A los masistas, en estas navidades, los visitará Krampus

 

Javier Medrano – Página 2 – eju.tv

 



Cuando los niños, según la leyenda nórdica, se portan bien a lo largo del año, el viejo pascuero alista, en su enorme bolsa, los regalos para cada uno de ellos. Dulces, juguetes, abrazos, felicidad, dicha y una cena de Navidad deliciosa.

Se cantarán villancicos. Se bailará en familia y, seguramente, juntos se protegerán y agradecerán por estar sanos y felices. Incluso, para aquellos que están pasando por un momento triste o difícil, habrá un momento de regocijo. Un abrazo. Un beso en la mejilla, un reencuentro o una reflexión en familia y entre amigos, que apacigüe el dolor.

Pero cuando los niños se portan mal, el viejo pascuero sólo les entregará una piedra carbonizada. Entonces, sus manos pequeñas se embadurnarán de hollín y sus rostros se tornarán negros por la mugre del regalo y cuando se refrieguen sus lágrimas, con espanto mirarán la llegada de Krampus: el diablo de la Navidad.

Aquella bestia, mitad cabra mitad demonio tiene por única función azotar a la gente que se volvió mala o hizo maldades, hasta volverlas buena. En sus garras aprieta varas de abedul para azotar a quienes hicieron el mal. Sus cuernos, su pelo oscuro y sus colmillos babeantes, atemorizan a más de un malvado.

Pero Krampus no aparece la noche vieja del 25; sino más bien, el 6 de diciembre, conocida en Alemania como Krampusnacht (la noche de Krampus) y su recorrido por los pueblos es temido por todos aquellos que se portaron muy mal y ahora deben sufrir el castigo de la bestia.

Rumiando, sus pezuñas golpean la tierra y los árboles se sacuden temerosos. El viento silva y a más de uno, se le hiela el alma. Es Krampus llegando al pueblo en busca de los malandrines, de los malhechores, de los infames, de los ladrones, de los mentirosos, de los malos.

La Iglesia católica prohibió durante años la terrorífica presencia de Krampus y las escandalosas celebraciones que ocasionaba entre los pecadores que para recibir a la bestia se entregaban a la última fiesta, al último trago, al último pecado antes de que la bestia los arrastre consigo al inframundo a los zafios, alimañas y barbaros.

Su nombre proviene de la palabra alemana krampen, que significa garra, y se cree que es hijo de Hel, quien en la mitología nórdica es el encargado de abrir las puertas del infierno a los muertos sin honor.

La bestia legendaria también comparte los rasgos de otras criaturas demoníacas y terroríficas de la mitología griega, como lo sátiros o los faunos. La leyenda forma parte de una traducción navideña secular en Alemania, donde las celebraciones de Navidad comienzan a principios de diciembre.

Pero más allá de la descripción mitológica, este año, en las navidades de Bolivia, a los masistas, no los visitará el viejo pascuero, ni tendrán panetón dulce, ni pavo ni alegría y menos regocijo, paz y tranquilidad.

En estas fiestas de fin de año, a los masistas los visitará Krampus y cuando se les acerque y ellos huelan el azufre y sientan el resoplido de la bestia en sus nucas, sus estómagos rugirán, abrirán los ojos y se sabrán atrapados por las garras que los arrastrará al inframundo. Allá donde la gente sin honor vive. Donde los malandros se revuelcan bajo las patas de Krampus.