Vivir la vida hasta el último momento

 

El 2 de noviembre de cada año celebramos el feriado religioso de los Fieles Difuntos. En esta fecha, acostumbramos conmemorar y pedir a Dios por el descanso eterno de aquellos familiares, amigos y conocidos nuestros que partieron de este mundo antes que nosotros.



Existen distintos mitos alrededor de esta festividad; algunos dicen que las almas de forma pasajera llegan el 1 de noviembre y se van al finalizar el día siguiente, por ello se ve en los cementerios ofrendas como panes, comida, música u otro tipo de cosas que fueron del agrado del ser recordado y que este podría disfrutar al compartir con los presentes en su (supuesto) retorno temporal.

Por otra parte, las creencias religiosas basan la actividad de este día en elevar una oración pidiendo por la expiación de los pecados del difunto, y así pueda gozar de la vida eterna. Las distintas religiones que celebran este día, tienen en común reconocer que en esta vida estamos de paso y que las acciones realizadas durante nuestro camino repercutirán más allá, para ser (o no) acreedores del descanso eterno. Cada quien puede tener sus creencias y criterios al respecto, sin embargo, de lo que todos podemos estar seguros, es que de la muerte nadie podrá salvarse. Tarde o temprano llegará el día donde tendremos que despedirnos de alguien a quien amamos o serán ellos los que nos despidan a nosotros; no sabemos cuándo, cómo, ni dónde será, solo que ese día en algún momento llegará.

Podemos coincidir en que la muerte de un ser querido es la más dura despedida que tenemos que afrontar, pues la única certeza que tenemos en ese momento de dolor, es que no podremos volver a abrazar, ni escuchar la voz de aquel a quien despedimos. Solo resta vivir con su recuerdo, dependiendo solo de nosotros mantener viva esa chispa que marcó su paso en nuestra vida. Charles M. Schulz (autor de Charlie Brown y Snoopy) escribió: “Cuando tengo que decir adiós, siento un dolor muy fuerte en mi garganta”; totalmente cierto, pues al despedirnos diciendo “adiós”, no queda la certeza de si volveremos a vernos, dando cabida a la nostalgia por aquellos momentos vividos y a la tristeza por la marcada ausencia. Vivir con esa esperanza de volver a encontrarnos, brinda un sentido diferente a nuestra vida pues nos da la oportunidad de trascender en nuestro paso terrenal, procurando hacer el bien y así ser acreedores de ese descanso eterno prometido.

Este 2 de noviembre, recordemos y oremos por todos aquellos que partieron antes; reavivemos la chispa de su recuerdo para que nunca se vayan de nosotros; podremos reír o llorar entre alegrías y tristezas, pero sobre todo confiemos en que no será un adiós, sino hasta pronto. Hasta entonces, vivamos la vida hasta el último momento, confiados en la promesa de que un día nos volveremos a encontrar. Descansen hoy el sueño eterno y brille por siempre su recuerdo.