Elle Fanning: «Mi hermana Dakota y yo estamos en la fase de emborracharnos y escandalizarnos con las anécdotas de lo que cada una hizo en el instituto»

Triunfó en su primer papel verdaderamente adulto al interpretar a un personaje de la realeza en ‘The Great’. Y ahora Elle Fanning tiene nuevo proyecto: coprotagonizará con su hermana ‘El ruiseñor’, basado en la novela de Kristin Hannah.

Elle Fanning con sujetador y culote de Marc Jacobs
La actriz viste sujetador y culotte de Marc Jacobs© FOTOGRAFÍA: TIERNEY GEARON/ ESTILISMO: REBECCA RAMSEY

Elle Fanning lleva actuando desde los dos años. Ahora tiene 22, y se calcula que ha interpretado a unos 60 personajes a lo largo de su carrera, lo que implicaría que ya está alcanzando las cotas de una Meryl Streep. En una conversación por Zoom, le pregunto si esto es verdad, si es siquiera posible logísticamente.

La intérprete ladea la cabeza. “A ver si es verdad…”, se pregunta. “Lo cierto es que llegué a anotarlo en cierta ocasión, creo que aún lo tengo guardado en el móvil”. Saca un teléfono rosa adornado con una pegatina del conocidísimo personaje de dibujos animados Tarta de Fresa. Sus dedos vuelan.



—Treinta y seis —anuncia finalmente.

La exestrella infantil acaba de triunfar con lo que ella denomina su “primer papel de mujer”, el de Catalina la Grande en The Great: la versión atrevida, divertida y, a veces, alegremente ahistórica que ha creado la plataforma Hulu (y que en España se puede ver en Starzplay) para narrar el audaz ascenso al poder de la monarca. Sin embargo, en su hogar, la actriz ha vuelto a instalarse en una etapa anterior de su vida. Como hemos hecho muchos, la intérprete se ha recluido en un lugar seguro durante la pandemia. Se ha refugiado en casa de su madre, situada en el Valle de San Fernando, junto a su hermana Dakota, de 26 años y también intérprete, la madre y la abuela de ambas, y el anciano schnoodle de la familia (un cruce de pequeño tamaño entre un schnauzer y un caniche), llamado Lewellen.

—Sí —dice Fanning con una carcajada—, aquí estamos todas las mujeres.

Hace un año la actriz era… mayor que ahora, en cierto sentido. La primavera pasada, en su 21º cumpleaños, Fanning se dedicó a beber chupitos de tequila en un karaoke junto a un grupo de amigos e hizo un ruidoso dueto con Dakota cuando ambas cantaron el temazo Before He Cheats, de Carrie Underwood. ¿Este año? Su madre le compró un pastel decorado con motivos de Tarta de Fresa (esta serie era una de las preferidas de Fanning cuando era pequeña). Para incluir el tema de la pandemia, Tarta de Fresa llevaba una minúscula mascarilla rosa.

—Mi madre también me compró un día en el supermercado un libro de colorear para niños de Tarta de Fresa —añade Fanning, y después tuerce el gesto—. Parece que tengo cinco años —esboza una mueca de indiferencia—. Pero bueno, la verdad es que es un lujo que estemos todas juntas y descansando un poco.

Fanning habla conmigo desde el despacho que hay en la casa familiar. Lleva una sudadera rosa y amarilla, el cabello dorado recogido en un moño y va sin maquillar. De las orejas cuelgan unos finos aros de oro (“No tengo agujeros, he estado buscando en Etsy unos pendientes de clip que sean monos”) y una serie de pulseras, también de oro, le rodean la muñeca derecha. Las dos reconocemos que llevamos un look de trabajo en la parte superior del cuerpo, pero en la inferior tenemos la típica ropa del confinamiento: pantalones grises de chándal en su caso, mallas de correr negras en el mío, aunque la verdad es que nunca he hecho ejercicio con ellas.

