Donde todo es eterno

 

Durante las plagas que azotaron Egipto, la Biblia habla de un periodo de tres días de oscuridad que cubriría a la tierra, una creencia de origen cristiano, que ha sido luego mencionada en varias épocas por distintos videntes y santos, y suponemos que se basó en el libro del Éxodo, donde se menciona que Dios le dijo a Moisés que estirara las manos al cielo para que la oscuridad cayera sobre Egipto. Este periodo duró tres días y solo hubo luz en las casas de los israelitas.



En momentos de tribulación, cuando semejante pandemia se cierne sobre el planeta, y la muerte y la desolación han asomado hasta nuestras puertas, hasta los más escépticos comienzan a dudar de su arraigada aprensión, dando pábulo a estas profecías que otrora eran solo para sojuzgar el espíritu de los ignaros.

Sin pretender abroquelarnos al pie de la letra, en estos textos, y menos contribuir al aumento del temor y la paranoia, no dejamos de observar una serie de hechos que condicen con esa triste y lamentable realidad, como la aparición de entidades demoniacas en nuestra sociedad, que lejos de unirla, la desquician y fragmentan.

Así como se inició esta suerte de tercera guerra mundial, sin la necesidad de utilizar aviones, tanques o acorazados, se acude a la guerra bacteriológica o química, caso de la pandemia que nos asola y, a nivel nacional, en lugar de acudir a las anacrónicas revoluciones o “golpes de Estado” han inventado la revolución judicial, donde los jueces hacen las veces de soldados, y los fiscales de paramilitares, con un código penal trucho, al igual que la  Constitución que blanden como arma para encarcelar, sino asesinar a los opositores. Sino véase lo que nos está ocurriendo acá, en Nicaragua, en Venezuela, y la santa sede cubana.

Contritos con esta luctuosa realidad, leímos con asombro un premonitorio poema de nuestro excelso poeta Guillermo Riveros Tejada, que consideramos apropiado transcribirlo en esta entrega:

“Qué largo estar aquí, que corto el irse.

Vivir con su pasión siglos enteros.

Pensar; o no pensar, que nada es permanente;

solo quizás el amor prolonga nuestra muerte en otras vidas.

Estar aquí; o no estar, qué más daría; si no existiera alguien que nos eche de menos. Que, al oír una canción, o aspirar un perfume, nos estreche en sus brazos con pasión rediviva.

No recontamos, al final, las nuevas vidas; vivimos recontando nuevas muertes.

Ayer se fue Simón, el carpintero, se fue mi hermano el que yo más quería; mi hijo se fue, el compañero, el perro, mi caballo, todo se ha ido. Con cada muerte morimos y vivimos. El dolor viene, nos golpea y prepara,

Y si al final morir es reencontrarse, con los seres que amamos, a que seguir viviendo lo efímero. ¡Vamos hermanos! ¡Vamos amor cantando, a reencontrarnos en el final del tiempo, allí donde todo es eterno!”