¿Y para cuándo una medalla olímpica?

 

Olimpia era la sede de las competiciones atléticas que se disputaban por representantes de las diversas ciudades-estado de la antigua Grecia. Estos juegos olímpicos se celebraban cada cuatro años en medio de una “tregua sagrada”, que suponía la prohibición de toda actividad bélica durante el desarrollo del evento para que los atletas viajen sin contratiempos. En esa época (776 a.C. – 393 d.C.) las guerras y confrontaciones entre los habitantes de las polis eran parte de la cotidianidad.

Estos juegos de la antigüedad —con orígenes mitológicos—, eran bastante diferentes de los actuales y conllevaban intereses, taras y características de ese momento histórico: solo hombres libres que hablaban griego competían, habían muy pocas disciplinas comparadas con las modernas (carrera de carros, pugilato, lucha, carrera a pie, combates, lanzamiento de peso, tiro con arco, lanzamiento de jabalina, entre otras) y Olimpia era la única sede.



Además de ser una manifestación religiosa de veneración a los dioses y contribuir al desarrollo armónico del cuerpo y del alma de sus habitantes, los juegos favorecían al acercamiento y relaciones de los estados del mundo helénico y todas sus colonias dispersas por las costas del Mediterráneo. El torneo era una fiesta de integración donde todo pasaba a segundo plano, constituía el alma de las relaciones interhelénicas.

Los Juegos Olímpicos actuales, inspirados en los de la antigua Grecia, son el mayor evento deportivo internacional multidisciplinario y han ido evolucionando y diversificándose de acuerdo a estaciones y participantes (verano, invierno, paralímpicos, juveniles). El Comité Olímpico Internacional los viene organizando desde 1896, siendo Atenas, capital de Grecia, la primera sede de esta era moderna.

Bolivia participa desde Berlín (1936), aunque su presencia ha sido siempre más simbólica que competitiva. Somos el único país de Sudamérica que no ha ganado una sola medalla en los Juegos Olímpicos. Salvo algunas excepciones (Río 2016), nuestros atletas se han hecho presentes gracias a invitaciones, sin haber conseguido las marcas mínimas para asegurar una plaza en las categorías que así lo establecen.

La natación ha sido uno de los deportes en los que nos hemos destacado, pero sin llegar todavía al podio. Katerine Moreno tiene el récord de haber participado en cuatro juegos (Seúl 1988, Sídney 2000, Atenas 2004 y Pekín 2008). La nadadora fue la deportista olímpica más joven de toda nuestra historia (14 años). Otra mujer, Ángela Castro, posee el récord nacional en marcha femenina de 20 km, pero lejos todavía de los tiempos internacionales. En general, nuestras mejores marcas no alcanzan los niveles que hacen falta para obtener una medalla.

Los atletas locales están huérfanos de apoyo por parte del Estado. Su preparación es el resultado de esfuerzos personales y familiares. No existe una infraestructura física —pública y gratuita—, que acompañe las necesidades de los deportistas. No hay centros de alto rendimiento y menos aún recursos para todo el equipo humano alrededor del competidor (entrenadores, nutricionistas, kinesiólogos, psicólogos). No hay certámenes serios, infantiles y juveniles, que permitan descubrir talentos. No existen becas o fondos, de ningún tipo, que subvencionen los largos y costosos tiempos de entrenamiento. No podemos pedir peras al olmo. Las medallas llegarán cuando todas estas condiciones se sumen al talento natural de nuestros atletas.