‘Ares’: la primera serie neerlandesa de Netflix presenta una sociedad secreta que encierra un corazón negro de elitismo

«Vergüenza, culpabilidad, timidez y miedo». Con estas palabras, tras un explícito flashback en el que se enseña Ares de puertas para adentro, se introduce el universo de la primera serie neerlandesa que se distribuye a través del gigante de Netflix, un thriller de terror psicológico que consta de una temporada, ocho episodios cortos de alrededor de una media hora cada uno.

 



Los valores que se mencionan en una de las primeras escenas de la serie son precisamente los que se desechan en la logia que presenta la ficción. Una selecta sociedad secreta a la que, tradicionalmente, sólo acceden hijos de buena familia y los sentimientos capitales mencionados se «borran» a través los tentáculos de la fuerza sobrenatural que se esconde en los cimientos de la propia sede de la logia.

Mientras que una prestigiosa neurocirujana proclama una «vida normal para todos gracias a la estimulación cerebral», un carísimo tratamiento técnico para tratar a pacientes con párkinson, entre otras enfermedades, Rosa (Jade Olieberg), la protagonista de la serie, saca a relucir la cuestión que engloba toda la trama de la misma: se trata de una posibilidad «solo para ricos», en palabras del propio personaje.

Aunque ‘Ares’ (creada por Pieter Kuijpers, Iris Otten y Sander van Meurs) se mueve entre dos mundos, a fin de cuentas ambos están cortados por la misma fuerza, muy alejada de la filosofía de la meritocracia que parece haber ganado ciertos adeptos en el siglo XXI.

 

 

En el corazón de una sociedad moderna como otra cualquiera hoy en día, concretamente en Amsterdam (Países Bajos), se «esconde» a plena luz del día el mayor elitismo y ostentación de una poderosa hermandad, que capta la atención de Rosa, una universitaria que detesta su vida al haber tenido que hacerse cargo de responsabilidades que frenan su ambición y verse obligada a cuidar de su madre, una mujer con una frágil salud mental que pasa mucho tiempo sola encerrada entre cuatro paredes.

Alejada de su mejor amigo, Jacob (Tobias Kersloot), la joven se topa por casualidad con la «reclutadora» de Ares, Carmen (Lisa Smit), quien con sus respuestas enigmáticas consigue hacer brotar la curiosidad en la joven y que ésta finalmente cruce el umbral de la logia para conseguir lo que con todos sus esfuerzos todavía no ha conseguido: estar encima de la pirámide y ser alguien importante.Ares

Sin ser la elegida a primera vista, Rosa capta nuestra atención por ser una especie de Mesías, perteneciente a la clase obrera, que está dispuesto a romper el esquema de lo establecido dinamitando desde dentro los cimientos de la institución, algo que se deja entrever en esas primeras pruebas que tienen que superar los aspirantes para ganarse su puesto en la logia.

Nada más lejos de la realidad, ya que las expectativas que se cultivan en ese segundo capítulo no se llegan a cumplir a pesar de que Rosa estará en un brete durante todo su aprendizaje en ‘Ares’.

 

 

Es ahí cuando empieza, para decepción de aquellos a quienes no les entusiasme los entramados crípticos en una serie, el imaginario caótico en el que se recrea la filosofía de esa sociedad secreta. Un mundo, un tanto vacío, que gira en torno a ese pozo oscuro en el que se hace hincapié en la cabecera de la serie.

En este sentido, aunque muy alejado de la estética de videojuego de ‘Stranger Things‘, el «monstruo» que habita en las profundidades de Ares y que se revuelve a cada paso que da el antagonista, Jacob, quien se cuelga la guadaña en la ficción para hacer justicia y sesgar los pecados capitales de los miembros de la logia, puede llegar a recordar precisamente al Demogorgon por cómo «vacía» a sus víctimas. No obstante, el esquema del mal en ‘Ares’ es mucho más primitivo y se aferra a nuestros instintos más básicos, la moneda de cambio de la logia.Ares

Amor vs. pecados capitales

«Entrega tu alma a Beal», esa es la premisa que acecha a la protagonista durante toda la serie, de la que sorprende que no se cuestione apenas lo que está viviendo en las redes de Ares y que sucumba tan rápidamente a un esquema que incide en la cuestión, un poco rancia, de que para ser el mejor hay que ser implacable y no dejar margen a la emoción. Aunque lo hace recurriendo a la intriga de esconderse algunas piezas del puzzle en un primer momento.

Lo más interesante de este planteamiento es que el equilibrio «bíblico» de las cosas da un giro de 360 grados y se resiente cuando el pozo de ambición de Ares se desborda, a la par que los roles de heroína y antagonista también se intercambian.

 

 

«Cada día se inquieta más», dice Maurits (Hans Kesting), el encargado de designar a quien preside la sociedad secreta, en uno de los capítulos, donde se explicita una especie de mensaje ecologista retorcido, en el que el amor, que para muchos puede ser considerado uno de los principales motores del mundo, queda en el olvido.

A pesar de lo prometedora que puede parecer en un primer momento la ficción, ‘Ares’ incurre durante su desarrollo en repeticiones que pueden llegar a hacerse demasiado predecibles, por lo esperados que son algunos de los acontecimientos. Aun así, el desenlace no decepciona y, previsiblemente, da a los espectadores que han llegado hasta el capítulo final lo que buscaban, por lo que merece la pena el camino recorrido.

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