2023, oportunidades económicas y amenazas políticas

 

Realizar análisis prospectivos sobre lo que sucederá en un país es un ejercicio necesario, aunque arriesgado, especialmente cuando este atraviesa por coyunturas complejas, debilidad institucional y excesiva dependencia de decisiones políticas que generalmente son impredecibles. En el caso de Bolivia, la previsión cobra una mayor relevancia debido al persistente nivel de incertidumbre sobre el rumbo que tomará nuestra economía en el corto y el mediano plazo.



Para 2023, el FMI prevé que Bolivia tendrá un crecimiento de 3,2%, muy similar a la estimación del Banco Mundial que prevé un 3,1% y de la Cepal que ubica esta cifra en 2,9%. Por su parte, el gobierno considera que las condiciones actuales nos permitirán crecer en 4,86%, superior al 4% que habríamos logrado en 2022 y al 2,22% de 2019.

El año que termina, nuestras exportaciones superaron los 13.000 millones de dólares, marcando un récord histórico.  Aunque la minería fue el principal rubro, más de la mitad de las ventas al exterior correspondió a los productos no tradicionales, que aumentaron 53% en valor y 42% en volumen; muchos de ellos alcanzaron cifras nunca antes registradas. Además de estos sectores, la construcción, transporte, sistema financiero y el comercio mostraron también buenos resultados.

Una importante constatación es que el mayor dinamismo de la economía nacional se está dando en las áreas donde el sector privado formal tiene mayor incidencia, incluida la minería. Factores como el empleo, la innovación, la inversión y el aumento de la recaudación impositiva, es decir, el sostenimiento y recuperación de la economía, se explican fundamentalmente por el esfuerzo y el aporte de los empresarios, pese a las barreras y los problemas soportados en 2022.

Según estudios especializados, para 2023, los minerales que explotamos y los alimentos que producimos podrían mantener precios internacionales elevados, y hay muy buenas perspectivas para las nuevas ofertas de exportación como el carbonato de litio y la urea, además que las remesas del exterior mantendrán su nivel actual.  Estas condiciones podrían darse si persisten –como es previsible– las condiciones adversas en Europa, Asia y Estados Unidos, e incluso se podrían sostener, a pesar de que el FMI, el BM y la UNCTAD han advertido del alto riesgo de una recesión mundial este año.

Pero hay sombras en el horizonte. La caída de la producción de hidrocarburos junto al aumento de la importación de carburantes va a generar una mayor disminución de las reservas internacionales netas que ya registran cifras mínimas; además el incremento de las subvenciones y de los salarios, las dificultades para obtener créditos y el servicio de la deuda externa pueden causar un mayor déficit fiscal.  La permanencia de la inflación en Argentina, Brasil y Chile y la conflictividad en Perú llevaría a un crecimiento del contrabando y afectaría el comercio exterior. Lamentablemente, los grandes negocios del litio, hierro y plata, la venta de energía, e incluso la sustitución de los combustibles por etanol son proyectos a largo plazo que no tendrán mayores efectos en 2023.

La producción agropecuaria está en riesgo permanente por los bloqueos y los desastres climáticos; la demanda interna puede verse afectada por un eventual aumento de la inflación; y la inversión privada interna y externa se estancaría si subsiste el clima de conflictividad y no se garantiza la seguridad jurídica. Este escenario traería graves problemas para el empleo, la estabilidad del sector privado y la economía familiar, y dañaría más la imagen del país, que ya reporta los peores índices de calificación mundial de informalidad, clima de negocios, inversión extranjera directa, confianza institucional y percepción de la corrupción.

Las mayores amenazas para la economía, sin embargo, no provienen de factores externos ni de la crisis mundial, sino de la acumulación de los conflictos internos y la tendencia a su incremento. En la gestión 2022, las tensiones sociales ya aumentaron considerablemente, propiciando un clima de alta conflictividad y polarización que puede mantenerse, debido a que ahora se han sumado las confrontaciones políticas, ideológicas y regionales. Si estos factores continúan durante el año que empieza, sus efectos podrían ser devastadores sobre una economía que empieza a estabilizarse, pero que aún es débil, dependiente y poco diversificada.

En 2023, Bolivia tiene la oportunidad de lograr mejores resultados económicos, gracias a un contexto de alta demanda internacional de minerales y alimentos, la capacidad instalada de la industria y el dinamismo de sus empresarios y emprendedores, sin embargo, si se continúa priorizando el encono político, debilitando la institucionalidad democrática y precarizando al sector privado con normas injustas, sobreregulación, multas exorbitantes y presiones corporativas, seguiremos la ruta que ahora padecen varios de nuestros vecinos.

Ronald Nostas Ardaya Industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia