Del miedo al placer de viajar

 

La crisis sanitaria mundial ha golpeado las economías de todos los sectores, sin embargo, uno de los más castigados ha sido el sector turístico. Al inicio de la pandemia, cuando más de una tercera parte de la humanidad estaba en confinamiento, el tráfico aéreo se redujo un 90%, los destinos turísticos estuvieron cerrados al igual que los hoteles y restaurantes y la actividad del sector fue casi nula. Antes de marzo de 2020, el crecimiento del turismo mundial estaba muy por encima de la economía global, suponía más del 10% del PIB mundial, gestionaba más de 1.500 millones de turistas al año y generaba puestos de trabajo para más de 300 millones de personas.



Aún cuando la vacuna se masifique y haya cierto control sobre los efectos del covid-19, esta industria será una de las últimas en recuperarse: las prohibiciones de entrada a ciertos países, los controles sanitarios a la llegada (cuarentenas incluidas, si hay síntomas sospechosos), limitarán los viajes; la recesión económica, provocará también una menor actividad comercial y de intercambio de bienes y servicios; el creciente teletrabajo y las diversas plataformas de comunicación, incidirán en la reducción de viajeros por cuestiones empresariales o de negocios; las grandes convenciones, ferias, congresos y actividades corporativas, replantearán sus frecuencias de citas y calendarios.

La recuperación del turismo pasa por garantizar la seguridad, física y psicológica, de los viajeros. Las estrictas medidas y protocolos de bioseguridad, en toda la cadena de la experiencia turística, son un requisito imprescindible. Aquí confluyen los esfuerzos públicos y privados: adecuación de ambientes en las áreas de salida y llegada de pasajeros, promoción de espacios al aire libre, medidas de seguridad sanitaria en los destinos a visitar, reducción del aforo de personas en lugares de gran afluencia, seguros de viajes, flexibilidad para cambios y anulaciones de reservas, certificaciones de desinfección, entre otros.

Hasta que no disminuya el miedo y la desconfianza de estar rodeados de gente en las salas de espera y en los propios vehículos de transporte (buses, trenes, barcos o aviones) la cantidad de pasajeros no volverá a los niveles que se tenía antes de la pandemia.

Se prevé que el ritmo de reactivación se dará en dos fases: la primera, con los destinos rurales o de cercanías, donde no se necesita usar medios de transporte masivos y se puede llegar con vehículo propio o alquilado. Para impulsar este turismo local y nacional, las autoridades podrían implementar lo que se conoce como “puentes”, es decir, trasladar los feriados a un viernes o lunes, para que se generen fines de semana largos y motiven a que las familias visiten destinos locales y/o provinciales. La segunda fase —la internacional—, de destinos lejanos y exóticos, podría demorarse un par de años más en su total recuperación, y su desarrollo depende de factores ajenos al control de gobiernos locales.

Bolivia, con una variedad de ecosistemas, con ricas y atractivas expresiones culturales de sus pueblos originarios, con áreas protegidas y parques naturales, con una diversidad de destinos, ya conocidos mundialmente (Misiones Jesuíticas, salar de Uyuni, Parque Nacional Madidi y Rurrenabaque, lago Tititaca, Samaipata, entre otros), podría apostar a la “industria sin chimeneas” para apuntalar su desarrollo y diversificar su economía.