Bienvenidos al otro lado, sin perder la sensatez.

CIRO AÑEZ NÚÑEZ – Asociación Iberoamericana de Derecho Penal Económico y de la EmpresaCiro Añez Núñez

El título no sólo sugiere el haber pasado del año 2020 al 2021 sino en especial, resaltar que la humanidad en estos últimos tiempos profundizó la realidad virtual como un modo de expresión; por lo tanto, esa bienvenida a la virtualidad no tardará en ser considerada como un derecho propio máxime si ya llevábamos tiempo también circulando en ese otro lado, sólo que ahora con mayor frecuencia y habitualidad, lo cual sin lugar a dudas tendrá su impacto en lo jurídico.

En la pág. 261 del libro colectivo “Código Procesal Constitucional de Bolivia” (Ed. Kipus, año 2014), hace seis (6) años atrás mencioné que es menester reconocer en Bolivia el derecho al acceso y uso del Internet como un derecho fundamental pues los beneficios a favor de la sociedad es amplia, acrecentando los alcances de la educación y la instrucción de las personas, el cual contribuye al desarrollo del individuo para la adquisición y producción de conocimiento mediante el trabajo colaborativo entre seres humanos, así como la accesibilidades a múltiples servicios tanto públicos como privados. En esa ocasión, a pie de página, realicé una mayor explicación al respecto.



Actualmente, la virtualidad se ha convertido en una herramienta indispensable para efectos de la comunicación mundial en medio de esta pandemia por coronavirus, siendo primordial el acceso y uso de Internet.

Cabe precisar que el mundo, no se divide en real o virtual, por cuanto se tiene una sola existencia humana real, pero sí el ser humano cuenta con distintas formas de expresión, utilizándose diferentes herramientas, entre ellas, aquellas denominadas herramientas, plataformas o ambientes virtuales que facilitan la comunicación, permitiendo que ella fluya sin que las distancias físicas sean un gran impedimento; y, de esta manera, se va expandiendo las formas de manifestación humana (siendo lo virtual lo más real que hay, pues por medio de dichas plataformas, se conoce personas, se estudia, se trabaja, se genera nuevos y específicos empleos que conllevan deberes, derechos y riesgos).

Desde la perspectiva de la psicología humana, es de vital importancia no perder nuestras habilidades de pensamiento crítico tanto cuando se transita en aquellos ambientes virtuales como en los no virtuales.

De allí que nuestra realidad, autenticidad y comportamiento debe ser una sola en ambos ambientes (en ambos lados) por ende nuestra identidad tanto física como digital debería ser la misma.

Las redes sociales no son buenas ni malas, la respuesta a esta pregunta la das tú mismo dependiendo del uso que hagas de ellas. Son los extremos, las exageraciones y el uso carente de «sentido común», lo que ocasiona que las cosas se conviertan en nocivas o perniciosas.

Finalmente, el tránsito por ambientes virtuales podría resultar incluso una confesión de lo que realmente somos desde nuestro interior a manera de expresión, pues también existirán casos (dentro del complejo comportamiento humano), donde concurra la nociva hipocresía y la falta de honestidad, surgiendo identidades digitales de apariencia (los avatar), noticias falsas (fake news), que no condicen para nada con la realidad y conllevan al engaño, la estafa, la manipulación, conseguir el sometimiento de los demás infundiendo miedo, desinformación, etc., develando a mediano y/o largo plazo, la propia bajeza humana. Por lo tanto, no debemos entusiasmarnos demasiado ni extraviarnos con nuestro avatar de los ambientes virtuales al extremo de perder el sentido común.

Uno de los mayores peligros de los medios modernos para crear realidades virtuales, es perder por completo el sentido común y la habilidad del pensamiento analítico, crítico y reflexivo, y debido a ello,  convertirse en presa fácil de algún monstruo político (quien adueñándose de las facultades cognoscitivas de los individuos, podría lograr enclaustrar a un pueblo a sus propios designios), al extremo que luego las personas no sepan distinguir y menos aún sean capaces de separar el mundo real del proyectado por los aparatos electrónicos, y prefieran lo virtual a lo real.

Ya existe una generación emergente post pandemia, sumergida de lleno al fanatismo por lo virtual, donde más calan las falsas lecciones obtenidas mediante sofisticadas aplicaciones que las buenas clases que pueda impartir una profesora escolar, por cuanto existe una gran polución en la información mediante videos juegos, películas de héroes, series fílmicas, etc., donde prima el encantamiento, lo mágico, lo asombroso, con victorias logradas por fascinantes líderes mesiánicos o por mágicos grupos de poder, que les posibilita un bienestar a todos los demás mortales; y, no la de una sociedad que protege sus libertades individuales y que progresa mediante el trabajo sostenido.

