El exvicepresidente se ha asegurado la nominación demócrata en medio del mayor conflicto racial que viven los EEEUU en las últimas décadas. ¿Podrá su posible mano derecha, Stacey Abrams, hacer olvidar a los votantes el incidente con Anita HIll?
Cuando los demócratas se despertaron de la pesadilla que había sido la derrota de Hillary Clinton frente a Trump el 8 de noviembre de 2016, el aparato del partido empezó a lanzar los primeros nombres de cara a las elecciones de 2020 para tratar de ilusionar a sus deprimidos votantes. Entre ellos estaba la eterna Elizabeth Warren y el senador por Vermont Bernie Sanders, que tantos problemas le había causado a Clinton en las primarias demócratas. Y también un par de nombres nuevos, la fiscal de California Kamala Harris y el texano Beto O’Rourke, un joven con pasado indie, alto y espigado a la manera de James Stewart, a quien muchos veían como la gran esperanza del partido demócrata, el Obama blanco; spoiler: ambos de desinflaron tras los primeros debates entre los candidatos.
En esa lista, por supuesto, también estaba Joe Biden, a pesar de ser un hombre blanco de por entonces 74 años que había pasado toda su vida en el partido, algo que en lugar de ser un plus por su experiencia y conocimiento del establishment era una carga en un momento en el que las nuevas estrellas como Alexandria Ocasio-Cortez reclamaban una revolución en las filas demócratas. Pero Biden había sido ungido por Obama y sus imágenes compartiendo helados, paseos, abrazos y lágrimas (hay muchas en su trágica vida) formaban parte del capital humano del añorado ex presidente demócrata y a pesar de ser otro anciano hombre blanco de Washington, su experiencia y su sólido historial representan el antitrumpismo a la vez que aseguran un cambio tranquilo que no resquebraje el sistema, algo muy importante para muchos votantes que no saben qué hay debajo del sistema. Y ese ha sido su secreto, su normalidad frente al caos imperante, a pesar de partir casi en última posición dentro de la tropa de candidatos ha ido mostrando sus fortalezas debate tras debate hasta que este sábado ha sido nominado oficialmente como el candidato que se batirá contra Trump en noviembre, si es que este 2020 no sigue deparando sorpresas históricas.
Pero como casi todos los candidatos en cuanto se someten al más mínimo escrutinio, Biden también tiene flaquezas; por ejemplo un pasado en el que se ha mencionado demasiadas veces la palabra “tocón”, no de una manera hipersexualizada como el Grab ‘em by the pussy de Trump, no; Biden besa la cabeza de las mujeres, mantiene su brazo demasiado tiempo sobre los hombros de las niñas y acaricia sus rostros de una manera que a ojos de 2020 parece extremadamente rijosa, aunque cuando se analizan las imágenes de su trayectoria se puede ver que actúa de la misma manera con hombres, niños y coatíes si se cruzasen con él en una mañana especialmente emocional. Hay una anécdota que le define perfectamente: mientras tomaba una hamburguesa al lado de O’Rourke durante la campaña de las primarias en Texas una niña se acercó a que le firmase una tarjeta, la dedicatoria de O’Rourke fue: «Estoy esperando grandes cosas de ti», la de Biden: “Eres una joven encantadora y brillante”, obviamente las redes sociales se llenaron de comentarios que catalogaban de creepy la actitud de un hombre anclado en un tiempo en el que a las niños se les preguntaba qué querían ser de mayores y a las niñas si tenían novio.

Ese es uno de los lastres que arrastra Biden, a pesar de ser uno de los políticos que más ha luchado por la igualdad desde su puesto en los últimos años. El otro también viene del lado de una mujer, en concreto de una mujer negra a la que no defendió en el momento más vulnerable de su vida: Anita Hill, víctima de un suceso que dividió al país, ocupó todas las portadas de los medios y decenas de minutos tanto en los informativos como en los late night o en series como Murphy Brown y que provocó que hace un año el expresidente le pidiese disculpas. Sólo tardó 28 años en hacerlo.
