Los extremos avanzan, pero Latinoamérica no

 

Tanto las últimas elecciones como las que se vienen en Latinoamérica continúan mostrando escenarios tremendamente polarizados. En Bolivia, el MAS —que ostenta el gobierno central— no pudo hacerse de los principales municipios y gobernaciones, sin embargo, ha obtenido amplia presencia parlamentaria en concejos municipales y asambleas departamentales alrededor del país. En Perú, la segunda vuelta será disputada por dos candidatos que representan a las aún vigentes posiciones políticas de izquierda y derecha, con matices de extremismo y populismo. Los estudios de opinión en Brasil muestran, por su parte, nuevamente a Lula y a Bolsonaro como preferencia de los electores. Por último, la segunda vuelta presidencial en Ecuador ha tenido como vencedor a Guillermo Lasso, que, si bien fue considerado el “candidato de la derecha ecuatoriana”, de momento no ha mostrado discursivamente signos de populismo u extremismo, por lo que puede considerarse de posición relativamente moderada dentro del espectro político, además de que ha sido ampliamente votado por sectores que en primera vuelta apoyaron a la izquierda indigenista.



En el caso de Bolivia, existen dos tipos de oposición: la derecha completamente polarizada y los disidentes del MAS. Si bien el pluralismo gubernamental y parlamentario es visto normalmente con buenos ojos por la democracia, los resultados subnacionales muestran un panorama más dual que plural, pues los disidentes del MAS ganaron en lugares donde el MAS siempre tuvo mucha fuerza y, la derecha, donde el MAS nunca ganó, lo que polariza nuevamente las administraciones y puede retrasar el progreso de las diferentes regiones de Bolivia. La combinación de distintas posiciones políticas funciona muy bien en la búsqueda de consensos para encontrar soluciones a los problemas de los ciudadanos, sin embargo, cuando los consensos giran en torno a posiciones completamente contrarias, suelen ocurrir bloqueos institucionales, que lo único que hacen, es postergar las necesidades de los ciudadanos. En algunas regiones más y en otras menos, por supuesto, Bolivia está actualmente expuesta a ese riesgo, pues existen dos categorías de políticos: “los que nunca negociarían con el MAS” y “los que nunca negociarían con la derecha”. ¿Será que van a surgir políticos/as capaces de reconciliar a ambos bandos y liderar una gestión pro-ciudadanía? Hoy, a Bolivia, le faltan políticos/as que se sienten con y escuchen a todos; que busquen consensos y pongan por delante el desarrollo de sus regiones.

Por su parte, la segunda vuelta en Perú será disputada por una candidata de la derecha populista, que anteriormente ha sido condenada por corrupción, y por un candidato de la extrema izquierda. Un país que ha buscado en los últimos años una salida urgente de los conflictos políticos y sociales que lo asedian, difícilmente podrá renovar su pacto social a través de uno de los posibles extremos presidenciables. Es muy probable que el país andino tenga que esperar nuevamente un par de años para renovar su esperanza de consenso y paz. De todos modos, el/la candidato/a que gane la segunda vuelta tendrá en sus manos reconciliar una nación entera; ojalá le vaya mejor en esa tarea que a su homólogo, Luis Arce, en Bolivia.

En Brasil, los estudios de opinión ubican una vez más a Bolsonaro y  Lula Da Silva como los principales favoritos para ganar las elecciones. Si bien aún falta bastante para el inicio de las campañas presidenciales, las cuales pueden cambiar ampliamente el escenario, los sondeos reflejan que en Brasil no ha cambiado nada en los últimos años. Bolsonaro continúa con su voto duro, aunque probablemente pierda gran parte de su “voto útil” —dada su mal vista gestión—, lo que hace crecer al otro polo político, el PT, que además de su voto duro, utiliza la gestión de Bolsonaro para otorgarse crédito por sus gestiones pasadas, y así dejar en el olvido su propia estruendosa corrupción. Mientras tanto, el país continuará a la expectativa de un/a candidato/a más moderado y sensato, que sea capaz de convencer a los electores con un discurso renovado de reconciliación, de modo que la sociedad brasileña pueda, de una vez por todas, dejar atrás los últimos años caracterizados por niveles de corrupción intolerables y, más recientemente, por la peor gestión de la pandemia a nivel mundial, según las estadísticas.

En el caso ecuatoriano, sin embargo, se ha dado un fenómeno político bastante atípico. Ciertamente el nuevo gobierno de derecha de Guillermo Lasso tendrá que co-gobernar con un parlamento con mayoría de izquierda, no obstante, gran parte de esa izquierda ecuatoriana —principalmente el ala caracterizada por el indigenismo— ha abrazado la candidatura del nuevo presidente en la segunda vuelta. A pesar de haber habido un gran número de votos nulos, el rechazo contra el partido de Andrés Arauz o la simpatía con Lasso han permitido un pluralismo político poco característico en los últimos tiempos. El presidente tendrá que buscar consensos con los representantes de sus propios electores, a pesar de no compartir la misma ideología, pero al fin y al cabo representan a los mismos votantes. En ese sentido, en Ecuador renace la esperanza de que sus gobernantes, haciendo caso a su responsabilidad moral y representativa, generen consensos en concordancia con sus votantes compartidos y, por supuesto, con una buena intención para el devenir de todo el país.

Por lo tanto, mientras en Bolivia, Perú y Brasil la polarización se mantiene y mantendrá aparentemente durante los próximos años, la población ecuatoriana ha dado un salto que los estados de bienestar alrededor del mundo dieron hace muchos años, entendiendo que ese era el camino del desarrollo social y económico: la moderación política. Latinoamérica estará a la expectativa de lo que pueda aportar esta moderación al desarrollo ecuatoriano y, si todo sale bien, solamente queda esperar que los demás países de la región repliquen en el futuro esta fórmula muy certera de paz y reconciliación.

Guillermo Bretel – Politólogo y Sociólogo de la Universidad de Würzburg, Alemania