Con todo ello, surge la necesidad de que en nuestras vidas rija la sensatez, evitando ser víctimas del engaño y la manipulación conducente a la formación de aquella mentalidad unidimensional, donde existe alguien (llámese “papá Estado” o aquel “líder mesiánico” comandado por un grupo de poder aglutinados en sofisticadas burocracias), que proveerá y dictaminará determinadas medidas que afectarán intereses que defienden las minorías (esto es, los individuos y sus libertades individuales), obligando a cómo debemos vivir, pensar, qué creencias debemos tener, que historia es la que debemos contar y escribir, qué se puede comer, cuándo y cómo se debe salir, qué se debe entender por moral, etc.

La mentalidad populista es la peor pandemia perenne que podemos padecer como humanidad y ésta se alimenta promoviendo los “Estados niñeras” con el endiosamiento al mismo, bajo la idea de que es el único proveedor y benefactor en la vida de todos los mortales del mundo.

Lastimosamente, todo ello, es alentado directa o indirectamente por “mucha gente que cree” que es posible lograr una mejor sociedad a través de una orden desde arriba previamente planificada por algunos que son quienes se montan y se consideran fenomenalmente superiores a los demás, haciendo gala como forma de aplicar sus designios, mediante la coerción y la fuerza del poder (que tienen a su disposición), imponiendo a su prójimo (sin ser éstos antes consultados) aquella sociedad en la cual van a vivir, debiendo conformarse y someterse a dicho modelo (inventándose cualquier nombre a esa nueva sociedad, llámese “nuevo orden mundial” o cualquier otro denominativo que se les ocurra marquetear).

Este problema de mentalidad puede deberse a múltiples factores, entre ellos, por ejemplo, los intereses personales o de grupo (en búsqueda de mercantilismo de Estado, beneficiarse de mercados cautivos, la corrupción y la obtención de impunidad, la abundante aparición de utilitaristas oportunistas cero convicciones que sólo buscan conseguir una pega o una chamba para asegurarse cinco o más años de ingresos económicos sin realmente importarle el compromiso, la vocación y la convicción por el servicio público, etc.), sea por ignorancia, comodidad o flojera, considerando que sea el Estado quien les dé todo y les solucione sus problemas existenciales. Todo eso hace que el populismo lamentablemente siga permanentemente en el mundo fabricando miseria.

Margaret Thatcher (+), hace más de 31 años atrás, manifestaba:  «Si el Estado quiere gastar más, solo lo puede hacer pidiendo prestado de tus ahorros o cobrándote más impuestos. No es bueno pensar que algún día vendrá otro a pagar. Ese otro eres tú. No existe tal cosa como el dinero público. Solo existe el dinero de los contribuyentes».

Como vemos (sin necesidad de usar gafas de realidad virtual), la premisa sigue siendo la misma (sustraer cada vez más una buena parte del fruto de nuestros trabajos y talentos con más impuestos y endeudamientos para que aquellos que manejan el poder vivan cada vez mejor), sólo que ahora está más sofisticada, como para que la actual sociedad, feliz y alegremente pueda tragársela, cual si se tratase de una píldora mágica que concede una «vida buena» colmada de progreso, a pesar que están invadiendo abiertamente su vida privada, aceptando una seudo moral compelida, donde a lo malo se le dice bueno y a lo bueno, malo.

Al respecto, téngase en cuenta que los Estados no pueden establecer por sí mismos lo que se entiende por moral y tampoco imponer reglas morales por ley, ya que una norma moral impuesta por la fuerza no suele ser respetada a menos que se trate de evitar un castigo. La conducta obligada no tiene mérito alguno.

En ese sentido, la educación de la libertad es de suma importancia para la humanidad y ningún individuo debería ser despojado del seno familiar, pues de ocurrir tal situación, los valores ya no provendrán del hogar sino de la propaganda instalada por todos los medios, plataformas y herramientas existentes, virtuales y no virtuales.

El desarrollo humano y el progreso es posible en un ambiente donde se vean garantizadas la vida, las libertades y la propiedad privada, por cuanto viabilizan la libertad de desarrollar todo el potencial de cada vida humana.

Nosotros, los administrados no debemos estar desprevenidos, tampoco permitir ser maltratados ni andar a la defensiva ante servidores públicos autoritarios y despóticos, cualquiera sea la institución estatal.

Para que pueda cumplirse aquel postulado “vivir bien” o «vida buena» (art. 8-I de la Constitución boliviana CPE) en ambos lados (ambiente virtual y no virtual) amerita no perder la sensatez, el pensamiento crítico y que realmente comprendamos que la soberanía (art. 7 CPE) reside en el pueblo (entendiéndose pueblo como la «suma de los individuos» que sale en defensa de sus libertades individuales).

No sólo debemos saberlo sino también creerlo y tenerlo por convicción sin renunciar a los valores morales inculcados en el hogar ni que éstos sean considerados como obsoletos, olvidados y/o despreciados por puro utilitarismo oportunista en un mundo en crisis donde abunda lo inescrupuloso, lo corrupto, lo falso y lo deshonesto.

Marquemos la diferencia, más aún cuando sabemos que nuestra vida es temporal y estamos en tránsito.