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Un caso absolutamente instalado en la mente de los votantes que en 2016 fue llevado a la televisión por Kerry Washington en la película de HBO Confirmation. Pero, ¿quién era y qué pasó con Anita Hill?
Hill era una abogada que en 1991 denunció por acoso sexual al juez Clarence Thomas, aspirante a suceder en el Tribunal Supremo a Thurgood Marshalll, y esto son palabras mayores, Marshall fue el primer juez negro del Supremo y un icono invaluable de los derechos civiles en Estados Unidos. Thomas, ultraconservador, antiabortista y originialista (una doctrina según la cual la Constitución no es interpretable, sino que hay que aplicarla tal como fue concebida en 1787) había sido nominado por George Bush a un cargo de tipo vitalicio y con poder para legislar sobre la vida de 300 millones de estadounidenses durante décadas. Hill, que por entonces tenía 35 años, acusaba a Thomas de haber abusado de ella una década antes, cuando él era su supervisior en el Departamento de Educación. Según su relato, había sido objeto de acoso sexual constante por su parte: le pedía citas, hablaba de pornografía y hacía constantes alusiones al tamaño de su pene y al tamaño de los pechos de las mujeres (algo que según los hombres que la juzgaban era normal en los centros de trabajo).
Un grupo unicamente de hombres cuestionó la moral de Hill a la que se consideró una mujer inestable que no sabía gestionar el rechazo y ello a pesar de que otra mujer que no fue llamada a declarar (aun habiendo estado previsto que lo hiciese) había lanzado las mismas acusaciones. El hombre que dirigía aquel Comité de Justicia del Senado de Estados Unidos era Joe Biden y él tenía el poder de impedir el hostigamiento constante en el que se convirtió la vista, pero intentó ser ecuánime ignorando que los republicanos no lo estaban siendo.
Thomas, que siempre negó las acusaciones, fue confirmado como nuevo juez del Supremo y allí permanece 29 años después mientras Joe Biden acaba de ser declarado candidato demócrata a las elecciones del próximo noviembre. Pero a pesar de que las acusaciones de Hill fueron desestimadas, su caso provocó a principios de los noventa lo mismo que el metoo a finales de la década pasada, visibilizar y dar nombre, por primera vez, a un problema que todos conocían y nadie mencionaba: el acoso sexual. Al año siguiente las denuncias aumentaron un 50%. En su biografía, Speaking Truth To Power, Hill culpa a Biden de no haberla defendido ante las injurias de los republicanos, en la de Biden Promises To Keep no hay ni una sóla mención a Hill. A pesar de ello, cuando su nombre se oficializó como candidato a la presidencia de los Estados Unidos, el nombre de Hill retumbó por todas los rincones de Wasington. Unas horas después de anunciar su candidatura Joe Biden levantó el teléfono y llamó a Anita Hill para disculparse. Tras la llamada ella declaró a The New York Times: “No puedo quedar satisfecha con que me diga simplemente ‘Siento lo que te pasó”, sino que estaré satisfecha cuando sepa que hay un cambio real, una verdadera rendición de cuentas y un verdadero propósito”. Pudo ver un cambio en el trato que recibió Christine Blasey Ford en su caso contra el nominado al Supremo Brett Kavanaugh, en este caso los medios y los representantes le dedicaron un trato mucho más civilizado y objetivo, aunque nos cueste creerlo para los estándares de 2020. Lo de Hill, en cambio, fue una carnicería moral.

Y por eso ahora que Biden es el único hombre que puede frenar el segundo mandato de Donald Trump es tan importante el nombre de su compañera en el ticket electoral, porque el ex vicepresidente ya ha dejado claro que será una mujer. Y entre los nombres que suenan hay uno que lo hace con más fuerza: Stacey Abrams.
