Desencriptando dedicatorias

 

 



En mi oficio de editor, un espacio que siempre me llama la atención y miro con curiosidad cuando los autores entregan sus manuscritos para ser publicados, es el de la dedicatoria. Sin que sean un género literario en sí, las dedicatorias —literales o metafóricas—, estimulan la curiosidad del lector al saber que estas tienen una gran significación afectiva para el autor.

Habitualmente, es un texto breve que va en las páginas preliminares (dedicatoria, agradecimientos, epígrafes, índice de contenido), en una hoja simple y sin numeración. Por lo general, la dedicatoria tiene un destinatario evidente con un nexo emocional con el autor: padres, pareja, hijos, mejor amigo, algún ser querido fallecido, mentores, etc. Sin embargo, no siempre el texto es tan explícito y puede contener un mensaje cifrado que solo lo entiende la persona a quien está dedicada la publicación. Quizás, el reto de desentrañar esa clave hace que me interesen tanto las dedicatorias y tenga una colección de textos subrayados que, durante o después de la lectura del libro, intento esclarecer.

En algunos casos, en esas pocas líneas, entre el escritor y el destinatario, hay más intimidad del autor que en el propio libro. Dependiendo de nuestro particular ritual de lectura, muchas veces esa “conversación privada” es lo primero que conocemos del autor. Algunos textos, por su singularidad y creatividad, consiguen enamorarnos, emocionarnos, hacernos reír o dejarnos perplejos y curiosos de saber qué es lo que quiso decir o a quién está dedicada la publicación.

Hay algunas dedicatorias, como las de Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, que son una declaración de principios: “A LÉON WERTH. Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una buena excusa: esta persona mayor es mi mejor amigo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Realmente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastan, dedicaré este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños (pero pocos se acuerdan). Corrijo, entonces, mi dedicatoria: A LÉON WERTH. Cuando era niño”.

Tengo recopilado un centenar, pero voy a copiar las más originales que he cosechado en este año pandémico: “A mi madre, mano firme de algodón” de Irene Vallejo en El infinito en un junco. Presten atención a las mayúsculas y minúsculas de la dedicatoria de Héctor Abad Faciolince en Fragmentos de amor furtivo: “a Una (y a otras)”. Esta de Antonio Muñoz Molina en Plenilunio es un secreto a medio desvelar: “Para Elvira, que tenía tantas ganas de leer este libro”. Camilo José Cela, en La familia de Pascual muestra su conocido sarcasmo: “Dedico este libro a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. Esta otra, no deja mayores dudas, por lo reiterativa: “Este libro es de Inés, es para Inés, es por Inés” de Pedro Mairal en Maniobras de evasión.

Rosa Montero, en La loca de la casa, hace malabares con el lenguaje: “Para Martina, que es y no es. Y que, no siendo, me ha enseñado mucho”. La dedicatoria de Fernando Savater en su último libro: La peor parte. Memorias de amor, que guarda los recuerdos de quien fuera su compañera de vida durante treinta y cinco años, produce escalofríos al imaginar la desolación que padece quien la escribe: “Y, por último, todo para ti…”. Para terminar con algo de humor: Gillian Flynn en Lugares oscuros escribe: “¿Qué puedo decir sobre un hombre que sabe cómo pienso y todavía duerme a mi lado cada día con las luces apagadas?”.