Ucranianos y rusos, prudentes ante la escalada diplomática ruso-occcidental

Mientras Estados Unidos alerta sobre la inminencia de una intervención militar rusa en Ucrania, en Kiev, los habitantes entrevistados por RFI se muestran perplejos. Los ucranianos se asombran al escuchar las historias de las familias de los expatriados anglosajones que abandonan Ucrania a petición de su gobierno. Algunos, sin embargo, se preparan para lo peor.

Bajo las ráfagas de nieve, los transeúntes se dirigen hacia la estación de metro en el casco antiguo de Kiev, a orillas del río Dniéper. Maryna Maykovska, de 32 años, es editora de películas y vídeos musicales y se apasiona por la intensa vida cultural de la capital ucraniana. Pero durante los últimos días, Maryna ha estado pensando en la situación geopolítica.



«Me enteré del riesgo de guerra a través un canal de noticias de Telegram y con el boca a boca. Pero cuando miro a mi alrededor, ¡no pasa nada! Todo está ocurriendo en el campo de batalla de la información. Sigo trabajando, haciendo mis pequeñas cosas habituales. Espero que no pase nada, pero no lo sé», dice Maryna Maykovska al corresponsal de RFI en Kiev, Stéphane Siohan.

“Si hubiera bombardeos, o un ataque a Kiev, ya he preparado una bolsa de emergencia, está cerca de mi puerta. Hay ropa de abrigo, algo de comida, algunas medicinas, agua…», agrega Maryna

“Por el momento», dice esta joven, «mantengo la calma, soy racional, no tengo pánico, no tengo miedo. Pero si ocurre lo peor, y no quiero creerlo, iré a la base militar más cercana y me apuntaré como enfermera militar. Siento que es mi deber. No me veo con un arma en las manos, así que ayudaré de otras maneras».

Los ucranianos siguen observando con incredulidad el deterioro de la situación diplomática. Pero muchos de ellos ya se sienten en guerra desde 2014, en la indiferencia general.

Del lado ruso

Del otro de la frontera, en Rusia Artiom Ivanov tampoco cree en la inminencia de un conflicto bélico. «¿Guerra?», se pregunta este trabajador de 34 años, envuelto en una parka azul y que pesca en el Severski Donets, un río transfronterizo, en la ciudad de Maslova Pristan, al suroeste de Rusia.

«Si realmente hubiera una guerra, estaría limpiando mi rifle automático, no pescando», sonríe, mientras una de las dos cañas que pescó – «para mi gato»- se mueve.

Como él, la mayoría de los habitantes de esta zona fronteriza con los que se entrevistó la AFP dicen no creer en el estallido de un nuevo conflicto, a pesar de la escalada de tensiones entre Moscú y Kiev, apoyada por sus aliados occidentales.

Afirman que el despliegue por parte de Moscú de decenas de miles de soldados y vehículos blindados en la frontera ucraniana no era una señal de una inminente invasión del país vecino, como teme Estados Unidos.

«En nuestra tierra, hacemos lo que queremos. ¿Tienes que pedirle permiso a tu vecino cuando quieres trabajar en tu jardín?», se pregunta Sergei Yaroslavtsev, haciéndose eco de la retórica del Kremlin.

«En cualquier caso, Rusia nunca lanza las hostilidades primero», jura este trabajador de la industria del gas de 56 años, que pesca un poco más lejos.

De hecho, lejos de los tensos intercambios diplomáticos entre Moscú y Washington, que se culpan mutuamente de las tensiones en torno a Ucrania, esta región fronteriza parece estar adormecida.

Las llanuras cubiertas de nieve y barridas por un viento helado se extienden hasta donde alcanza la vista, salpicadas aquí y allá por un seto de árboles desnudos o un sistema de riego detenido.

Múltiples conflictos

Esta región, que durante siglos fue una zona fortificada del imperio ruso, ha conocido conflictos: casi todos los pueblos tienen un monumento a los soldados muertos desde la Segunda Guerra Mundial, o tanques y cañones alineados en las plazas públicas, como en la ciudad fronteriza de Shebekino.

Junto a un parque infantil, una valla publicitaria invita a los jóvenes a alistarse en el cuerpo de paracaidistas.

Sin embargo, algunos habitantes sí admiten su preocupación ante el espectro de nuevas sanciones occidentales en caso de intervención rusa en Ucrania.

A Ilia Ignatiev, estudiante de medicina de 24 años, le preocupa que ya no pueda viajar con facilidad o que su nivel de vida disminuya.

Las sanciones impuestas a Rusia desde la anexión de la península ucraniana de Crimea en 2014 «ya lo han demostrado: lo hacen todo más difícil», dice a la AFP.

«Podría repercutir en los precios de los alimentos, en la vida cotidiana, en la vivienda», enumera, conteniendo a su perro mientras tira de su correa.

En el río helado, el pescador Artiom Ivanov cree que ahora «todo está en manos de Dios».

«No necesitamos más tierra», dice. Pero «si ellos (los ucranianos) atacan, por supuesto que lucharemo

Con AFP.

Radio Francia Internacional