Abrams, que en 2018 estuvo a punto de conseguir ser la primera mujer negra que lograba ser gobernadora de un estado, en este caso Georgia, sabe que una mujer negra en la vicepresidencia de los Estados Unidos lanzaría un poderoso mensaje, especialmente tras los incidentes que se están viviendo estos días en Estados Unidos y tras cuatro años en los que la administración Trump ha echado por tierra el legado social del presidente Obama. Es consciente de que ella puede impulsar a esas mujeres y hombres que se quedaron en su casa en estados clave como Michigan, Pensilvania y Wisconsin porque Hillary Clinton no les ilusionaba e inclinaron la balanza en favor de Trump porque su historia encaja con los estándares de la nueva política en la que los gestos e imágenes pueden batir al curriculum más sólido.
Abrams se crió junto a sus cinco hermanos entre Wisconsin, Misisipi y Atlanta, donde sus padres ejercían como ministros metodistas. Tanto su padre como su madre, que fueron los primeros de sus respectivas familias en tener una educación superior, desdendían de generaciones de esclavos y trabajadores domésticos y se conocieron y enamoraron en una piscina segregada en la que trabajaban como socorristas. Ambos se implicaron activamente en la lucha por los derechos civiles y pasaron más tiempo por la cárcel del que recuerdan. Ese es el ambiente en el que se crió Stacey, uno en el que el voto no se daba por sentado, era algo por lo que había que luchar y por eso se implicó en política. Desde pequeña conoció uno de los principales problemas de las clases medias y bajas en Estados Unidos: los gastos médicos. El tratamiento contra el cáncer que sufrió su padre sumado a los pagos por sus estudios universitarios la tuvo endeudada hasta hace muy poco tiempo.

Desde que estaba en el instituto tuvo clara su vocación política. En 1999 se licenció en derecho en la Facultad de Derecho de Yale. En 2002, a los 29 años, fue nombrada Fiscal Adjunta de la Ciudad de Atlanta y en 2018 se convirtió en la primera mujer negra candidata a gobernadora por uno de los dos grandes partidos en la historia de Estados Unidos gracias a una campaña en la que contó con el apoyo de Sanders y Obama y con un programa progresista en uno de los estados más conservadores. Entre sus principales intereses estaban movilizar el voto negro y especialmente eliminar las trabas para que puedan votar las minorías. En los meses anteriores a las elecciones la oficina de su rival, que en ese momento era el gobernador, había eliminado a casi un millón y medio de votantes y un mes antes de las elecciones ignoraron más de 53.000 solicitudes de registro de votantes, más del 75% de las cuales pertenecían a minorías. Abrams perdió las elecciones por 50.000 votos.
Su resistencia a aceptar el resultado le hizo acumular titulares y posicionarse como una figura emergente de un partido que veía como sus principales líderes eran blancos de más de 60 años de clase acomodada que habían perdido el contacto con sus votantes tradicionales y no conectaban con los nuevos, algo que la hizo convertirse en la primera mujer negra en dar la réplica al presidente en el debate del Estado de la Unión.
Desde entonces ha dedicado su tiempo a concienciar a las minorías de la importancia de luchar por su derecho al voto y a postularse abiertamente como vicepresidenta recordando lo que su nombre en el boleto significa para el futuro del electorado demócrata. Son muchos los que le achacan que su conocimiento de la política nacional es limitado. Sin embargo, para Abrams, el valor de quien elija Biden no se trata solo de la experiencia: se trata de señalar a los votantes un mensaje de futuro, como declaró en The New Yor Times. «El enfoque en la persuasión a menudo ha sido tratar de persuadir a alguien para que cambie de su ideología conservadora a una ideología más moderada o liberal, pero para los votantes de color, no se trata de cambiar la ideología, sino de convencerlos de que la votación realmente tendrá un efecto».
Abrams es una candidata anómala no sólo por su escasa experiencia, además de política también es escritora de novela romántica y tiene editados ocho libros con el pseudónimo Selena Montgomery, con títulos como El arte del deseo y Pecados ocultos, es aficionada al hip-hop, trekkie y está soltera y sin hijos y luce una imagen muy natural y nada «blanqueada»; si Joe Biden es la antítesis de Trump, sería difícil encontrar a alguien que pueda serlo en mayor grado del actual vicepresidente, el ultraconservador Mike Pence.
Fuente: revistavanityfair.es