La crisis humanitaria se hace evidente, crisis a la que es necesario ponerle rostros y cuerpos de aquellas personas que transitan kilómetros y kilómetros entre la esperanza y el desconcierto.
Fuente: ANF
En la frontera entre Bolivia (Pisiga, Bolívar) y Chile (Pisiga, Carpa), se realiza una feria cada 15 días. En este espacio el tránsito es abierto desde las 8.00 hasta las 16.00. En esas horas muchas personas migrantes venezolanas pueden pasar, no por la frontera oficial, sino por lugares “alternativos” donde población boliviana y chilena traslada mercadería a ambos lados de la frontera.
El sábado 16 de octubre, parte del equipo del Servicio Jesuita Migrante (SJM–El Alto) realizó un tercer recorrido a Pisiga y logró llegar hasta Colchane (Chile), en este tránsito se encontró con varios grupos de migrantes e hizo el mismo recorrido que ellos hacen.
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En el viaje Oruro–Pisiga se observó que el transporte estaba repleto de ciudadanas y ciudadanos venezolanos. Varios de ellos comentaban, entre risas y esperanzas, que al día siguiente comerían arepas en territorio chileno.
No deja de sorprender que las personas migrantes tienen el anhelo de llegar a Chile y en él encontrar el “paraíso”, sin embargo, es claro que con lo que se encuentran es un paisaje desolado, marcado por el intenso calor, una población casi inexistente y con la imposibilidad de acceder a los pasajes del transporte que les lleve a su principal destino: Iquique.
El promedio del pasaje a Colchane–Iquique oscila entre 250 mil y 300 mil pesos chilenos, que son como Bs 250 o 300, tomando en cuenta que la mayoría de las personas que migran están en familia, con un estimado de tres personas, el costo de los pasajes es de Bs 900, monto que la mayoría de los migrantes no tiene.
Este es el panorama que se puede observar en Colchane que está a unos 191 km. de Iquique. En aquella población uno de los pocos lugares que tiene las puertas abiertas es el centro de salud, allí el equipo del SJM conversó con el director, quien comentó que los migrantes creen que ese centro es un espacio de acogida u hospedaje, pero lo cierto es que allí solo se realizan pruebas PCR, si algún migrante resulta positivo informan al centro de Iquique y los llevan a esa ciudad para que sean aislados por los días que corresponden, sin embargo, este traslado está sujeto a la disposición de vehículos, por esta razón algunos esperan varios días en antes de ser reubicados.
En Colchane también encontraron a un grupo de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), quienes repartían alimentos entre los migrantes.
Esta población es el primer territorio chileno que permite ver a las personas que migran, la realidad que les espera al cruzar las fronteras, de todas formas, ellas y ellos necesitan seguir caminando, con la esperanza de que en su trayecto la guardia chilena no los atrape y los deporte.
Esta búsqueda persiste a pesar de la crítica situación que se vivió en Iquique, en septiembre pasado, donde la población realizó una protesta en contra de los migrantes y quemó las pertenencias de muchos de ellos.
A las 16.00 de la tarde termina el libre tránsito, cierran el paso y los militares junto a los carabineros chilenos vuelven a su trabajo de resguardo de la amplia frontera. También es la hora donde el paisaje desértico del lado boliviano, empieza a llenarse de migrantes que no dejan de llegar a la zanja que bordea la frontera.
Mientras el equipo del SJM estuvo allá la interminable caravana de migrantes superaba las 200 personas, mujeres, hombres (en su mayoría jóvenes entre los 20 y 30 años) y niños pequeños, pero también encontraron personas adultas y adultas mayores. Todos esperando en la frontera, con la ilusión de cruzar, pero con la imposibilidad de hacerlo.
En aquellas horas y hasta que anochece, las personas migrantes realizan constantes intentos de atravesar la frontera, caminan bordeando la zanja y empiezan a correr para pasar, sin embargo, las tanquetas chilenas los siguen, y con o sin fuerza los devuelven a territorio boliviano.
Este paisaje es constante, hasta que los migrantes sobrepasan las fuerzas de los militares chilenos y algunos logran cruzar la frontera. En este viaje el equipo del SJM pudo evidenciar que la población más vulnerable son las mujeres, ya que para hacer el viaje requieren ser parte de grupos, y así tener algún resguardo, en estos grupos la mayoría son varones.
En el viaje constataron que muchas de ellas tienen que soportar ciertos tipos de violencia, desde la verbal hasta la psicológica y lo hacen solo para permanecer en los grupos, de forma similar, en la frontera, varios de los militares chilenos mostraron no solo conductas autoritarias, sino acercamientos poco éticos a las mujeres jóvenes que intentan cruzar la frontera.
Los niños son otro grupo que sufre en este tránsito, no solo porque los adultos los llevan a un paso que muchas veces para los pequeños es imposible de seguir, también porque al parecer hay niños que son llevados por personas que no son sus familiares.
El llanto desesperado de alguno de ellos hace percibir situaciones nada regulares. Estos solo son algunos paisajes que se observan en la frontera y en las poblaciones del lado chileno. La crisis humanitaria se hace evidente, crisis a la que es necesario ponerle rostros y cuerpos de aquellas personas que transitan kilómetros y kilómetros entre la esperanza y el desconcierto.