Siria se ha convertido en epicentro mundial de producción de fenetilina de una marca llamada Captagon y su comercio empieza a tener peso en el PIB de una economía dañada por la guerra
Fuente: El Diario
En el verano de 2015, un poderoso cargo de seguridad abordó a un empresario de la provincia siria de Latakia para pedirle un favor. Quería que el comerciante, un importador de suministros médicos, obtuviera grandes cantidades del extranjero de un medicamento llamado fenetilina. El régimen, dijo, estaría dispuesto a comprar el lote.
Tras una búsqueda en Internet, el comerciante tomó una decisión. Sacó a su mujer y a sus hijos del país y esa misma semana abandonó su casa y obtuvo lo que pudo de sus empresas para empezar desde cero en otro país. «Sé lo que me pedían», afirma desde su nuevo hogar en París. «Querían el ingrediente principal del Captagon. Y esa droga es un negocio turbio».
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Otros empresarios del norte de Siria no han tenido tantas reservas morales. La fabricación de Captagon en el corazón del régimen se ha convertido en uno de los únicos éxitos empresariales recientes de Siria; una industria en crecimiento tan grande y sofisticada que está empezando a rivalizar con el Producto Interior Bruto (PIB) de la maltrecha economía nacional.
Desde un país en ruinas y el también desastroso colapso al otro lado de la frontera, en Líbano –donde a finales de abril oficiales saudíes encontraron un cargamento de Captagon escondido en granadas y exportado desde Beirut–, se está imponiendo una realidad: ambos países se están convirtiendo rápidamente en narco-Estados, si es que no encajan ya en esa definición.
La cocaína de los pobres
Antes de la incautación en abril de millones de pastillas de Captagon, lo que llevó a Arabia Saudí a prohibir todas las importaciones agrícolas procedentes del Líbano, en los últimos dos años se habían interceptado al menos otros 15 envíos de esta droga en Oriente Medio y Europa.
Seis agentes de policía y de los servicios de inteligencia de Oriente Próximo y Europa han declarado a The Guardian que todos fueron enviados desde el epicentro del Captagon en Siria o a través de la frontera del Líbano, donde una red de intocables –familias del crimen, líderes de milicias y dirigentes políticos– han formado cárteles transfronterizos que fabrican y distribuyen cantidades de droga a escala industrial.
«Son gente muy peligrosa», dice un alto funcionario en Beirut. «No temen a nadie. Lo hacen a la vista de todos», añade.
Captagon es uno de los varios nombres de marca del compuesto farmacológico clorhidrato de fenetilina. Se trata de un estimulante con propiedades adictivas que se utiliza con fines recreativos en todo Oriente Medio y que a veces se denomina «la cocaína de los pobres». También es utilizada por grupos armados y fuerzas regulares en situaciones de combate, ya que se considera que tiene propiedades que aumentan el coraje y adormecen los miedos.
A todos los efectos, la frontera entre ambos países se difumina; una zona sin ley donde los traficantes operan con la complicidad de los funcionarios de ambos lados. Los traficantes mueven materia prima y productos acabados, tanto hachís como Captagon, a lo largo de una ruta que pasa por el valle libanés de la Bekaa, la ciudad fronteriza siria de Qusayr y las carreteras hacia el norte a través del corazón alauita del Gobierno de Asad, hacia los puertos de Latakia y Tartus.
El simil con el cártel de Sinaloa
Latakia ha estado bajo el intenso escrutinio de las agencias de policía e inteligencia europeas y estadounidenses. Samer al-Asad, primo del líder sirio Bashar al-Asad, es una figura influyente en el puerto. Según el comerciante exiliado y otros tres empresarios de Latakia, todo aquel que quiera operar debe pagar una importante tajada de los ingresos a cambio del acceso a las redes y la protección.
A pesar del escrutinio sobre el puerto, se han realizado pocas incautaciones en origen. En cambio, la lista de incautaciones desde 2019 compite con el apogeo del cártel de Sinaloa de México por su escala y eficiencia.
Entre estas incautaciones están cinco toneladas de pastillas de Captagon encontradas en Grecia en julio de 2019, dos alijos similares en Dubái en los meses siguientes y cuatro toneladas de hachís descubiertas en la ciudad egipcia de Port Said en abril de 2020, envueltas en el embalaje de la empresa Milkman. En ese momento la empresa era propiedad del magnate del régimen Rami Makhlouf.
