Para no repetir hay que cambiar

Al final de cada año se realizan los balances consabidos de lo que pasó y de lo que fue lo más remarcable. Yo no voy a hacer eso. Porque pienso que la vida es un continuo de causas y efectos que no se detienen nunca. Eso me lleva al convencimiento del cambio constante y de lo imposible que es definir en un momento toda una cadena de hechos, acontecimientos, que puedan considerarse resueltos.

Estamos ahora donde decidimos estar, ayer. Si queremos vernos en este momento, tenemos que entender lo que hicimos y si queremos comprender su resultado tenemos que conocer lo actuado. Nada es casual. La decisión de darle al indio boliviano la ciudadanía y el derecho al voto, termina colocando a uno en la presidencia. La decisión de nacionalizar las minas y el petróleo termina convenciendo a la sociedad de que ese es el camino para recuperar la propiedad sobre ellos. La conformación de un Estado centralista y presidencialista desde el mismo momento en que fue constituida Bolivia nos lleva a considerar al Estado como el gran benefactor y hacedor de nuestro destino.



Y aquí estamos, ahora, haciéndonos la misma pregunta, ¿por qué no podemos desarrollar nuestras riquezas, y tener un bienestar social similar o igual al de otras sociedades en el mundo? Y entonces comienzan a volar respuestas: porque fuimos colonizados por los españoles que nos despojaron de todo, porque las empresas transnacionales del imperio norteamericano hicieron lo mismo, porque llegamos tarde a la inserción industrial, porque buscamos el camino del socialismo para enfrentar al imperio explotador, y así podríamos seguir con muchas explicaciones que se nos ha enseñado en el colegio, a veces, y en las universidades la mayoría.

Lo cierto es que estamos ahora en el mismo punto de partida porque no supimos educarnos como sociedad tirando abajo las tesis sociales y políticas de que son otros los culpables de nuestras desgracias. El propio Libertador Bolívar se cansó y tiró la toalla, cuando dijo que la única solución para esta América era migrar de ella. Así de franca fue su confesión. Y es que romper con las cadenas de la dependencia ideológica a las que nos condenaron debía ser, la verdadera revolución a emprender.

 El Estado es lo mejor que tenemos cuando está constituido para defender al individuo y ayudarlo a vivir lo mejor que pueda con sus propias cualidades. No cuando se convierte en el determinante de la vida de todos y el decidor de lo que es bueno o malo para uno. Esto nos debía llevar a refundar el nuevo pensamiento nacional, la nueva manera de concebirnos como sociedad, colocando límites infranqueables al centralismo Estatal, eliminando el presidencialismo que concentra en una persona todo el poder, dejando que cada región desarrolle sus potencialidades como crea conveniente, que cada individuo resuelva su plan de vida. Esto nos debería enseñar a defender nuestros intereses. Y a entender que, si negociamos mal, los resultados serán iguales. A enseñar a nuestros hijos a tomar decisiones y no temer al fracaso.

Será cuando sepamos mirarnos al espejo y aceptarnos como somos, a dejar de inventar acusaciones, a pretender resolver nuestros problemas con engaños o engañándonos, al creer que somos una gran nación y que si le quitamos a unos para repartir a otros estamos haciendo lo correcto y que si damos coima o nos coimean no es un delito porque todos lo hacen, que si en el pasado unos se corrompieron fácilmente, ahora podemos, con ese antecedente hacer lo mismo y nadie puede acusarnos por eso, será entonces cuando comenzaremos a cambiar.

Repito, lo que hicimos y cómo nos comportamos ayer, es lo que somos ahora.

 

Dante Napoleón Pino Archondo