Bolivia debe mirar a sus vecinos sin complejos

Varios estudios económicos coinciden en sostener que América Latina perdió con la globalización. Algunos países de la región lo hicieron mejor que otros, pero, lamentablemente, ha sido una de las grandes perdedoras. De hecho, la mayor parte latinoamericana no se ha “globalizado” del todo, ni siquiera se ha internacionalizado.

Seguimos teniendo economías “cerradas”, en comparación con otras del mundo. América Latina y el Caribe como región está 11 puntos porcentuales por debajo de la media mundial (45% frente al 56%) en cuanto a la importancia del comercio para sus economías, y está muy lejos de las llamadas “estrellas” de los mercados emergentes y de los rivales comerciales.



Tal y como lo publica Americas Quarterly, la globalización ha sido la consigna de los últimos 40 años y se le atribuye haber impulsado el crecimiento económico y sacado a cientos de millones de personas de la pobreza; pero también, sus detractores, le acusan de haber aumentado la desigualdad y de haber destruido empleos y comunidades.

El problema de fondo pareciera ser que a medida que el comercio, los servicios, los datos, las personas y las ideas se globalizan, no lo hacen de manera uniforme o consistente. Asimismo, los intercambios internacionales no son especialmente inclusivos ni sofisticados. En los últimos 30 años, las economías latinoamericanas se han diversificado menos en términos de su producción.

Las exportaciones de los países de la región todavía mantienen una tendencia de materias primas y muy poco con valor agregado. Incluso Chile, según los reportes, que ha desarrollado importantes exportaciones de pescado, frutas frescas y vino, no fue capaz de diversificarse y abandonar los minerales y, en particular, el cobre, que sigue representando más de la mitad de lo que envía al mundo.

¿Qué está pasando? ¿Por qué América Latina no ha podido prosperar en un mundo más conectado? Primero, por la debilidad de la gobernabilidad, segundo, por la marcada desigualdad social y económica; tercero, por la informalidad y el contrabando y; cuarto, por la inseguridad que juegan un papel importante en cada una de las economías junto con la volatilidad de los sistemas políticos en la región, que pone en riesgo la estabilidad de las democracias con la llegada de populismos y nacionalismos regionales.

Otro facto clave es la logística. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo concluye que, en su conjunto, la logística en América Latina cuesta el doble en tiempo y dinero que en los países de la OCDE con mayores ingresos. Existe una clara falta de regionalización, de intercambio de bienes, dinero y conocimientos dentro de la propia América Latina. Aquí es donde reside la oportunidad actual.

Si los países latinoamericanos son capaces de construir y ampliar sus vínculos entre sí en el nuevo contexto global que se está configurando en la presente década, es posible que puedan captar el dinamismo económico y comercial que ha contribuido a impulsar el crecimiento y la prosperidad en otras partes del mundo. Pero hacerlo requerirá cambios significativos en áreas como la educación, la automatización y las inversiones públicas, y en algunos países, un profundo cambio de mentalidad.

Y quizás este último factor – el cultural y el de la madurez política – es el que más atenta contra la gestación de una política económica, social y cultural regionalizada, que amplíe las fronteras comerciales y genere negocios integrales en la región. En América Latina, menos de una quinta parte del comercio tiene lugar dentro de la propia región.

El Mercosur, creado como una unión aduanera entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, tuvo un buen comienzo en la década de 1990, cuando el comercio y las inversiones superaron en un principio a las del resto del mundo. Pero a principios del siglo XXI, las devaluaciones monetarias hicieron mella y la proliferación de excepciones, exenciones y barreras no arancelarias redujo drásticamente el comercio entre los socios, incluso pese a que su comercio con el resto del mundo aumentó.

La Alianza del Pacífico también expresó grandes ambiciones de integración. El Mercado Común Centroamericano, la Comunidad Andina de Naciones y la Comunidad del Caribe tampoco lograron impulsar la integración comercial, ya que los aranceles y las barreras no arancelarias se mantuvieron relativamente elevadas.

Para empezar, necesita un cambio fundamental de mentalidad. Para los expertos, esto significa alejarse del nacionalismo sobre los recursos del siglo XX y abrazar la transición verde del siglo XXI. Significa actualizar la industria tradicional y las relaciones industriales para abarcar y promover la adopción tecnológica, la adaptación y la innovación. Significa dejar atrás el proteccionismo y abrirse al mundo. Y significa profundizar, por fin, en los lazos comerciales y empresariales dentro de la región.

Las empresas que exportan suelen pagar mejor, durar más y ser más productivas, cualidades económicas y comerciales que escasean hoy en día en América Latina.

 

Javier Medrano