“¿Por qué me digo que debo escuchar lo que me dicen? Sí, soy joven, pero llevo mucho tiempo en este sector y mi opinión cuenta”

The Great, que ya ha anunciado su segunda temporada, ha convertido a Fanning en la reina emergente de la comedia negra y, aunque Hollywood se reinventa durante la pandemia, su estatus de estrella no hace más que afianzarse. Fanning declara que le gustaría que su trayectoria siguiera el ejemplo de la carrera de Katharine Hepburn, pero a mí Fanning me recuerda a la Jodie Foster o la Gwyneth Paltrow de la primera época, la de la etapa de Emma y Shakespeare enamorado, que fue un periodo espléndido para Paltrow. En el trabajo de Fanning se perciben la misma frescura e inteligencia, la misma fluidez e intuición. Nunca se nota que está actuando.

La intérprete está encantada con su transición hacia los papeles de adulto. Los actores infantiles fundamentalmente “se dedican a observar”, cuenta. “Me hace ilusión que, con suerte, ahora sean otros los que observan”, dice bajando la mirada con una leve sonrisa”, “y que se fijen en mí”. Se lleva la mano a los pendientes. “No sé si entiende lo que quiero decir”, añade enseguida.

A lo largo de varias semanas, Fanning y yo mantenemos dos extensas y espontáneas conversaciones: la primera parece una de esas íntimas charlas de madrugada en una residencia universitaria; la siguiente, más sombría, se desarrolla tras la muerte de George Floyd. La primera vez que hablo con ella, la actriz ya ha acabado de grabar la primera temporada de The Great en el palacio real de Caserta, en Italia, y está empleando el tiempo de descanso para “ponerme creativa y utilizar otras partes del cerebro”. Ha estado leyendo Falso espejo, de Jia Tolentino, haciendo galletas de mantequilla de cacahuete, fotografiando “objetos pequeños que hay por casa” y aprendiéndose los bailes de la megaestrella de TikTok Addison Rae (“Seguramente jamás los publicaré, pero no se me dan mal”). Dakota se ha estado dedicando a la pintura por números, pero a Elle (que cuenta que su madre la considera su “hija menos convencional”) esta actividad le parece demasiado metódica. A toda la familia le encanta ver programas cutres de telerrealidad, entre los que se encuentra 90 días para casarte, aunque la abuela de Fanning a veces anuncia que aquello le parece demasiado y se va a otra habitación.

Hablar con la actriz resulta fácil y natural. Es demasiado cómodo definir a Fanning como un alma vieja, pero es cierto que se dedica a glosar las virtudes del drama de 1974 Alicia ya no vive aquí, habla de las genialidades de la revista Architectural Digest y de los bañadores vintage que utilizaba, como si fueran vestidos, con siete años. Ni en un solo momento se muestra desencantada ni denota aires de superioridad. Es una mujer brillante y cordial, profesional a más no poder. Fanning ni siquiera se altera cuando mi gato anciano decide aparecer en el fondo que con tanto cuidado he preparado (un jarrón de peonías, una pila de libros de arte) y se pasa un angustioso minuto entero vomitando una bola de pelo. “¿Tiene que ocuparse de él?”. Si se emociona por algo, cosa que le sucede con frecuencia, las palabras le salen a borbotones y las pulseras chocan entre sí cuando hace ademanes en todas direcciones.

Elle posa con vestido de Bottega Veneta y anillo de David Yurman.

“Elle siempre está presente”, asegura el director Alejandro González Iñárritu, que la conoció al rodar Babel. Entonces Fanning tenía siete años. “No es la clásica persona nerviosa, que observa constantemente a su alrededor, ni que pregunta: ‘¿Quién me está mirando?”, añade. “Cuando se ríe, lo hace de verdad. A eso me refiero. Cuando escucha, lo hace de verdad. La mayoría de la gente finge que te escucha”. Fanning, al igual que su hermana, ha crecido sin cometer las meteduras de pata que suelen asociarse con las estrellas infantiles, las Lindsay Lohan, el gran grupo de quienes trabajaron en el Disney Channel, etc. De hecho, ambas han llevado una vida tan ajena al escándalo que a los tabloides no les ha quedado más remedio que publicar titulares tan sosos como: “Elle Fanning sale con la cara lavada a recoger una pizza con una informal blusa negra y una falda de rayas”. Sus padres son disciplinados exatletas, lo que claramente ha marcado una pauta. “Gracias a ellos, abordo la interpretación como si fuera un deporte”, afirma. “Por ejemplo, creo que tienes que ser previsora para poder estar preparada y entregarte al máximo: alimentarte, dormir un determinado número de horas”.

