Bolivia y el maleficio del gas

 

Haciendo honor a su nombre, que proviene del término griego kaos (desorden), este fluido se distingue de los otros elementos de la naturaleza o, estados de la materia, sean estos sólidos o líquidos, por ser invisible y ajeno al tacto.



Sin embargo, al igual que ocurre con los otros dos estados de la materia citados, el gas puede también transformarse en líquido, de ser sometido a bajísimas temperaturas, en un proceso que se denomina de condensación cuando se trata de vapores y licuefacción en el caso de los gases perfectos, y siempre destinado al servicio de la sociedad empero, el ser humano, en su inefable afán de hacer daño a su prójimo, supo añadirle tipologías que lo hacen también dañino y hasta letal.

Aunque así parezca, no pretendemos utilizar esta entrega para tratar sobre esta árida, como tediosa materia, sino más bien sobre el estrecho enlazamiento de este elemento con la cotidianidad de los bolivianos desde el año 1966, cuando se perfora el pozo Monteagudo con excelentes resultados, y un año más tarde, en 1967, se descubre San Alberto en Tarija. Esta década fue la que marcó la creación de la División de Gas en la Gerencia de Refinerías y Oleoductos de YPFB.

Asimismo, fue la década cuando descubrimos que el petróleo podía ser suplido en las exportaciones por este portentoso fluido, tan apetecido por nuestros más grandes vecinos, como el Brasil y la Argentina. Sin embargo, con ese milagro nacía también la angurria de políticos que consideraban que era distinto gobernar a la díscola Bolivia con los dineros que nos aseguraba este nuevo recurso y, al decir de muchos de ellos, se aseguraba que “Bolivia nadaba sobre un mar de gas”.

Pronto la fiebre de las heroicas nacionalizaciones caracterizó a cuanto titán se hacía del Palacio Quemado, para atraer la simpatía política del pueblo, pero sin intuir que dichas absurdas medidas ahuyentaban también a los inversionistas.

Así llegó la década del 2000 y, cumpliendo ese viejo adagio que reza “Lo mal habido se lo lleva el Diablo”, llegaron las famosas huestes castrochavistas, que ya habían dado cuenta con las reservas del país productor más grande de petróleo del Continente y, en catorce años nos dejaron sin gas y sin clientela.

A estas alturas del Siglo XXI, después de 54 años de haber sido generosamente dotados por la madre naturaleza con un recurso natural que, bien administrado, pudo alimentar hasta a nuestra quinta generación, nos vemos enfrascados en una dudosa compra de gas, pero lacrimógeno, que ha llevado a exautoridades ante los estrados judiciales del Imperio, para su juzgamiento por varios delitos.

A su vez, autoridades judiciales han emprendido un inmediato viaje a los EE.UU., dizque para recobrar unos cuantos millones de dólares que sean recuperados de dicho juicio. Suponemos que tales dineros no cubrirían ni los honorarios de la prestigiosa firma de abogados que fue contratada para el citado efecto, de nombre “Greenberg Traurig”, cuyo significado en español sería “Montaña verde y triste” que nos recuerda a una de esas todavía existentes en los Yungas y/o en el Chapare, como un augurio de futuras inversiones; de nuevos gobiernos; o simplemente del maleficio del gas que se nos hizo gas.