Bolivia en su soledad

 

A nadie que piense un poco le cabe duda de que esta Navidad no será feliz para los bolivianos. Cada familia tendrá su cenita de Nochebuena con lo que pueda echar en la olla, pero nada más. Con excepción de quienes gobiernan y afirman sin sonrojarse que Bolivia se recupera, y tal vez los malevos que se robaron la plata de la Alcaldía cruceña, podrán gastar más que el resto. Pero unos y otros, los que venden ilusiones de futuras bonanzas, como quienes desfalcaron a nuestro municipio, tendrán una cena intranquila, con miedo y con sabor a hiel.



Los bolivianos seguiremos divididos durante este fin de año, como lo estamos desde que Evo Morales ganó en unas elecciones democráticas limpias, se declaró revolucionario de izquierda, pero impulsó la redacción de una Constitución absurda, intolerable, racista, que, además, la burló para perdurar en el poder. Desde que se constituyó el estrafalario Estado Plurinacional, Bolivia vivió de fantasías, despilfarrando dinero para convencer al pueblo de falsos éxitos económicos que provenían únicamente de la venta del gas; anunciando nuestra incorporación a la era espacial con un satélite carísimo encargado a los chinos, que ronda por el espacio sin rumbo conocido; ofreciendo incorporarnos al mundo nuclear con una planta que debió construirse en El Alto. Todo en grande. Creando empresas estatales de urea, azúcar, computadoras, papel, cartón, que fracasaron; y hasta entablando un juicio a Chile en La Haya para recuperar el mar, lo que habría enloquecido de felicidad de la ciudadanía, pero tan mal planteado, que acabamos derrotados. La Suiza anunciada por Evo Morales no se produjo.

El gran éxito de Morales fue hacer propaganda en vez de gobernar. La publicidad estatal, carísima, suplía la inoperancia y convencía a la población poco informada, de que todo era maravilloso y que Bolivia había recuperado su verdadero rol mundial. Quienes protestaron por la farsa fueron a la cárcel o al exilio. Hoy se repiten los éxitos gubernamentales vía televisión oficial.

Después del penoso fraude electoral de octubre del 2019 y de la huida de Morales, la situación se complicó más todavía. Se produjo la sucesión constitucional de la señora Añez y el país trató de sincerarse luego de tanta comedia. Se puso fin al derroche (tampoco habían quedado recursos), y se estableció, mediante una diplomacia profesional, cuáles eran las prioridades. Obviamente que se empezó por romper con la dictadura venezolana, alejar a Cuba, Irán y otros incordios lo más distantes posible, retirarse de UNASUR, del ALBA, e ignorar a la inoperante CELAC. ¿Qué más podía hacer un gobierno transitorio cuyo cometido era convocar a nuevas elecciones y buscar la paz? ¿Qué más si durante su período tuvo que enfrentar, para colmo, la ferocidad de la peste china que nos encerró a todos?

Como no todo es bueno en la política y no faltan los consejeros desorejados, a la señora Añez la convencieron de que debía candidatear a la presidencia de la República, en un pleito que únicamente debía decidirse entre el populismo masista y el moderado Carlos Mesa. La aplaudida Jeanine Añez cayó en picada en las encuestas y cuando se dio cuenta de su error ya era imposible armar un frente de “derecha” para detener al desangelado Arce.

Ganó el MAS tan abrumadoramente que volvieron las sospechas de fraude, pero la presidente le entregó el mando, como correspondía. Fue suficiente para que empezara la revancha. Regresó Morales al país y se multiplicaron las acusaciones de que Añez habría accedido al mando mediante un golpe de estado. No se había clausurado la Asamblea, los parlamentarios masistas siguieron cobrando sus sueldos y aprobando leyes, pero había que salvar la reputación de “macho” de Morales, averiada para siempre.

La represión no se hizo esperar. El desangelado Arce se lanzó con ferocidad contra Añez, sus ministros, los militares que le aconsejaron a Morales que se fuera, y contra los departamentos más rebeldes a su autoritarismo: Santa Cruz y Potosí. Ambas regiones, con el apoyo del resto de las capitales, tumbaron algunas leyes que eran inaceptables, indecorosas, y, de inmediato, empezaron las citaciones a los gobernadores intrépidos, así como a alcaldes y líderes cívicos. Sin variar ni en un ápice de su antecesor Morales, toda represión se realiza a través de jueces y fiscales venales que aman el calor del poder. Al gobernador cruceño, L.F. Camacho, lo tienen amenazado al extremo de que no puede moverse de Santa Cruz, como al presidente cívico Rómulo Calvo. Pero, al valiente líder cívico potosino, Marco Pumari, ya lo apresaron con “alevosía y nocturnidad”, sin el debido proceso, y quiera Dios que no corra la suerte de Leopoldo Fernández.

Bolivia se debate en su soledad, sin muchas esperanzas. El MAS ha provocado un daño irreparable al país. Santa Cruz, siempre alegre, pasará esta Navidad, rumiando el sucio desfalco ocurrido en el municipio. Y ya comenzó la fiesta del Señor, con cohetazos disparados para herir al otro, en pleno centro de la ciudad, en una pelea entre campesinos masistas que no respetan a nadie y que son el fiel reflejo de las luchas entre cocaleros sucedidas en ADEPCOCA en La Paz, que casi enloquecen a sus pacientes pero bravos habitantes.

 

Manfredo Kempff Suárez