Relato de Camacho devela pactos militares, policías y mineros que le complican ahora

«Fue mi padre que cerró con los militares para que no salgan; fue por esa razón que la persona que fue justamente a hablar con ellos y coordinar todo fue Fernando López», develó en 2019 Luis Fernando Camacho.

POR RUBÉN ATAHUICHI

El mural en homenaje a Luis Fernando Camacho, en cuyo acto éste contó detalles de su papel en 2019.



Fuente: La Razón

“Este detalle es para vos, Luisfer”, arenga el anfitrión. Enseguida manda a descubrir un mural en su honor. Luis Fernando Camacho se decanta luego, y en su emoción cuenta cómo en 2019 derrocó a Evo Morales, cuando “cerró” con militares, policías y un minero.

Un colaborador tira con fuerza el plástico azul que cubre la pintura y otros vitorean al líder cívico protagonista en la crisis poselectoral de ese aciago año. “¡Camacho, carajo!”, arenga alguien.

El cuadro muestra a Camacho de rodillas, con las manos rodeando una Biblia cuya tapa es una cruz blanca. Los típicos jeans, polera blanca y gorra negra lo pintan como tal, ¡de marketing!

Una inscripción de “¡libertad!” en la parte posterior, una bandera con símbolos del 21F (referéndum del 21 de febrero de 2016), un mapa de Bolivia con tres pisos ecológicos, el escudo de Santa Cruz, el Cristo Redentor y él en el atril con la Biblia en alto también.

Unos policías del motín de Cochabamba del 8 de noviembre, un avión volando rasante, unas palmeras, una bandera cruceña y una tricolor completan la escena.

Luego de un corte de edición del video, grabado el 27 de diciembre de 2019, Camacho comienza a hablar —en algunos pasajes de forma ininteligible— y a contar cómo sucedieron los hechos antes de la caída de Morales, el 10 de noviembre, por los que ahora es procesado bajo detención preventiva en la cárcel de Chonchocoro.

En el repaso de más de 12 minutos de sus acciones para el derrocamiento de Morales, destaca su confesión sobre cómo “cerró” con policías y militares su desobediencia al poder constituido y con un minero, que de evitar su ingreso a La Paz el 5 de noviembre de 2019 lo permitió al día siguiente, para “tumbar” a dinamitazos y con 6.000 mineros a Morales.

Corre el relato:

“No fui, absolutamente, a ningún tipo de actos, ni reconocimientos ni nada. Sencillamente, porque cuando pasó todo esto nos quedamos tiempo en La Paz para terminar y cumplir compromisos.

Y así, a grandes rasgos, contarles qué fue lo que se hizo, porque voy a presentar un libro y he elegido que sea justamente en la ‘frater’ que sea la presentación. Eso básicamente es porque, primero, ya no soy presidente del Comité; no sería correcto que lo haga ahí.

Del núcleo de amigos, aunque no vengo casi nunca, pero es el único círculo de amigos que tengo. Y fue aquí la primera vez que con mi amigo (…) le dije que vamos a ser presidente del Comité, y siempre le dije que quiero una institución que podía hacer mucha historia.

Siempre tuve fe en ello, aunque todos preguntaban por qué ese Comité estaba muerto, y hemos demostrado claramente dos cosas: una de éstas es el reflejo de lo que está acá, que es —lo dijimos el primer día, que al principio no le gustó a mucha gente y que al finalmente se dieron cuenta que era verdad— que el cabildo iba a servir para que nos reencontremos entre cruceños y seamos esperanza de Bolivia.

A pesar de que muchos no creían en la institución, de las medidas que se iban tomando, o porque no tenían fe y certeza o porque ya estábamos en una etapa de asumir a un Evo Morales como presidente para el resto de la vida; pero no creíamos en nada de lo que pasaba.

Fue hermoso, porque… Justamente ahora, que es primera vez que vengo a la ‘frater’ o cualquier evento, quería contarles (…) qué fue lo que pasó.

No, había algo por detrás, porque no puede ser que deje una Biblia y a los 15 minutos renuncie (NdR: Camacho llegó a las 16.00 al Palacio Quemado y Morales renunció a las 16.52). Claro, no pude dejar la Biblia solamente.

La historia fue tan hermosa en el transcurso de todo, que fue mi padre que cerró con los militares para que no salgan; fue por esa razón que la persona que fue justamente a hablar con ellos y coordinar todo fue Fernando López, actual ministro de Defensa; es por eso que está de ministros de Defensa para cumplir los compromisos. En la Policía, fue de la misma manera mi padre.

