De Dios y la pandemia

 

Quienes nos vanagloriamos de pertenecer a una generación que lo vio todo, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hasta nuestros días; desde la plancha de Carbón, hasta el viaje a la Luna; desde el uso del telégrafo, hasta el internet; desde el teléfono de pared, hasta el celular; y un millar de otros portentos tecnológicos que caracterizaran este singular período, jamás habríamos imaginado, ni en  nuestros  más fantásticos sueños, que en el ocaso de nuestra existencia nos tocaría pasar por una pandemia como la que nos asola, viendo a parientes, amigos y personas del entorno, fallecer día a día, sin poder hacer absolutamente nada.

Absortos y satisfechos por esa irrupción de adminículos que nos proporcionó la tecnología, cedimos al goce desmedido de los bienes materiales y fuimos presa fácil de la insensibilidad de los valores que atañen al alma y al espíritu, como el amor al prójimo, a nuestra historia, a nuestras tradiciones más preciadas y, finalmente, al medio ambiente que nos rodea, haciéndonos ver con indisimulada sorpresa, que el fin de los días, augurado en numerosas circunstancias, tiene un asidero real, y que resultan muy ciertas las predicciones del Libro de las Revelaciones de Juan, al describir esos acontecimientos apocalípticos, otrora ridiculizados por nosotros.



Recluidos en nuestras celdas de confinamiento, recién comprendemos aquellas plagas, que muy pocos admitían, o al menos muchos las consideraban irreales, tales como: la Peste negra, el Cólera, el Sarampión, la Viruela, el Sida etc., por citar las principales, que causaron millones de víctimas mortales en todo el planeta. Esperamos que éste no sea el caso de la actual peste china, que nos muestra patética y palmariamente que lidiamos con un enemigo invisible y aterrador que desafía a todo el planeta, dejándonos inermes y sin capacidad de reacción alguna, hasta que descubramos la vacuna que lo evite, o el remedio que pueda determinar su cura.

Entretanto derrotemos este virus, no pensamos que se trate de un castigo divino y menos de un Dios que quiera vengarse de nosotros, sino más que nunca debemos estar conscientes de que esta pandemia es el resultado de un manejo inescrupuloso de ese Ser despreciable que, preso de su codicia, se ensaña contra la Madre Naturaleza incendiando bosques y parques nacionales protegidos, para dudosos emprendimientos, como fue en Australia y en Bolivia, donde tuvimos que lamentar esta tragedia. Solo la quema de nuestra Chiquitanía ocasionó la extinción de una biodiversidad difícil de recuperar; millones de hectáreas de bosque que fueron pasto del fuego criminal; y más de 1.200 especies de animales que habitan en esa región, para ser sustituidos por “la hoja sagrada”.

¿Acaso esas criaturas no claman justicia, por que el Ser humano, hecho a imagen y semejanza del divino, cree que está sobre el bien y el mal? ¿Y, en su afán de manipular el conocimiento ha desafiado a Dios y ya se siente un dios? Eh ahí la respuesta a nuestra actual tragedia, fuimos nosotros mismos quienes fabricamos nuestra propia destrucción en un laboratorio chino que, voluntaria o involuntariamente, soltó este veneno que ahora nos aflige.

Volviendo al ámbito nacional y, como corroborando las escrituras apocalípticas, un contingente de demonios, pues no se los puede identificar de otra manera, convocados por la COB, se ha dado a la tarea de bloquear la carretera de acceso a Oruro, para impedir el paso de los camiones que transportan oxígeno destinado a los pacientes aquejados por el virus, utilizando el pretexto de reclamar elecciones para el 6 de septiembre próximo. Tal actitud delata, ¿acaso la presencia de la Bestia? Dios nos libre de esta Pandemia.