Errores y aciertos para el retorno del MAS

La contundente victoria del Movimiento Al Socialismo en las elecciones presidenciales de 2020 ha dejado sin explicaciones a muchos, pues se creía que, luego del fraude del 2019, no habría forma de que este partido alcanzara votaciones similares a las de sus comienzos.

Para explicar esta “sorpresa”, se pueden identificar cuatro elementos que, en su conjunto, contribuyen a comprender su resurrección: 1) su reestructuración interna, 2) los tropiezos del Gobierno de transición, 3) la polarización regional y 4) la falta de alternativas presidenciables libres de desavenencias con ciertos sectores y, sobre todo, con una posición conciliadora.

La primera y más importante reestructuración en las filas del MAS es el parcial alejamiento de Evo Morales y el consiguiente retorno a su base ideológica, la cual siempre ha tenido gran aceptación en poblaciones indígenas altiplánicas y en aquellas clases medias que les han dado su voto desde el 2005. Morales, cuyo perfil estaba desgastado por su intento de perpetuarse en el poder —ignorando la voluntad popular pronunciada en el referéndum del 21 de febrero de 2016—, logró solamente el 47% de los votos en 2019, ayudado de un fraude demostrado de más del 5%. Entonces, el 55% obtenido en esta elección demuestra el terrible daño que este personaje le estaba causando al MAS como partido; un daño que llegó incluso a sus votantes más fieles, a sectores populares e indígenas desilusionados con el desenlace del llamado “proceso de cambio”.



La estrategia de mostrar cierto alejamiento con sus figuras más desgastadas (García Linera, Quintana, Romero, entre otros) aparece como un elemento clave de esta victoria. Si bien Luis Arce y David Choquehuanca tienen sus respectivos pasados en las corruptas administraciones masistas anteriores, el primero, resguardado durante la campaña y de bajo perfil TEMPTEMPprincipalmente si comparado con Evo Morales, y el último, rostro indígena y enlace fundamental con las organizaciones sociales del altiplano boliviano, constituyen los pilares de una estrategia política brillante para retomar el poder. Por un lado, el bajo perfil de Arce exterioriza un Movimiento Al Socialismo libre de aquel caudillismo dañino arriba mencionado, por el otro, la candidatura de un indígena como Choquehuanca —quien antes había sido relegado por el ya no tan deseado Morales— retoma la estrategia de voto por identificación étnica que caracterizó al MAS desde sus inicios. La manera en que este último encaró la campaña, con un alto grado de autocrítica y reflexión —reconocidas por la Presidenta del Senado, Eva Copa— sobre los errores de los pasados gobiernos masistas y proponiendo retornar a las raíces ideológicas reivindicativas del MAS que lo llevaron al poder en 2005, ha sido una vez más exitosa entre los votantes de origen indígena, quienes vislumbran una luz de esperanza para reencauzar su proyecto-país de un estado plurinacional. Por lo tanto, los perfiles políticos de Arce y Choquehuanca se convierten en un enlace atractivo entre las clases medias y los movimientos indígenas; en otras palabras, tienen un elevado poder reconciliador con sus disidentes y desilusionados.

Los tropiezos del Gobierno de transición a la cabeza de Jeanine Añez tuvieron también un rol importante en el retorno del MAS al poder. El nepotismo, los escándalos de corrupción en una crisis sanitaria y económica desgarradora, la inestabilidad política y la constante improvisación, en su conjunto, han dado una imagen espantosa de lo que puede ser un gobierno alternativo al MAS. Además, el Estado no fue capaz de ponerse en el papel reconciliador que se le encomienda en cualquier proceso de transición y, en vez de eso, gobernó con una retórica anti-masista que más bien contribuyó a la polarización del país.