Cuando pudimos consolidar que ambos no podían salir, fue que dimos las 48 horas, porque ya sabíamos que podía Santa Cruz trasladarse a La Paz. Era ahí el problema, porque aquí no iba a pasar nada, nos iban a mirar del balcón. Yo creo que ése fue el momento más duro que pasamos porque, en el cabildo, mi familia no sabía que yo iba a La Paz; solo sabía mi padre, nadie más. Obviamente, mi hijo y mi mujer quedaron preocupados porque lo primero que piensan es que ‘lo van a matar’.

Evidentemente, cuando mi padre me dijo ‘¿qué van a hacer después de las 48 horas?’, le dije: ‘irme a La Paz. Me dice ‘pero, te pueden matar’. Le dije, yo tenía mucha fe: ‘si no me matan, va a caer, y si me matan, se va a arder el país’. Pero ya no podíamos arder.

Cuando anunciamos en el cabildo, se me cortó la voz, nunca sabe que Dios va a querer. Pasaba, tenía que despedirme. Fue duro, pero fue hermoso, porque miedo no tuvimos, teníamos mucha fe.

Cuando vos salías y veías a todo el pueblo parado, decías: o era libertad de toda Bolivia o no una vida. Eso es lo que teníamos que hacer, fue hermoso porque, cuando nos fuimos, todo se fue dando; no es que Luis Fernando planificó todo.

Se fue dando porque Dios es grande. El día que no me dejaron entrar a La Paz y me trajeron, le dije a mi padre: ‘Me trajeron con mentiras los militares, les mintieron a los militares; les dijeron que me saquen, porque me iban a matar y que tenía que salir’. Me di cuenta de que ya tenían miedo. Le dije: ‘Tienen miedo, papá y, entonces, hay que volver’.

Cuando volvimos, el ministro da todas las garantías para que nosotros entremos. Reconfirmé de que no querían que me maten. Fue hermoso, fue la primera lágrima que se me derramó, porque cuando subí a la Policía, mi padre decía: ‘Con fe, hijo; la Policía está con nosotros’ (…).

Entonces, me agarran y me suben al jeep; había un coronel a mi lado. Y salimos, y Frank recibe una llamada del general de la Policía; le dice: ‘Ubicación, coronel’. Le dice: ‘Por seguridad, el paquete no se lo puedo dar, mi general’.

Me quedé tranquilo, Marco Serrate (NdR: un poco ininteligible) dice ‘por dónde vamos’. Yo le digo que se tranquilice y me dice: ‘¿Pero si lo matan?’. Cualquier cosa puede pasar, estamos arriba (…). Nos fuimos y recibimos dos llamadas más del general, hasta que lo llamó Romero y le dice: ‘Qué carajos se cree para no decir dónde está’. Y le dice: ‘No puedo darle la ubicación por seguridad del paquete, ministro’. Y le colgó el teléfono.

Seguimos avanzando, lo volvió a llamar (habla de Romero) y le dijo: ‘Tráigalo a Palacio, lo estoy esperando para que deje su carta’. Y me dice el coronel: ‘¿Qué le digo?’ ‘Dígale que la voz del pueblo no entra por la ventanilla, que no se la voy a dejar ahí, que se la voy a dejar en Palacio Quemado. Y le dice: ‘No, que me la dé en la (Casa) Grande. (…) Y colgó.

Y me dice: ‘¿Dónde quiere ir?’ A mi hotel. Volvió a llamar el ministro y le dice ‘¿dónde lo están llevando?’ Al hotel. ‘¿A qué hotel?’ ‘No le puedo decir’. Colgó.

Fue hermoso. Llegamos al hotel, con dos movilidades, ocho policías y unas siete motos. Paran afuera del hotel. Y (el coronel) les dice: ‘Sáquense sus uniformes, sus mochilas y vístanse’. Se sacan el traje y me dice: ‘El general de la Policía es masista, pero a partir de hoy nosotros nos hacemos cargo de su seguridad como civiles, ya no somos policías.

Puta, fue espectacular, y era la UTOP; eran los que se amotinaron. Cuando entramos, pasó todo lo que tenía que pasar.

Pero cuando vine la primera vez que nos devuelven, se viene un minero, que no está en peligro por seguridad, hasta que tengamos un gobierno conformado y que no vuelva el MAS, que no lo voy a decir. Me dice: ‘Yo estaba en El Alto; yo fui el que organicé para que no entres’.

