La mentira en la política

Cuánto no habrían deseado Evo Morales y la jerarquía masista, que un general o un coronel se hubiera levantado en armas en los días graves de noviembre de 2019 y masacraran a 200 ciudadanos en El Alto y La Paz y a otros 200 en el Chapare y la ciudad de Cochabamba. Que Jeanine Añez no fuera tomada en cuenta por los militares, canceladas las elecciones fraudulentas, y cerrada la Asamblea con candado, como lo fue tantas veces. Los observadores creen que ese era el propósito siniestro de Morales, pero que le salió el tiro por la culata y su show se fue al carajo.

Si algún general o coronel enardecido sacaba tanques a las calles y ordenaba echar ráfagas desde nuestros obsoletos cazas, además de lanzar a las calles algunos regimientos, se habría producido una junta de militares en el Gran Cuartel de Miraflores al son de la marcha “Talacocha” y Bolivia se habría convertido en el único país en América gobernada por un dictador de uniforme. Populistas, izquierdistas, moderados y pueblo, luego del primer impacto, se habrían declarado víctimas y clamado por el retorno inmediato a la democracia. La comunidad internacional, desde Alaska hasta Ushuaia, habrían echado el grito al cielo invocando respeto a los derechos humanos, a las leyes, a la Carta Democrática y a la inmediata reposición institucional.



Pero eso no sucedió; no hubo golpe. Morales se derrumbó porque la nación no le aceptó un fraude más. Huyó despavorido como despavoridos escaparon sus ministros, y se procedió a una sucesión constitucional que estaba fuera de los planes del masismo. Ser echados del poder por el camba Luis Fernando Camacho y los “pititas”, y que el todopoderoso cacique fuera relevado por una senadora que venía del Beni, tiró por los suelos todo aquel altanero “patria o muerte, venceremos” y descubrió a una pandilla de asustadizos sujetos que se hicieron humo sin oír ni siquiera un disparo.

Pero ahí volvió a jugar sus cartas la mentira. Los conocidos embustes de Evo Morales, el político más mentiroso que ha pasado por la historia de Bolivia. Una vez que había renunciado a la presidencia, que había anulado las elecciones, que había pedido repetirlas, mintió que había sido víctima de un golpe de Estado, que existía un “gobierno de facto” y que la señora Añez había accedido al poder por obra de unos militares traidores. Todo mentira.

Como había engañado durante 14 años a la ciudadanía, no tuvo vergüenza en volver a mentir que había sido derrocado por un cuartelazo que había producido masacres por doquier. ¡Falso! Pero había que mentir para hacerse la víctima y poder volver al trono. Tanto Morales como todos los masistas se sometieron a la consigna de mentir que se había producido un golpe. Afirmar que el Informe de la OEA y las conclusiones de la UE eran falsos.

Desde quienes negociaron el acceso de Jeanine Añez al gobierno, hasta los dos tercios de la Asamblea masista, que admitió la sucesión y continuó funcionando, falsearon la verdad. Morales mintió, mintió y mintió. Y Arce no deja de contar mentiras impías y también piadosas hasta en el Día de la Patria. Choquehuanca aparece como un bondadoso redentor, pero miente también. Como inventa embustes Arce Zaconeta, ahora haciendo el ridículo en la OEA. Bolivia se ha convertido en la capital de la falacia y la patraña. Para rematar, han aparecido los Lanchipa, especie que, además de embusteros, saltan como camaleones de un bando a otro, aparentando rectitud y decencia.

La Bolivia de la mentira, la corrupción, la deslealtad, el abuso y el fraude, está reflejada en el canallesco maltrato a la ex presidente Jeanine Añez y a sus ministros. En la ofensa a las FF.AA. y a los generales presos. Si observamos a Evo y los Lanchipa podemos darnos cuenta de que el país está moralmente peor que hace un siglo. “La candidatura de Rojas” de Chirveches y “El cholo Portales” de Finot, son cuentos de niños de teta al lado de los embusteros y pícaros de hoy. Bolivia es nomás un “pueblo enfermo”, como la definió Alcides Arguedas, el hombre que mejor conocía a sus coterráneos, desde sus ancestros.