La guerra del gas y sus resultados

Unidad en la acción – eju.tv

Es una especie de sarcasmo, dicho en el sentido amargo y pesimista, que Bolivia tenga los mejores presidentes en las peores épocas y los peores en los mejores momentos.

Andrés Oppenheimer decía en uno de sus programas: no es tanto el daño político que Evo Morales le hizo a Bolivia a lo largo de 14 años de gobierno, sino el inmenso daño económico que causó.



Fue presidente en una de las coyunturas económicas mas importantes del siglo XXI. Gracias al contrato de venta de gas con el Brasil, que se constituyó en política de Estado, con el esfuerzo de varios presidentes en sus gestiones, el gas se convirtió en la varita mágica que buscaron todos y que le cayó en la mano al señor Morales. Baste decir que los ingresos fiscales pasaron de 500 millones de dólares anuales, hasta el 2005 a 5000 millones.

Esa enorme riqueza de recursos pudo haber cambiado la estructura económica primaria nacional, haber sentado las bases seguras de una economía diversificada y de un desarrollo humano importante.

El gas ha sido, no cabe duda, el sostén político del peor gobierno, que durante 14 años se mantuvo derrochando recursos en proyectos mal concebidos, mal ejecutados y sin sentido alguno. El gas ha sido la propaganda por excelencia usada para hacer creer a una sociedad medianamente educada, como es la boliviana, que el señor Morales fue el artífice de esa riqueza y que gracias a su condición de indio-presidente, logró, por la nacionalización realizada en mayo de 2006, esos ingresos fiscales.

Semejante afirmación e idea sembrada machaconamente en la memoria colectiva, se convirtió en la base política suficiente para afirmar que sin Evo Morales Bolivia estaba perdida y, por tanto, su reelección indefinida era no solo un deseo sino una obligación. En aras de esa conclusión, decidió transgredir la Constitución y leyes sin ningún miramiento.

El derrocamiento del presidente Sánchez de Lozada el año 2003 se justificó por la defensa que los sediciosos, dicen, hicieron del gas. Ese año y los siguientes hasta el 2005, cuando Morales gana las elecciones, los autores intelectuales y materiales de la guerra del gas, declaraban que sin esa guerra se hubiera perdido el recurso natural más importante después del estaño. Nadie osó refutarlos o contradecirlos, quien murmullaba algo en contra, era declarado neoliberal como sinónimo de enemigo del pueblo y había que colocarlo en la hoguera del escarnio. Se llegó a establecer la Agenda del Gas y el señor Carlos de Mesa, como sucesor de Sánchez de Lozada, la hizo suya.

Hoy, 16 años después, Bolivia ha perdido su condición estratégica como exportador de gas en la región, el ducto construido hacia el Brasil y la Argentina tiene una capacidad ociosa de 10%, las reservas de gas están en declinación y los especialistas anuncian que para el 2030 Bolivia estará importando más de 70 por ciento de gasolina, diésel, jet fuel, gas licuado y gas natural.

Estos son los verdaderos resultados de la Agenda del gas. Es un sarcasmo, sin duda. El señor Morales usó y abusó de los recursos económicos que le proporcionó el gas. Simplemente, derrochó el dinero en: empresas públicas, en obras absurdas, en corromper conciencias, en debilitar instituciones y prostituir a la justicia. Bolivia ha perdido la mejor oportunidad para dejar de ser una sociedad pobre y económicamente dependiente.

Con esta mochila de hechos el señor Morales quiere volver a ser presidente. En su pobreza intelectual el cree que la bonanza sigue y que “nacionalizando” el Litio como hizo con el gas volverán a multiplicarse los dólares. Eso no es lo peor, lo peor es que hay casi un 50 por ciento de bolivianos que piensan como él.

Vivimos momentos muy cruciales, y es urgente comenzarse a preguntarse si como Estado vamos a poder importar energía para sostener nuestro aparato productivo. Si como Estado vamos a seguir ahogando la actividad empresarial, vamos a insistir en tener empresas públicas deficitarias, vamos a seguir subvencionando combustibles, vamos a seguir creyendo que el Estado lo es todo y sin él no somos nada.

Dante Napoleón Pino Archondo