A esto debe añadirse que el Gobierno no hizo nada por aclarar la muerte de protestantes en los enfrentamientos con la Policía y las Fuerzas Armadas al comienzo de su gestión.  ¿Por qué no cumplió su rol a cabalidad? Simple, porque un gobierno en campaña difícilmente construye país. Y aquí hay un factor muy importante que muchas veces es obviado en el análisis sociopolítico convencional de nuestro país: el MAS, desde sus comienzos, en todo momento ha representado más que una posición política; el MAS es una sigla con la que el indígena boliviano se viene sintiendo representado por muchos años. En ese sentido, la retórica anti-masista —TEMPTEMPprincipalmente la extremista— en vez de atraer más adeptos, intimida y, consecuentemente, repele a los disidentes del MAS buscando alternativas. Si bien pensar que el MAS no cometería las mismas infamias no tiene fundamento, pues al MAS se le conocen cuantiosos casos de exactamente lo mismo, en los ojos del votante promedio, todo político —venga de donde venga y cual sea su ideología— incurre en las mismas indecencias. Ante esta constatación, ¿qué podría pensar un disidente del MAS?  ¡Exacto! Todos son igualmente corruptos, pero al menos el MAS parece tener un norte, una estructura, un proyecto-país; al menos el MAS incluye en sus filas y planes a los indígenas (mayoría poblacional en nuestro país); al menos con el MAS existe algo de afinidad ideológica. De esa manera, sus disidentes, que cada vez eran más desde 2016, han terminado optando por lo viejo conocido, por lo que en su cálculo racional parece ser lo menos desesperanzador.

Al rol del Gobierno de transición se le debe añadir la aparente polarización regional a partir de la candidatura de Luis Fernando Camacho, la cual representaba, en su versión más sólida y consistente, el anti-masismo. Su crecimiento en las encuestas, el obstinado fanatismo emergente y las grandes demostraciones de apoyo en Santa Cruz de la Sierra han dado paso a la construcción de un bloque regional bastante interesante en términos cuantitativos, no obstante, han contribuido a la repelencia del disidente, en vez de a su integración. Aquel que se siente en peligro tiende a refugiarse en el extremo opuesto y, por lo tanto, no opta por la opción más equilibrada. Sin embargo, cabe mencionar que todos los candidatos utilizaron en campaña la retórica anti-masista, haciendo que el “todos contra el MAS” termine (re)fortaleciendo el partido de Evo Morales.

Se puede afirmar también, en concordancia con el punto anterior, que ninguna de las alternativas presidenciables al MAS presentaba una opción completamente limpia y libre de desavenencias con ciertos sectores. Por un lado, en Santa Cruz siempre ha existido cierto recelo hacia Carlos Mesa, que se remonta a acciones y declaraciones hechas durante su gestión presidencial. Además, su negligente confianza en el voto útil redujo su campaña a una pasividad abusiva y corta de ideas, que solo le restó votos. Por otro lado, tal como lo mencionado arriba, los mensajes de campaña de Camacho, dirigidos TEMPTEMPprincipalmente a la población cruceña, no le permitieron hacer llegar sus propuestas a occidente y más bien causaron cierto rechazo en esa región.

En este sentido, ningún candidato fue capaz de acercarse a la población boliviana en general con una propuesta conciliadora y abrazadora, lo que a su vez no logró convencer a los desilusionados del MAS. Tomando en cuenta que el MAS alguna vez llegó a obtener el 64% de los votos a nivel nacional, una campaña agresiva y polarizada, y con escaso atractivo para los disidentes masistas, parece constituir el más grave error de la oposición al MAS.

En conclusión, la reestructuración del Movimiento Al Socialismo ha dejado en evidencia algo antes impensado: que el partido está por encima de un nombre, en este caso el de Evo Morales y que, para ganar una elección presidencial, se necesita estructura, una representación ideológica estable y coherencia estratégica. Los errores del Gobierno de Jeanine Añez, de la mano de la polarización regional impulsada por Luis Fernando Camacho y la deslucida campaña de Carlos Mesa, han tenido una gran influencia en el retorno del MAS. Quizá si a alguno de ellos se le hubiera ocurrido hacer campaña para convencer disidentes, acercarse a la población rural o al menos presentarse como alternativa de reconciliación nacional, el resultado podría haber sido diferente. Como lección sociológica estas elecciones nos dejan lo siguiente: Bolivia tiene una sociedad más plural que lo imaginado y sus más desarrolladas urbes no son reflejo de su realidad política.

Guillermo Bretel es Politólogo y Sociólogo