De Rasputín a Putin

 

A tiempo de pergeñar este artículo, que inevitablemente trata sobre el genocidio que el ejército ruso está cometiendo en Bucha, uno de los barrios periféricos de Kiev, la capital de Ucrania, con un saldo de centenares de civiles asesinados,  presumimos que nuestra cancillería estará revisando su bochornoso apoyo a esa absurda invasión, similar a la que los bolivianos sufrimos hace 143 años, a tiempo de perder nuestro acceso al mar, bajo los mismos argumentos que el sicópata Vladímir Putin esgrime, para embarcarse en este cruel exterminio.



Como a canarios en jaula, no contentos con matar a mujeres, niños  y ancianos, en su cobarde retirada los rusos procedieron a sembrar minas personales en un acto que  la humanidad jamás recuerda haber vivido, ni en las más espantosas guerras. ¿Qué puede inducir a un humano a incurrir en semejante comportamiento, muy similar al de las más abominables bestias? Hasta la locura manifiesta momentos de lucidez, donde lo piadoso se hace evidente, acercándose a lo divino y evitando retornar al origen del reptil.

Al igual que en casi todas las guerras, la Segunda Guerra Mundial empezó con una mentira. El propio Adolfo Hitler, horas antes de invadir Polonia, dijo: “Hoy, soldados regulares polacos han disparado contra nuestro territorio, por tanto, a las 5 y 45 de la mañana devolveremos los disparos.”

En la naturaleza del actual caudillo ruso, y las características de su personalidad, no nos resulta muy difícil  aseverar que muchos de sus actos están íntimamente ligados a los de aquellos bárbaros que con seguridad cautivaron su trayectoria, como es el caso de Hitler, Stalin y algunos malentendidos como Nietzsche, cuya obra filosófica, sin temor a equivocarnos, Putin frecuentó en su estadía de cinco años en Alemania Oriental, como traductor y agente de la KGB. Quizás, la única muestra cuerda de su personalidad, al concluir su misión en 1999, en un arranque de lucidez describió al comunismo como “un callejón sin salida, lejos de la corriente principal de  la civilización”.

Convencido de encarnar al superhombre nietzschiano, al referirse al presidente ucraniano Zelensky, Putin lo tilda de comediante, como si este oficio fuera indigno, y es allí donde delata su total ignorancia sobre uno de los más controvertidos aforismos de Federico Nietzsche, adjudicado a Zaratustra, cuando hace la diferencia entre el hombre y el “superhombre”, al cual él aspira encarnar, de la siguiente manera: “¿Qué significa el mono para el hombre? Un hazmerreir, o una vergüenza dolorosa. Eso mismo debe significar el hombre, frente al superhombre, un hazmerreír, y una dolorosa vergüenza”.

Existe en la corte de todo autócrata el infaltable brujo, adivino o clarividente, que suele dictar y/o vaticinar las actuaciones de su  devoto  y paranoide creyente. Sin lugar a duda, nos atrevemos a señalar que en el entorno de Putin aún subsiste el  famoso “Monje Negro” de Rusia que, en una de sus profecías, manifestó: «Cada vez que abrazo al zar y a la Madre, y a las muchachas y al hijo primogénito del zar, mi espalda es recorrida por un escalofrío de terror. Es como si entre los brazos estrechara cadáveres. Ruego por toda la familia Romanov, porque sobre ella está calando la sombra de un largo eclipse«.

Por el camino que ha decidido tomar el autócrata ruso, en contra de la inocente Ucrania, es muy fácil suponer que el fin de su aventura será signada por el título “De Rasputín a Putin”.

 

Álvaro Riveros Tejada