Me esperó en la plaza.
Ahí, entre los adornos horribles que puso la Alcaldía.
La cosa fue así…
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Hace días me llamó y me dijo:
– Señor Escribidor, ¿podría usted entrevistarme?
– Con gusto, ¿puede decirme quién es usted?
-pregunté intrigado.
– Jesús.
– ¿Jesús Cahuana o Jesús Reynaldo?
-respondí.
– Escribidor, le habla Jesús de Nazaret.
-dijo la voz.
Me aguanté la risa, pero quedamos de vernos en la plaza, bajo las nalgas de Warnes.
Llegué a la plaza, lo saludé y sentí las cicatrices en su mano.
También las tenía en la frente.
Un metro sesenta más o menos, semi calvo, moreno y narigón.
Nada que ver con las películas.
Saludos, el clima, bla, bla, bla, …
– ¿Así que ya llega su cumpleaños?
-le dije al rato, más divertido que interesado.
El petiso suspiró
– Hijo mío, Navidad es la fecha que alguien se inventó, con la buena intención de recordarme. Solo eso.
-dijo con tono ausente.
– ¿Dónde nació usted don Jeshua?
-pregunté yo, citando su original nombre hebreo.
– Bueno, provengo de Galilea; soy un galileo que por casualidad nació en Judea.
– ¿Es cierto que nació en un pesebre?
– Escribidor, en mi país vivimos bajo altas temperaturas en el día, pero en la noche la temperatura baja y mucho más en otoño, la época en que nací. Bueno, nosotros usábamos cuevas para resguardar nuestro ganado del frío. En una de esas cuevas nací yo.
– ¿Usted era carpintero?
– No, solo trabajaba construyendo cruces o maderos de crucifixión a pedido del puesto militar romano, un fuerte que había en Nazaret, mi pueblo.
– Ah, por eso no lo querían, ni lo aceptaban en Nazaret…
– ¡Usted hacía las cruces donde ejecutaban a sus paisanos, lo veían como traidor!
-respondí sorprendido.
El petiso me miró y su mirada me traspasó el alma.
– ¿Por eso usted dijo aquello de: «Nadie es profeta en su propia tierra»?
– Más o menos hijo, algo así.
-respondió triste.
– Y ahora, ¿cómo ve la Navidad?
-pregunté ya en serio.
– Pues triste. Yo dije lo siguiente:
– Ámense los unos a los otros.
– Yo dije, sean como niños.
– No dije, abusen de los niños.
– No dije, violen a los niños.
– No dije, abandonen a los niños.
– No dije, asesinen antes de nacer a los niños…
-¿Tan mal estamos don Jeshua?
-le pregunté algo avergonzado.
– Hijo, solo mira cómo anda Bolivia:
Discursos de odio a cada rato, muertes, envidias, pandemia, celos entre familias, gente tramposa, políticos que mienten, otros que asaltan, gente que mata, autoridades que le roban a la gente.
¡Otros, hasta roban en mi nombre!
-dijo fastidiado.
Me miró fijamente, tomó aire y continuó
– ¿De qué sirve una mesa llena en Navidad?
– ¿De qué sirven los regalos, fiestas, abrazos y cohetes, si yo ya no vivo en el alma de la gente?
– ¿De qué sirve que se autollamen «cristianos», si no ayudan a alguien?
– ¿De qué sirve que oren, ¿si no llevan una sonrisa a un enfermo…?
-decía el petiso con amargura.
A esas alturas yo tenía los ojos humedecidos.
El petiso tenía razón.
Iba a decir algo pero era innecesario.
Me sequé las lágrimas con una mano y los ojos cerrados.
…Al abrirlos, el petiso había desaparecido.
Fuente: El Escribidor