Se vino acá, a Santa Cruz. ‘Te íbamos a hacer como a Túpac Katari, te íbamos a soltar en plaza Murillo. Ése era el fin. Pero me intriga por qué estabas dispuesto a morir, porque rompieron vidrios, se estaban entrando’. Yo se lo expliqué y el tipo me dice: ‘Nosotros no queremos que Evo Morales sea presidente; pero a que Carlos Mesa sea presidente, yo prefiero a Evo Morales’. Y ahí me entero cuál era el problema, y era lo de Octubre Negro.

La charla fue larga y me dice: ‘Yo te voy a tumbar a Evo Morales, pero prométeme ser presidente’. Yo le dije: ‘Ahorita primero recuperemos la democracia. No, yo te garantizo que lo vamos a tumbar. Pero… Ya, ok, te prometo’. Nos fuimos y dice: ‘Va a haber quilombo en el aeropuerto, pero vas a poder entrar’. Dicho y hecho.

Entonces, me dice: ‘Yo necesito, por favor, que me des las condiciones para poder trabajar’. Se le dio las condiciones, se le dio lo que necesitaba y el tipo se fue a trabajar y comenzó a traerme a la gente: llegaron los Ponchos Rojos, los interculturales…

Cuando cerramos con todo y el día sábado, antes de que renuncie Evo Morales, dice el tipo: ‘Júntame a toda la gente, a todos los cívicos en la puerta del hotel, voy a dar la cara’. Hasta ese momento solo había hablado conmigo. Ya tenía 6.000 mineros llenos de dinamita para entrar y sacar a Evo Morales.

Y me dice: ‘Me llamó Evo Morales en la mañana para pedirme que resguarde la plaza Murillo porque los militares le habían dado la espalda y los policías igual. Le dije que no. ‘Y eso es una guerra de Evo Morales; necesito sacarle hoy, porque si no, los militares van a venir por mí’, dice. Le dije: ‘No, no se preocupe, hablé con los militares, con el general, me dijo que no iban a salir.

Se quedó tranquilo y me dice: ‘Te doy hasta el domingo; si el domingo no se va, el lunes le saco yo con dinamita’.

Así fue. Entonces, el domingo, cuando sale lo del fraude (NdR: informe preliminar de la OEA sobre las elecciones), todos, Ponchos Rojos, interculturales y su propia gente de Conamaq piden su renuncia.

Cuando se leía la Biblia, era el mensaje; estaba solo, era dejarlo solo con Dios en el Palacio. Ése era el mensaje. A ese que sacó, cuando llegó, dejaron solo. Fue espectacular porque yo no sabía ni dónde había que dejar la Biblia, solo sabía que había que dejarla en el Palacio, justo en la entrada, en el centro del poder.

Cuando salgo a El Prado, en 15 minutos renunció (NdR: ‘Es que el universo se nos unió par que así sea’, comenta uno de sus seguidores). ¿Saben qué? Se me caían las lágrimas. Ahí entendí el verdadero mensaje: Yo quería estar solo con Él. No es que no tenía fe o que tenía miedo a Dios, no; en lo que no cree en Dios, se sintió solo, con toda su fe. Y lo primero que digo, lo que pienso yo, es que tiene la excusa perfecta con su Biblia y algo va a hacer: o se meten los militares, o me matan, porque teníamos confirmado que el tipo iba a actuar (NdR: ‘Gloria a Dios’, arenga uno).

Eso ha sido lo que pasó. Hay que contarlo, porque ese minero fue realmente la cereza para que él se vaya; fue la cereza completa; un tipo humilde, sencillo, pero que maneja a toditos los mineros. Es un líder.

Impresionante, el hombre viene a Santa Cruz todo el tiempo. Fue un trabajo realmente espectacular. Por eso es que, cuando la gente dice ‘no fue Luis Fernando, fue todo el pueblo’, digo sí es verdad. Pero ahí vieron que no se lo han dicho: así hubiéramos parado dos años, no se iba a ir. (NdR: frase ininteligible que alude al ‘minero’).

Y eso es lo que vi contar en un segundo libro, porque, por seguridad, no se puede dar el nombre o realmente cómo se manejó todo; hay que tener ese cuidado con ellos.

Ya está saliendo la próxima semana el libro. Aquí vamos a presentar el primero, por lo menos de forma general y con algún detalle. Pero en el segundo libro, mediante el gobierno consolidado, vamos a sacar con nombre y apellido quién fue el general que se movió en las Fuerzas Armadas.

Vamos a tener que hacerle un monumento al de la UTOP que murió, que él fue quien me hizo ingresar a Palacio. (NdR: ‘¿El que se chocó en la moto?’, pregunta quien filma el video). Él (Heybert Yamil Antelo).

Con él coordinábamos todo; era un tipo increíble”.

Fuente: La Razón