Raúl Copana: «La muerte de un niño no es sólo un problema médico, sino social»

“En Cochabamba y Bolivia mueren alrededor de 40 niños menores de 5 años por cada mil nacidos. Ya estamos terminando 2021 y todavía somos uno de los países de Latinoamérica con mayor mortalidad infantil”, dice el pediatra y médico intensivista Raúl Copana.

Fuente: lostiempos.com



Al dar la cifra, recorre con la mirada la improvisada sala de internación para niños con Covid-19 del pediátrico Manuel Ascencio Villarroel.

Para el especialista, las “cifras rojas” reflejan que la muerte de niños no es solamente un problema médico, sino, social, económico y cultural, que en el caso del departamento se ha convertido en una deuda histórica con este segmento de la población.

Lo que el médico tiene que decir sobre la falta de infraestructura para atender a los niños importa, no solo por los seis años de experiencia que tiene trabajando en el nosocomio, sino porque es parte del equipo que acompañó a decenas de menores a batallar contra la Covid-19 en medio de limitaciones por falta de equipos, espacio y personal.

Los Tiempos buscó a Copana para conocer en qué condiciones trabajan y cómo funciona el pediátrico.

—¿Cómo es trabajar en el único pediátrico público de Cochabamba?

—Es un privilegio porque es el hospital más grande del departamento. Uno se siente satisfecho porque está haciendo algo por la sociedad, te da la oportunidad de ejecutar todo los que has aprendido durante tus años de formación y contar con la compañía de personas competentes y capaces.

—¿Cuántas personas trabajan en el hospital y cuál sería la cantidad ideal?

—Somos 450 personas, alrededor de 85 médicos, 80 licenciadas en enfermería y una 100 auxiliares en enfermería, pero no es suficiente. Desde el registro y la memoria que tenemos, siempre nos falta personal; sin embargo, ésa nunca fue una limitación para dar la mejor atención posible.

El año pasado hicimos un cálculo y nuestro déficit es considerable: en cuanto a enfermeras, tenemos brecha de unas 50, el resto no recuerdo. 

Pero faltan especialistas en pediatría y especializados en reumatología, en dermatología, en psiquiatría, en adolescencia y en otras ramas quirúrgicas.

—¿Cuál es la situación del hospital y cómo se refleja el colapso?

—Hay un colapso, es cuando nosotros tenemos que decirle a la persona que la vamos a llamar para internarla, porque en este momento no hay forma de resolver su cuadro.

En 2017, la situación fue crítica porque llegamos a tener una lista de espera de casi 500 niños que requería internación para operarse, esto generalmente se da en las áreas quirúrgicas donde hay muchas variables. 

Para una operación, necesitamos obligatoriamente un cirujano altamente especializado, un traumatólogo, un anestesiólogo, que el quirófano esté libre y enfermeras. Todas esas condiciones de logística deben coincidir con un niño en buen estado para que sea intervenido. Hacer que esto sea así es difícil, por eso es que se forma una lista de espera y se posterga al paciente.

La anterior semana amanecimos colapsados, teníamos un centenar de niños esperando en un cuaderno con sus nombres y teléfonos para llamarlos. Esta semana se hizo un recuento y estamos con 60.

—¿Qué dolencias afectan ahora más a los niños?

—La primera causa de internaciones en es el TEC (traumatismo cráneo encefálico), es una enfermedad neurológica, que ocurre porque el niño presenta un golpe con cierto grado de disfunción.

El TEC leve es la primera causa de internación y se ocasiona por caídas, el 80 por ciento de nuestros pacientes se han caído y eso ocurre por la ausencia de medidas de prevención en la casa, infraestructura precaria domicilio y descuido de los papás.

Atendemos patologías de tercer nivel que no pueden ser resueltas en centro de salud ni hospitales básicos. En un segundo, nivel tienen especialidades como pediatría, ginecología, cirugía y medicina interna, pero un pediatra solito a veces solo no puede hacer mucho, más si el caso es complejo y requiere terapia intensiva, neurología y neurocirugía.

Otra limitación es que el hospital tiene un quirófano, cuando tenemos una población de cerca de 800 mil menores de 15 años.

—¿Se trabaja en prevención?

—Sí, pero nos falta mucho. Nosotros tenemos como 13 especialidades clínicas y 13 quirúrgicas.

—¿En qué piensa al ver un edificio inservible a lado de un hospital lleno?

—A lado tenemos un recuerdo de alguna intención de un hospital del niño, eso es todo lo que puedo decir al respecto.

—¿Qué sueña para mejorar el hospital?

—Que tenga una infraestructura propia.

Para atender la pandemia, tuvimos que restar 10 camas a los pacientes quirúrgicos, porque además no hemos operado cirugías programadas; la prioridad eran las de emergencia.

Tenemos a favor todas las gestiones que hicieron los directores los últimos años, son esfuerzos grandes para poder contar con un nuevo hospital. Sabemos que donde estamos es el mismo lugar en el que trabajábamos hace 50 años.

Nacimos como un pabelloncito, luego fuimos un departamento del hospital materno infantil German Urquidi; ahora, si bien estamos administrativamente separados, seguimos formando parte de la infraestructura del maternológico, que nos cede algunos ambientes para funcionar.

Somos el único hospital del niño que no tiene infraestructura propia, ésa es una deuda histórica.

Este año eso cambió un poco, ya que por primera vez alguna entidad hizo una norma para demostrar que somos prioridad. Lenemos la Ley Departamental Nº 1028, claro que esto no resuelve el problema de manera inmediata, pero nos da un respaldo moral de que los niños son importantes. Ojalá esto se puede materializar.

Nos sentimos frustrados por las limitaciones del sistema de salud. Como médico, espero que en un futuro podamos dejar de ser un país con la más alta mortalidad infantil: actualmente estamos en compitiendo con Nicaragua y Haití. 

Esos números feos reflejan el lugar que la damos a los niños en la sociedad. Hasta ahora no tienen un lugar donde ser atendidos y nuestro desafío es que eso cambie.

—¿Qué es lo gratificante luego de una jornada difícil en el hospital?

—La mayor satisfacción es ver a los niños salir jugando, riendo, ésa es nuestra mayor recompensa. Trabajar con niños requiere más sensibilidad.