La actriz pasó la infancia en la localidad de Conyers, en el estado de Georgia. Su madre, Joy, fue tenista en la universidad y su padre, Steven, jugó al béisbol en la Liga Menor; su abuelo fue quarterback con los Philadelphia Eagles. (Posteriormente, los padres de Fanning se divorciaron). Se suponía que las hermanas se dedicarían al deporte, pero también demostraron unas tempranas aptitudes interpretativas cuando montaban obras de teatro en su casa. En una memorable producción, Dakota dio a luz con gran dramatismo y Elle fue la coprotagonista en el papel de bebé recién nacido. “Estaba debajo de su espalda y tenía que salir como si ella me estuviera dando a luz”, recuerda. Le pregunto si emplearon kétchup, y suelta una carcajada. “No, no hubo fluidos corporales ni nada de eso”, contesta.

Las historias de cómo las hermanas empezaron a actuar profesionalmente también están entrelazadas. Dakota protagonizó una producción de un campamento de teatro local titulada Rainbow Fish, estuvo espléndida en el personaje que daba título a la obra y un cazatalentos le recomendó a su madre que fueran a Nueva York o a Los Ángeles. En el año 2000 Dakota consiguió un papel, junto a Sean Penn y Michelle Pfeiffer, en Yo soy Sam, y pidieron a Elle que también participara en la película para encarnar a Dakota de pequeña. Al cabo de poco tiempo empezaron a llegarle otros trabajos. “Recuerdo haber hecho un anuncio de los sándwiches Smucker’s Uncrustables”, revela. Todavía se puede ver una copia de mala calidad en YouTube: una diminuta y rubísima Elle Fanning aparece con un vestido rosa de mangas abullonadas y mastica muy contenta un sándwich de mantequilla de cacahuete en un jardín exuberante y paradisíaco, mientras una acogedora voz en off declara: “Si es Smucker’s, tiene que ser bueno”. Fanning añade: “En el rodaje estaban encantados conmigo porque me los comía todos, y en cambio los otros niños los escupían. Decían: ‘¡Esta chica es una maravilla!”.

Pfeiffer recuerda lo maravillada que se quedó al ver lo bien que Fanning se adaptaba en el rodaje de Yo soy Sam: no era una adulta en miniatura, sino una actriz de un gran talento innato ante la cámara y, además, una niña feliz cuando dejaban de trabajar. “Estábamos muchas horas, y lo más probable es que la mayoría de los niños de esa edad se aburran, se enfaden un poco y den la lata, pero Elle estuvo comodísima en el rodaje”, declara. “Cuando descansábamos, Dakota, ella y yo jugábamos con las Barbies. Eran niñas que hacían cosas de niñas, que se divertían. De pequeña, se notaba en Elle una alegría natural que salía de su interior. Desde entonces no la había visto, hasta que hicimos juntas la secuela de Maléfica, y me sorprendió muchísimo ver que no había perdido ese rasgo. Su luz no se había apagado en absoluto”.

Con siete años, Fanning interpretó a la hija de Brad Pitt y Cate Blanchett en Babel, el desgarrador largometraje de Iñárritu que se desarrolla en diversas partes del mundo. “Se lo digo en serio, creo que no he conocido a nadie tan inteligente emocionalmente como ella”, asegura el director. Una noche, de madrugada, Iñárritu estaba dirigiendo una intensa escena de persecución de coches en el desierto en la que la policía seguía a Fanning y al chico que hacía de su hermano. Iñárritu cuenta: “Yo le indicaba: ‘Mira, cuando yo diga tal palabra, tú miras a tu hermano y te echas a llorar, luego te fijas en el hombre que tienes a la derecha, te entra un montón de miedo, te asustas y entonces sí que empiezas a llorar de verdad’. Y créame: todas y cada una de las veces, e hice 17 tomas, lo consiguió a la perfección, con la misma intensidad y precisión”. El cineasta suelta una carcajada. “Y cuando el otro chico estaba agotado, ella se ponía a dirigirlo. Le decía: ‘A ver, te ayudo. ¿Cuándo fue la última vez que no te dieron un regalo que estabas esperando? Cierra los ojos y acuérdate de ese día’. Le daba instrucciones emocionales para que él lo hiciera realidad en su corazón”.

