¡Hola Lulú!

Los últimos días de septiembre y los primeros de octubre han sido de pelea y malestar hasta el extremo en Santa Cruz y en el resto del país. Entre retos provocadores del presidente Arce a los cruceños cuando festejaban su fecha departamental, la tonta maniobra del vicepresidente Choquehuanca para tratar de izar la wiphala aimara en la plaza cruceña, la penosa llegada a nuestra capital de la marcha indígena que partió desde Trinidad protestando por los avasallamientos de tierras, cocaleros enfrentados a pedradas y dinamita desde hace dos semanas en La Paz, sumado a las leyes malditas que están aprobándose en la Asamblea, las convocatorias a marchas y paro nacional, los pedidos de liberación de la valerosa Jeanine Añez, y la valiente decisión de ir a declarar en la ciudad de La Paz del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, lo que es un abuso desconsiderado y estúpido del MAS, ha surgido algo diferente en Santa Cruz: “Hola Lulú”.

“Hola Lulú” es una “comedia crítica” del autor cruceño Oscar Barbery Suárez, que, en medio de la actual crisis nacional, aparece como un atrevimiento, un bienvenido atrevimiento. Este dramaturgo – además de escritor y dibujante – lanza una obra inesperada en una Bolivia con olor a pólvora, que tiene que ver con los entresijos de lo que es la prostitución en nuestros días, puesta en escena, sin remilgos de ninguna naturaleza y con tres jóvenes que hacen graciosamente el papel de “zorras”, desvistiéndose en las tablas y utilizando un lenguaje prostibulario, soez y barriobajero, que se arriesga a escandalizar a algunos asistentes candorosos.



Jhuliana Chávez (Nora), Janaina Prates (Briyit) y Ximena Palacios (Nadia) hacen de meretrices que conspiran para desplumar en un motel a un cliente inocente, y, por si fuera poco, víctima de una impotencia sexual que le produjo la demoledora visión de un chulupi enredado en los cabellos de su amada Lulú de la pubertad. Carlos Ureña, actor de conocida trayectoria, encarnando a un banquero (Guillermo) más aficionado a escribir guiones de cine y a la sociología prostibularia que a los billetes y balances, indaga, porque le apasiona, sobre el oficio más antiguo de la humanidad; sobre el porqué de hacerlo, el cuándo, el dónde. Cada una de las muchachas cuenta su historia, y salen a luz las razones de muchas mujeres que optan por ese trabajo: la extrema pobreza familiar o el abandono de la pareja dejando hijos. Y algunas, las menos, porque les gusta hacerlo.

La prostitución siempre ha sido parte de la vida, desde los griegos y antes de ellos hasta hoy, tal vez con excepción de una etapa de extremo rigor religioso durante la Edad Media. Pero desde la emperatriz Teodora hasta la cortesana Madame du Barry, llegando hasta la mismísima Otero (la Bella) o Mata Hari, el poder de la mujer ha influido de manera muy importante por el sexo. Su dominio ha estado en la vagina. Seguramente, en las culturas orientales, lo que son hoy China, Japón y Corea hubo también célebres rameras que enloquecieron de deseo a los hombres de su generación.  La mayoría de las damas de la noche lo hicieron por dinero sin duda, pero algunas vendían sus encantos para obtener mando, influencia, información y quién sabe qué más.

En “Hola Lulú”, Oscar Barbery muestra un peligro que se agrega a que el visitador de burdeles o moteles sea sorprendido in fraganti por algún familiar muy estrecho, como la esposa o los hijos. Es el celular. El peligro es que a cualquiera se lo puede fotografiar o grabar (peor si está con copas) y ser objeto de un chantaje, como en la obra le sucede a nuestro personaje Guillermo. Hasta hace poco, el familiar cercano tenía de ver con sus propios ojos la infidelidad. Hoy solo necesita una foto o una grabación y eso es todo. Claro que el riesgo es tanto para los varones como para las mujeres, porque estos “pecados” hace mucho que dejaron de ser exclusividad de los hombres.

“Hola Lulú” es una pieza divertida y relajante para estos momentos de tensión. Y los calores que estamos sufriendo en la ciudad se disipan con el ambiente fresco del anfiteatro de la Casa de la Cultura. La obra de Oscar Barbery, con la dirección del experimentado Porfirio Azogue es imperdible.