¿Es tiempo de alinear nuestros intereses personales con el colectivo?

 

MAS de tres mil contagiados en un día, cifras de muertos que van en aumento y las redes sociales convertidas en un necrológico constante, haciéndonos conocer la muerte de familiares, amigos, artistas, periodistas, deportistas, madres, padres, niños, jóvenes, etc.



En estos momentos resulta difícil vislumbrar el día en que la pandemia del coronavirus resulte un recuerdo del pasado. Las consecuencias de esta crisis sanitaria nacional y global, que afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias, convicciones o patrimonios, profesiones, parentescos, género, son difíciles de imaginar. Pero mientras llegue ese día: ¿Estaremos cambiando sustancialmente nuestra visión de vida? ¿La sociedad estará notando sus indiferencias actuales? ¿Los grupos de poder ya sean políticos o regionales estarán alentados a cambiar de actitud? ¿Tendremos un país unido o nuestras diferencias se acentuarán con esta crisis sanitaria?

Cuesta concebir un peligro social potencialmente más instructivo por su carácter igualitario que la incomparable amenaza del Covid-19. Se trata de una cuestión global, pero en lo nacional, es que vemos que no puede abordarse con eficacia recurriendo a recetas locales, con protagonismos políticos y con shows mediáticos del presidente, ya que necesariamente el tema precisa de una cooperación internacional desde una óptica mundial y científicamente bien asesorada.

Como bolivianos todos, deberíamos tomarnos el tiempo para reflexionar, ya que las circunstancias nos obligan a darnos cuenta que este no es el momento para reivindicaciones ideológicas o sociales, al menos hasta rendir al adversario como pretende el gobierno con un poder judicial a su disposición.

Esta crisis sanitaria puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de una enorme importancia, pero para ello, se tiene que cambiar totalmente esa mirada de resentimiento de parte del gobierno masista, que además de manera increíble, muestra una pasividad muy grande y una mentalidad hegemónica del sálvese quien pueda, mientras estén ostentando el poder.

Es verdad que esta crisis carente de precedentes puede hacernos comprender que la actual desigualdad social, cada vez más delatada, no es sostenible a medio y largo plazo. Los beneficios desmesurados de la especulación deben tender a moderarse y no suponer el único modelo social a seguir. Las ventajas del trabajo se tienen que apreciar como se merece, para reactivar un consumo mitigado en el que no se solicite tanto lo suntuoso.

Tiene que llevarnos a revisar nuestro debilitado aprecio por la moral del esfuerzo. También puede contribuir a que cobremos una mayor conciencia sobre los problemas del cambio climático, ante la ausencia de un aire más puro que contribuya a una vida más sana.

Repensar las inversiones y prioridades como nación es una obligación de acá para adelante, como las que advertimos de manera desorbitada en las inversiones en gastos militares, que no sirven para mucho, salvo para sustentar presidencias e intereses personales de poder. Resulta mucho más rentable para todos invertir en ciencia e innovación, cultura y educación, además de dotar al sistema sanitario público con los recursos apropiados.

Recién ahora reparamos en que quienes trabajan en la sanidad prestan un servicio impagable, tras los recortes presupuestarios acumulados durante años, en aras de una priorización de temas MAS políticos partidarios. Bien está el emotivo aplauso desde los balcones y de todos los rincones del país a quienes están en primera fila combatiendo la pandemia. Pero es obvio que esos cualificados profesionales merecen mucho mejor trato en lo sucesivo. Empezando por contar con los medios adecuados para realizar su imprescindible labor.

Toco el tiempo de alinear el interés personal con el colectivo, se nos pide quedarnos en casa el tiempo que haga falta y calmar nuestros ánimos para no caer presas del pánico. Juntos sin exclusión alguna debemos hacer un ejercicio simultáneo de responsabilidad individual y social. Para no contagiarnos y no propagar la epidemia. Salvar nuestras vidas es una prioridad indiscutible, al ser una condición de posibilidad para cualquier otra cosa. Debe ser la primera vez en la historia de nuestro Estado que un desafío nos plantea que todos nos la juguemos todo al mismo tiempo.

MAS que seguro que no faltará quien experimente la tentación de aprovechar esta calamidad para especular y enriquecerse. Ni tampoco deben primar los intereses del sistema financiero, bancario y económico, para que, quienes logren sobrevivir a la epidemia mantengan inalterado el actual estilo de vida. El desafío es para todos.

Sin embargo, la crisis del coronavirus podría generar una limpieza colectiva propiciadora de cambios muy significativos en un orden social donde resulten más complementarios el interés personal y los intereses colectivos. No hay mal que por bien no venga.

Se tiene que aprovechar esta inusitada coyuntura para reflexionar sobre nuestros auténticos intereses y revisar nuestra escala de valores. Rentabilicemos este infeliz asedio epidémico para meditar sobre cómo suscribir un pacto social de un nuevo modelo de coexistencia y convivencia. Más allá de fórmulas caducadas y obsoletas como la del Socialismo del Siglo XXI que resultan cada vez más primitivas.

Es muy posible que casi nada sea como antes. Porque sin duda nos encontramos ante un punto de inflexión desde una perspectiva social. Ante uno de esos grandes hitos que destacan la historia. Puede darnos mucho que pensar y el tiempo para reflexionar con serenidad.

Esta crisis puede invitarnos a reencontrarnos como bolivianos, ponernos de acuerdo para reformar aquello que está mal, a través de reglas de juego menos determinadas por los intereses estrictamente políticos partidarios o de grupos de poder regionales. Que genere un contrato social nuevo, una participación fiscal más equitativa, una verdadera autonomía y una complementariedad de opuestos en el aspecto regional, respetando las naciones existentes en nuestro Estado boliviano y para nada con el discurso cultural indigenista que generó odios y rencillas.

Este sobresalto colectivo que venimos atravesando todos, puede acabar con ciertos dogmas tenidos por indiscutibles e inaugurar una nueva época. Merece la pena considerarlo conjuntamente y calmar con ello el tremendo impacto psicológico que los ciudadanos vienen atravesando.

Recordemos: “Que, si cambiamos nuestro modo de pensar, vamos a cambiar nuestro modo de actuar”