Elle Fanning viste de Dior, falda de Gucci y anillo de David Yurman.

“Me puedo quedar horas quieta y pensando. Mi mente puede acabar en un sinfín de mundos raros y sitios extraños”

Mientras crecían en el Valle de San Fernando, Elle y Dakota fueron criadas para ser educadas y ocuparse de sus propias tareas: jamás recibieron un trato propio de jóvenes estrellas de Hollywood. “Tenemos valores muy del sur de Estados Unidos, como los buenos modales y el respeto por las personas mayores”, asegura Elle. Es evidente que aquello funcionó, porque Fanning resulta cercana de un modo casi asombroso, teniendo en cuenta que no solo ha jugado a las Barbies con Michelle Pfeiffer, sino también al paintball con Angelina Jolie. En el rodaje de Papá canguro, cuando Fanning tenía cuatro años, Eddie Murphy se dedicaba a entretener a los pequeños actores. “Hacía la cosa esa con el pulgar, eso de ponerlo así…” Alza las manos y trata, sin conseguirlo, de imitar ese truco que suelen hacer los tíos para divertir a los sobrinos en el que fingen tener un dedo medio amputado. “A los niños nos encantaba, al verlo nos daba miedo y chillábamos”.

Quizá el episodio más surrealista fue la ocasión, cuando Fanning tenía siete años, en que su familia invitó a Robert De Niro, con quien Dakota había protagonizado El escondite, y a varios parientes del actor, para que celebraran en su casa la comida de Pascua, con las actividades típicas de ese día. En honor del legendario actor, su madre quitó a toda prisa la funda de plástico que normalmente cubría el sofá “de los invitados”, así que el intérprete fue el primero en sentarse en él de forma oficial. También les dijo a sus hijas en privado que, por favor, dejaran que el huevo dorado de Pascua se lo llevaran los hijos de De Niro.

Muchos de los momentos trascendentales de la vida de Fanning aparecen en una película o están relacionados con ella. Con 12 años, dio un estirón de unos 15 centímetros mientras rodaban Somewhere. “Tenía unos dolores musculares muy fuertes”, rememora. “Por las noches aquello era un horror”. Se pudo ver claramente que ya estaba lista para los papeles de adolescente cuando hizo Super 8, el tributo de J. J. Abrams al Spielberg de la primera época. Su primer beso, con 13 años, lo dio en la pantalla, en Ginger & Rosa.

La película favorita de Fanning durante su infancia y adolescencia fue el primer largometraje de Sofía Coppola, Las vírgenes suicidas; posteriormente protagonizó dos cintas de la cineasta, Somewhere y La seducción. “Tenía las paredes llenas de fotos de Las vírgenes suicidas”, cuenta, y revela que el nombre de su primer perfil privado de Instagram fue @virginsuicides. “Es una película preciosa, onírica, yo quería vivir en ese mundo”. Considera que, para ella, rodar La seducción en Nueva Orleans y sus alrededores fue como ir a la universidad. “Había cumplido 18 años y mi madre ya no me tenía que acompañar a los rodajes, lo cual fue un momento bastante importante de mi vida”, añade Fanning. “Mi madre conocía a Sofía de cuando hice Somewhere, y Kirsten Dunst (coprotagonista de La seducción) es amiga nuestra, así que me dijo: ‘Vale, me quedo tranquila porque sé que estás con gente que conozco”.

Esboza una sonrisa al recordarlo. “Kirsten y yo hacíamos fiestas de pijamas”, cuenta. “Esa fue la primera vez que yo no era la más pequeña del rodaje, porque en el reparto había chicas menores que yo que estaban acompañadas por sus madres y que tenían que irse a hacer los deberes de matemáticas cuando en realidad lo que querían era estar con todos los demás, como me había sucedido a mí en el pasado”. Antes de The Great Fanning nunca había protagonizado una comedia. La Catalina que encarna parece una Fragonard en tonos pastel que ha cobrado vida, pero ella clava todas las frases pícaras y cómicas (“Me ha regalado usted un oso y ha dejado de pegarme. ¿Qué mujer no estaría contenta?”), y sabe plasmar la humanidad de una joven que oscila entre la inseguridad y una sensación creciente de su propio poder. La sutileza de Fanning y lo creíble que hace al personaje permiten que se sostengan algunas de las escenas más descabelladas y disparatadas, como la del banquete en el que se sirve sorbete de limón y cabezas cortadas de unos suecos muertos. Nicholas Hoult, que interpreta a Pedro III, el marido de Catalina, confiesa que le “costó muchísimo no soltar risitas” mientras pronunciaba algunas de las frases más desvergonzadas de la serie. “Desde luego, ella fue capaz de resistirse muchas más veces que yo”, añade. “Elle hace que todo parezca fácil”.