También hubo un envío de Captagon a Arabia Saudí oculto en hojas de té, así como incautaciones en Rumanía, Jordania, Bahréin y Turquía. En julio del año pasado se interceptó en el puerto italiano de Salerno el mayor alijo de la historia de esta droga, con un valor en el mercado de más de 1.000 millones de euros, que se cree que estaba destinado a ser un punto de paso en la ruta hacia Dubai.
El cargamento estaba oculto en rollos de papel y maquinaria enviados desde una imprenta de Alepo y los funcionarios italianos atribuyeron inicialmente la importación al grupo terrorista Estado Islámico. En diciembre pasado, la autoría se atribuyó a la poderosa milicia libanesa Hezbolá. Ellos niegan su implicación y afirman que no tienen nada que ver con el comercio regional y mundial de Captagon, que se está asociando rápidamente con los dos países fallidos.
Siria, «epicentro mundial de la producción de Captagon»
La organización Centre for Operational Analysis and Research, que se centra en Siria, publicó recientemente un informe en el que destaca el papel del Captagon y el hachís en el país, cuya economía se ha visto paralizada por una década de guerra, las sanciones de Occidente, la corrupción arraigada y el colapso del Líbano, donde miles de millones de dólares han desaparecido en el pozo del sistema bancario del país.
«Siria es un narco-Estado con la presencia de dos drogas mayoritarias: el hachís y el estimulante de tipo anfetamínico Captagon», dice el informe. «Siria es el epicentro mundial de la producción de Captagon, que ahora está más industrializado, adaptado y técnicamente sofisticado que nunca.
«En 2020 las exportaciones de Captagon desde Siria alcanzaron un valor de mercado de al menos 3.460 millones de dólares. Aunque se trata de una conjetura, es posible que el techo del mercado sea mucho más alto. Aunque el tráfico de Captagon fue en su día una de las vías de financiación utilizadas por los grupos armados de la oposición, la consolidación del control territorial ha permitido al Gobierno de Asad y a sus principales aliados regionales consolidar su papel como principales beneficiarios del comercio de estupefacientes en Siria».
Un exinfiltrado del régimen en el exilio y que mantiene conexiones con algunos funcionarios dentro del país, afirma que «la guerra en Siria no solo ha causado la muerte de cientos de miles de personas, más de seis millones de refugiados, ocho millones de desplazados internos, alrededor de un millón de heridos y la destrucción total de pueblos y ciudades, sino que también ha provocado un colapso total de la economía tras la crisis bancaria libanesa, la pandemia y una ley de Estados Unidos que fija sanciones. Todo ello ha convertido al país oficialmente en un narco-Estado, con unos pocos empresarios próximos al régimen y señores de la guerra convertidos en señores de la droga».
«Al principio del conflicto, un dólar equivalía a 50 libras sirias. El tipo de cambio bajó, pero logró mantenerse en 500-600 libras sirias a lo largo de ocho años de guerra, hasta que comenzó la crisis libanesa en 2019. Entonces empezamos a ver el colapso total de ambas divisas simultáneamente, lo que demuestra lo interconectadas que están. El Líbano había estado actuando como el respirador de Siria. Y de repente perdió su suministro de oxígeno», dice.
Varios meses después de que el comerciante de Latakia huyera de Siria, un visitante llegó al Líbano en un jet privado procedente de Arabia Saudí. Era el príncipe Abdulmohsen bin Abdulaziz al-Saud, un miembro de la familia real, que entonces tenía unos 20 años. Cuando el príncipe se preparaba para volar a casa, el 26 de octubre de 2015, fue detenido, supuestamente con dos toneladas de pastillas de Captagon en su equipaje.
Durante los siguientes cuatro años estuvo recluido en una habitación situada encima de una comisaría de policía en el barrio de Hamra, en Beirut, donde recibió más prebendas que otros presos, mientras continuaban las negociaciones para su liberación.
Según un miembro de los servicios de inteligencia libaneses, «Hezbolá le tendió una trampa». «Cayó en una trampa y a Riad le llevó mucho tiempo liberarlo porque la gente de aquí quería una compensación. El Estado no estaba involucrado. Todo se hizo para que desapareciera. Se pagó a la gente adecuada y se fue a casa en 2019. El captagon tiene un gran poder para conseguir cosas».
Traducido por Emma Reverter