Un “old whig” en La Llajta

Emilio Martínez Cardona

El hallazgo de Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo es sistematizado y profundizado por Hugo Marcelo Balderrama en el libro Fe en la libertad, de inminente reedición, que trasciende de lo académico a lo combativo en tiempos de lucha de ideas.



En sus páginas, el economista cochabambino se explaya sobre la tesis de un imbricamiento necesario entre la propiedad privada, la institución familiar y ciertos esquemas de valores heterónomos de origen religioso. Vinculación que, de hecho, también ha sido plenamente reconocida por enemigos de la libertad como el burgués comunista Friedrich Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, con propósitos diametralmente opuestos a los de Balderrama.

El autor de Fe en la libertad se “autopercibe” conservador (guiño), lo que en este caso puede significar algo distinto de lo que se entiende por tal cosa en el ámbito latino (tanto europeo como americano), donde el término se asocia al tradicionalismo monárquico antiliberal.

Se trata, más bien, de una concepción cercana a la del conservadurismo anglosajón, en gran medida determinada por el pensamiento de Edmund Burke, que en sus magníficas Reflexiones sobre la Revolución Francesa ofrece una sólida argumentación para que la experimentación e innovación social no sean objeto de culto –la superstición de lo nuevo-, sino que estén reguladas por una presunción favorable del conocimiento empírico acumulado en las tradiciones históricas.

La de Burke es una crítica demoledora del racionalismo abstracto –hoy diríamos constructivista- que guió al jacobinismo a la creación de un proyecto proto-totalitario. Mientras que en el plano ético, el pensador “old whig” postuló que el orden social tenía que basarse en cierto acuerdo mínimo sobre unos valores que no pueden ser considerados relativos, sugiriendo un consenso enraizado en la noción de un Ser Supremo y en un sistema moral heterónomo.

Recordemos, a propósito de este punto, que un agnóstico como el gran F.A. Hayek remarcaba que “el verdadero liberalismo no tiene pleito con la religión, siendo muy de lamentar la postura furibundamente antirreligiosa”.

Al igual que en Burke, encontramos en la obra de Balderrama un sano escepticismo hacia los mega-proyectos de reforma social, que suelen conducir a la creación de un Leviatán estatal capaz de imponer coercitivamente la utopía.

Mención aparte merece la lucha del autor por la libertad educativa, dedicándole al tema vastas páginas donde he tenido el gusto de encontrar una encendida defensa de la enseñanza clásica, de los “Studia Generalia” conformados por las siete artes liberales.

Este programa educativo puede ser un poderoso antídoto contra el adoctrinamiento eco-etno-socialista y marcusiano que impera actualmente en los centros escolares y universitarios, abriendo la senda a recorrer para que una ciudadanía imbuida de cultura clásica pueda preferir, al decir de Michael Oakeshott, “lo contrastado a lo no probado”, “lo conveniente a lo perfecto” y “la felicidad presente a la dicha utópica”.