Cuando Catalina conoce a Pedro, enseguida se da cuenta de que sus fantasías románticas de adolescente de lo que es un matrimonio eran ridículas; él es el equivalente en el siglo XVIII del típico machote universitario, dado a soltar perlas como: “Las mujeres están para preñarlas, no para leer”. Las emociones aparecen de forma simultánea y con una sorprendente sutileza en el rostro de Fanning. Vemos pena, conmoción, dolor y, casi imperceptiblemente, rabia. Tanto se mete la actriz en el papel que a veces puede ruborizarse por voluntad propia. “Los labios se me sonrojan mucho”, revela. “A veces los maquilladores les tienen que aplicar base de maquillaje porque se me enrojecen demasiado cuando me pongo nerviosa”.

“Estoy eligiendo proyectos con los que, a través del arte, lograr que la gente se forme opiniones diferentes o tenga debates”.

La verdadera Catalina la Grande, que consiguió la corona en un golpe de Estado sin derramamiento de sangre, y que gobernó de 1762 a 1796, fue, tal como aparece retratada en la serie, una defensora de los ideales de la Ilustración, de la ciencia y del arte. Se vacunó contra la viruela, escribió numerosos libros y luchó por reformar el sistema educativo ruso. Quizá porque tuvo el descaro de ser una de las monarcas con mayor poder del mundo y, además, mujer, fue difamada con el rumor de que mantenía relaciones sexuales con caballos, un mito que se ha perpetuado durante siglos.

“La Catalina la Grande real fue muy libre sexualmente, por eso la gente hablaba mal de ella”, asegura Fanning. “El sexo es una parte importante de la serie, y me parecía emocionante explorar esa parte del trabajo”. Se ríe. “Personalmente, a mí me encanta estar desnuda. La verdad es que en casa siempre estoy desnuda. ¡Es algo que forma parte de la vida!”. The Great muestra temas de lo más actuales, desde las repetidas críticas de que la riqueza y los privilegios suelen producir injusticias hasta el sesgo claramente feminista del guion. Por si eso fuera poco, el reparto es diverso. Fanning añade: “En Hulu nos preguntaron: ‘¿Estamos siendo fieles históricamente a lo que se veía en Rusia en aquel tiempo?’. Nosotros queríamos ir en una dirección contraria a la fidelidad histórica. ¿Quién quiere ver una aburrida serie de época con un montón de per- sonas blancas?”. Hace un ademán de desdén. “Eso ya lo hemos visto, y es un rollo”.

La intérprete tiene la impresión de que, igual que le sucede a Catalina, ella también está encontrando su voz, la seguridad en sí misma. “Era algo que debía crecer en mi interior”, prosigue. En las primeras reuniones se autoconvencía para no dar una opinión divergente. “Me planteaba: ‘¿Digo lo que pienso?’. A veces me daba tanto miedo que no lo hacía. Con el paso del tiempo empecé a preguntarme: ‘¿Por qué me digo que aún soy joven, que debo escuchar lo que me dicen? ¿Por qué estoy pidiendo perdón? Sí, soy joven, pero llevo mucho tiempo en este sector, y mi opinión cuenta”.

Incluso en el rodaje (donde Fanning no solo era la estrella, sino también uno de los productores ejecutivos), la actriz tuvo que darse ánimos para decir lo que pensaba. “Me encantan todos los aspectos técnicos del mundo del cine y he estado en muchos rodajes, pero tenía que encontrar mi voz para decirles a los productores que, por ejemplo, en las escenas de las cenas, los figurantes actuaban con demasiados modales, que podían comer con las manos”. Se encoge de hombros. “En la corte de Pedro no contaban las buenas maneras”.

