Mesa ha escogido muy mal sus atributos para el ejercicio de sus oficios: El de compilador de historias lo ejerce con vanidad, pues al final de cuentas pretende ser el escribidor y protagonista de algunas páginas del desfile freak de las presidencias bolivianas (para muestra, la declaración de ayer). Ya el de político lo ejerce con cobardía (que es inherente a la traición), pues siendo incapaz de desarraigarse del genoma de Olañeta, es cobarde para ejercer la racionalidad económica y política y asustadizo se rinde ante el estatus quo con tal de acceder o permanecer en el poder (basta ver que su receta de gobierno no contempla ninguna medida que despopularice la economía y nos devuelva a la senda de la racionalidad económica).
Y es que Mesa es una especie de Jano, cuyo rostro que mira al pasado -como contador de historias- lo hace con una mirada estrábica, mientras que ese rostro que mira al futuro -como político- lo hace con una mirada miope.
Montaigne en sus ensayos decía con respecto a la cobardía (y por qué no, a la vanidad), que la forma más común de castigarla es con la vergüenza y la ignominia y ya no con la muerte, pues para hacerles recobrar el valor, mejor es que se les suba la sangre al rostro en vez de derramarla.
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Pero lo que Montaigne no sabía es que nuestros políticos son más cuerudos que “una” anta.