No tenemos otro país más que este

José Luis Laguna Quiroga*

Las desatinas movidas políticas de los radicales apostados en alucinadas trincheras maximalistas, han tornado el Censo de Población y Vivienda en el alambique en el que se destilan las pócimas más amargas. Me invade un deshabitado agobio y a la vez viene a la memoria un artículo de Lluis Bassets (El País 2018). En él se reflexionaba sobre la socialización de la derrota, sobre la última apelación de los charlatanes del desastre tras evidenciar la imposibilidad de la victoria, en ambos bandos se ofrece con subterfugios la alternativa suicida de perecer junto al adversario, como Sansón frente a los filisteos.



Las parodias de Katari y los engañosos héroes regionales invitan a sus pueblos a realizar el último sacrificio, aunque estos últimos estén extenuados y auto flagelados, despojados de todo destino previsto, ataviados de nostalgias por las pírricas victorias conseguidas, y con la amargura en la boca por la anunciada derrota irrefutable de ambos. Hemos sido todos aplastados por un conflicto lleno de mezquindades inverosímiles.

En el desenfreno de la ineptitud los líderes actuales existe la tentación de creer que política ofrece victorias o derrotas totales, desatendiendo las evidencias históricas que demuestran que las sociedades van y vienen de la euforia victoriosa, al pesar de la retirada en periodos no muy largos. Este vaivén es parte del juego de la política desde que los seres humanos nos convertimos en gregarios y alguien se puso a dominar a los otros.

La política -en la perspectiva freudiana- es un oficio neurótico que ofrece promesas de felicidad delirantes a través de artefactos inventados que suscitan movimientos tácticos a tropel sobre valores artificiosos, como ser: patria, nación, libertad, igualdad, cultura, credos, terruño y demás patrañas. En ese vaivén se acomodan los grupos de poder y los líderes se suceden. Líderes que se encaraman sobre sus pueblos de manera irrefrenable para conducirlos a tientas hacia destinos impensados.

Pronto olvidaremos este catastrófico momento y alistaremos nuestros gladiadores para el siguiente circo, volverán en pantalla a colores los ilustrados en crear infortunios con el objetivo vencer al otro, buscando la solución final. Aunque, claro está, la derrota o victoria solo serán efímeras y la paz un arreglo plagado de transacciones precarias.

Lo que se perpetúa en las calles son las heridas y dolores, queda sembrado el odio inexplicable que nos hace convivir incómodos en el único lugar en que caben nuestros cuerpos, lugar que más parece ajeno que compartido.

Es que no hay derrota rotunda, ni proceso político acabado, sería mucha cosa pedir a los políticos que terminen su trabajo, porque su modo de vivir es el conflicto generalmente artificioso, su mejor negocio es hacerse del poder y luchar por perpetuarse, esa es su utopía, lugares inaccesibles para los mortales.

La gente es solo bandera, no es la razón de ser de sus políticas. Estos liderazgos hacen gala de cometer errores y de fraguar autoengaños, son diestros en armar y desarmar entuertos que ellos provocan. Expertos en desdeñar oportunidades, ufanándose al descartar acuerdos equilibrados. Ese vano afán de buscar el todo o nada imprimiendo presión sobre la gente, apelando a actos extremos, a cierres de caminos llevando al límite su poder, deja extenuados a sus fieles y no permite espacio para el equilibrio necesario en sociedad hechas por la divergencia.

La medida de la derrota nunca es definitiva, porque siempre hay tiempo para rehacer caminos, deificar actos radicales, volver a empezar, reinterpretar la derrota como hecho titánico, se abren paso pertinaces justificadores del horror desde el rol del mártir.

Qué puede ser peor que obstinados tratando de encontrar la jugada magistral que conduzca a la derrota total del otro, la persistencia sin concesiones no es otra cosa que el arma maximalista fabricada para matar la esperanza. ¿Qué razonamiento puede justificar el tiempo perdido, las energías desgastadas en cada esquina o camino? ¿quién desde el púlpito puede balbucear un discurso medianamente coherente que explique el absurdo en el que estamos metidos? Si hay quienes, y son los que se arrogan representación de todos, la inaceptable legitimidad de los manipuladores. Estamos perdiendo todos sin mayores argumentos que rebuscados discursos vacíos, siempre perdemos todos.

A quienes vigilan en las calles y esperan soluciones en las veredas solo les queda tragar la bebida amarga y el bocado ardiente. Más pronto que tarde recelosos, unos con otros, compartirán los lugares comunes, mientras los líderes del desatino se invitarán café y vino en cómodos salones.

¿En qué momento nos apartamos de la realidad? ¿cómo pudimos codificar discursos cargados de inescrutables razones, ante el absurdo de un conflicto plagado de incompetencias? ¿Cómo aceptamos estoicos la factura de este desatino?. Irónica paradoja, nadie olvidará las afrentas y la sangre, pero hay también muchos, quizás más, que olvidarán este torvo tiempo, volverán a apostar en los líderes de barro. Quedarán en archivos los policías cómplices y acomplejados, unas veces amotinados y otras veces, serviles. Quedará en un péndulo la ausencia de fe en el Estado, la palabra sin valor es moneda de cambio para la política.

La derrota instala rencor y odio en los genes del vencido, hay experiencia histórica en los bolivianos en el desempeño de la derrota, tenemos habilidad para convertir en neologismos y frases trilladas el dolor del vencido -Avaroa y el Chaco o la Haya-. Reducimos la derrota a eventos homéricos o simplemente nos invade una amnesia colectiva, nunca más los mencionamos, sagaz soslayo mental que se instala en la buhardilla del inconsciente. Solo así se explica que en este país no hay tregua con el pasado que cada vez es más presente y expresa asuntos no resueltos y resentimientos atávicos, una hermandad ilusoria que nos coloca en un bosque de cepas indescriptibles, legitimidades artificiales que ponen muros a la convivencia social de manera falaz, como expresa el artículo No 3 de la CPE, somos una suerte de sociedad experimental de dudosa alquimia política.

Para un pueblo acostumbrado a derrotas injustificadas perder días, semanas, meses, años, décadas o siglos no es otra cosa que un oficio ganado en la experiencia histórica de perdedor. Cómo convencemos a las autoridades que tomen decisiones que la ley les manda, si ellos consideran que sus derechos políticos están por encima de sus obligaciones y de la ley. No nos queda otro argumento que la política, como no. Pero la política está en manos execrables, si ellos nos conducen a soluciones finales y les tiembla la mano y volvemos a empezar, casi de cero. Entonces, la agenda está abierta y hay batallas pendientes se irán desgajando a costa del esfuerzo y la frustración de la gente. Plantear salidas únicas y quemar naves, es cerrar la posibilidad de concertar, de dar paso a la reconciliación duradera, al pacto que nos permita mirar caminos compartidos. No se puede convivir negando al otro, porque con es lógica nos esperan amargas desilusiones y un porvenir marcado de incertidumbres.

*PhD. en Ciencias Sociales, investigador y docente universitario.