficientemente ni la Fiscalía ni la Policía. Por eso, necesitamos ayuda de la prensa”. Según su testimonio, no es la primera vez que atacan la integridad del emblema vivo del deporte. Anteriormente, otros antisociales ingresaron a su hogar y le quitaron 2.500 bolivianos.
Pero la pena no pasa tanto por el robo en sí mismo, sino por el grado de desinterés al que ha quedado expuesto un hombre que se hizo bien de abajo y que luchó contra su propio temor por enorgullecer a la Tricolor.
“Es un excampeón olímpico de Bolivia y no se le da la respectiva importancia, sabiendo que entregó su vida por este país y ahora sufre indiferencia”.
Y si su hijo palma su dolor, el relato, en primera persona, es profundamente más conmovedor desde los labios de Crispín. “Vengo sufriendo demasiado. No sé cuál será mi suerte. He salvado mi vida. Soy ciego. De un solo ojo veo. Me acuerdo cuando me preparé para los Juegos Bolivarianos del 77. Me enfermé y la prensa se refería a mí como el atleta olvidado. Ahora me hace recuerdo usted. Me duele demasiado. Yo he vivido con siete récord nacionales, soy olímpico y mundialista, pero no me quejo. Soy boliviano. Será, pues, mi suerte, ¿qué puedo hacer? Ojalá lo valoraran”.
Y si una anécdota en particular repite, sin cansancio, es aquella que lo graficaba como un atleta campesino muy joven que respondía a todo con un automático “no sé, no sé”.
Los periodistas de la época le consultaban cómo era su dieta y la contestación era la misma: “No sé”. Le cuestionaban sobre su entrenamiento y soltaba: “No sé”.
“Nada sabía. Era apenas un niño del campo. Muchos recuerdos guardo”, refresca Crispín, confiado, para sus adentros, que en algún momento vendrán mejores tiempos.
Por el momento, el legendario deportista aguarda que se haga justicia por el daño psicológico y físico que sufrió en manos de personas que jamás respetaron sus años, su historia ni su condición enferma (padece de los pulmones y perdió la visión de uno de sus ojos debido a un glaucoma).
Fuente: https://www.opinion.com.bo