Entre toma y toma Fanning advirtió que el equipo técnico quitaba la cera que goteaba de los regios candelabros. A ella le pareció que ni Peter ni su corte se habrían detenido en eso. “Esos detallitos raros me llaman mucho la atención”, afirma. “Creo que todo esto me acabará llevando a dirigir”. Se echa hacia atrás y cruza los brazos. “Quiero contar mi propia historia”.

Dos semanas después, cuando mantenemos otra conversación por Zoom, las manifestaciones por la muerte de George Floyd están cobrando fuerza por todo Estados Unidos y es evidente que el estado de ánimo es otro. Fanning tiene el pelo recogido en el mismo moño (“Llevo días sin lavármelo”) y se ha puesto una sencilla camiseta gris de cuello de pico. Desde la última vez que hablamos, la actriz ha estado haciendo donaciones, manifestándose, entablando conversaciones difíciles con familia y amigos y mandando correos a funcionarios del Gobierno. “Black Lives Matter no puede quedarse en una moda”, afirma. “Es un movimiento que tiene que seguir vivo, debemos comprometernos día tras día”. Quiere centrarse en aumentar el porcentaje de participación electoral en las elecciones locales, cosa que, evidentemente, después afecta a otras votaciones a mayor escala, en las que parece que están más en juego los asuntos decisivos. “Me he dedicado a aprender a qué se dedican los funcionarios locales, porque votar en las elecciones de tu zona es importantísimo”, asegura Fanning.

“El movimiento de Black Lives Matter no puede quedarse en una moda. Tiene que seguir vivo, debemos comprometernos día tras día”

Teniendo en cuenta la gravedad de lo que está sucediendo en el país, queda algo raro hablar ahora de trabajo y familia, pero la intérprete responde de buen grado a todas las preguntas que me quedan. Dice que está eligiendo proyectos “que van a lograr, a través del arte, que la gente se forme opiniones distintas o tenga un debate”.

“Me alegra muchísimo que Elle esté empezando a producir, para que pueda dar su punto de vista”, dice Nicole Kidman, para quien su coprotagonista en La seducción es “mi Elle” y “un ser mágico”. “Es de lo más versátil, la verdad es que lo puede hacer todo. Creo que ahora debería dedicarse al teatro. Estaría espléndida, ¿no? Se lo repito continuamente”.

“Ha sido maravilloso ver cómo Elle ha pasado de ser la princesa Aurora a Catalina la Grande”, añade Pfeiffer. “En The Great está fabulosa y, con un tema y un tono así, eso es complicadísimo. La cosa puede salir mal muy fácilmente. Si soy sincera, yo no sé si podría”. Le pregunto a Pfeiffer si alguna vez le da a Fanning consejos profesionales, y la actriz resopla. “No, por Dios, no”, contesta. “Sería una tontería. Porque ella sabe lo que se hace, sabe adónde va”.

A medida que Fanning ha ido evolucionando, también lo ha hecho la relación con su hermana. Dakota y ella tenían previsto coprotagonizar El ruiseñor, la adaptación cinematográfica de la novela superventas de Kristin Hannah sobre dos hermanas francesas en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, se estaban preparando para desplazarse a Budapest, donde se iba a desarrollar la preproducción, cuando llegó la pandemia. “Vamos a interpretar a unas hermanas y es la primera vez que salimos juntas en una película, así que para nosotras es un proyecto especial”. La cinta, que va a dirigir Mélanie Laurent, se ha pospuesto por el momento. Entretanto, la relación entre las hermanas Fanning se ha hecho aún mas estrecha durante la pandemia. De pequeñas, la diferencia de cuatro años parecía a veces un abismo insalvable. “No te interesan las mismas cosas, discutes y te peleas”, recuerda la actriz. “Pero ahora la diferencia de edad es casi insignificante y nos entendemos a muchos niveles”. Suelta una carcajada, algo infrecuente en la conversación. “Estamos en la fase de emborracharnos y escandalizarnos con las anécdotas de lo que cada una hizo en el instituto sin que la otra se enterase”.

En la primera conversación le pregunto si podemos enseñarnos un poco la habitación en la que estamos, para rellenar esa parte del perfil en la que normalmente yo describiría el pla- to vegetariano que ella estaría “a punto de atacar” en algún restaurante de Echo Park. Empiezo sosteniendo dos discos de goma y le pregunto si sabe lo que son. Elle se fija en ellos, estupefacta. “¿Son para las tetas?”, pregunta. Le explico que se llaman Jelbows, que son unas almohadillas ergonómicas para el codo, para los guerreros de escritorio, que previenen una glamurosa afección llamada codo de ordenador. Le digo que ahora le toca a ella. Fanning se queda reflexionando unos instantes. “¿Y si le enseño mi dormitorio?”.

Elle fanning lleva vestido de Kenneth Ize, cinturón de Shinola y anillo de Pomellato.

Se levanta y coge el portátil. Recorre velozmente un espacioso pasillo blanco y entra en una cuarto modesto con papel pintado de flores. “Esta es mi habitación”, anuncia mientras hace un gesto con el brazo. Al lado de la cama hay una pila de guiones y libros, en un estilo que ella denomina “caos organizado”. En la cama se ven fundas de almohada blancas con las iniciales MEF bordadas (su primer nombre es Mary, Elle el segundo). Sin saberlo, forma parte de una tendencia emergente en decoración llamada grandmillenial (término en el que se juntan las palabras grandma, abuela en inglés, y millennial) en la que suelen emplearse motivos florales, papel de pared y bordados.

Fanning señala un calendario que cuelga en la puerta con una Barbie vintage en la parte superior. “Mire”, me dice, “ahí está nuestra cita. ¿La ve?”. Desplaza el dedo página abajo: “Vanity Fair, 13:00”. Después me enseña un cuadro de una chica cuyo cuerpo es una tarta y a la que un hombre está cortando con un cuchillo que recuerda el surrealismo pop de Mark Ryden. Fue la primera obra de arte que Fanning compró cuando aún era pequeña: no captó en absoluto la imaginería fálica de la pintura. “A mí me encantaba el aspecto de la chica, nada más, pero luego mi madre se dio cuenta de que en realidad el tema es la pérdida de la virginidad”, aclara.

“Elle es muy sensible y generosa, siempre busca la belleza de las cosas, pero en ella también hay una gran profundidad y complejidad”, cuenta Laura Mulleavy, que fundó la firma de moda Rodarte con su hermana Kate, y que conoce a Fanning desde los 13 años.

A pesar de su precocidad y de su productividad, a Fanning le encanta estar en su habitación y perderse en sus pensamientos. Ambas coincidimos en que soñar despierto es un arte que se está perdiendo. “Me puedo quedar horas quieta y pensando”, me cuenta. “Mi mente puede acabar en un sinfín de mundos raros y sitios extraños”. Sonríe. “Creo que esto significa que he acertado con mi profesión, porque actuar está muy relacionado con la imaginación. Para mí es el elemento clave, porque es muy difícil describir”, y hace el gesto de poner comillas, “tu ‘proceso”.

Le pido a la actriz que me ponga un ejemplo de las cosas con las que sueña despierta. Contesta enseguida, lo que me resulta conmovedor: la valentía que muestra en sus interpretaciones también queda reflejada en su personalidad mediante el tipo de franqueza y de vulnerabilidad emocional que muchos de nosotros, después de largas horas de práctica, escondemos tras las bromas o el cinismo.

Últimamente, cuenta Fanning, ha estado pensando en la casa en la que le gustaría vivir y cómo estaría diseñada. “O también en cómo quiero que sea mi vida”, sigue diciendo mientras se sienta en la cama. “Sé que quiero tener muchos hijos, e imagino qué tipo de madre seré”. Hace una pausa. “El otro día me estaba acordando de La historia interminable, una de mis películas preferidas, y me preguntaba qué tipo de mundo fantástico sería yo capaz de crear. A medida que he ido creciendo se me da mejor saber cómo expandir los límites de mi mente, también no pedir perdón por mis ideas raras”. La actriz tendrá que esperar a que la pandemia esté controlada y pueda volver a los rodajes para empezar a buscar casa propia. Por ahora, quedémonos con ella en esta sosegada habitación, con su cabecero acolchado y su colección de Barbies de edición limitada. En algún momento tendrá que irse. Pero aún no.

Fuente: revistavanityfair.es