El drama de las menonitas en Manitoba

La película “Ellas Hablan” nominada al Oscar para la mejor película, recibió el domingo pasado el Oscar al mejor guion. Dirigida por Sarah Polley y basada en la novela de la canadiense Miriam Toews, la cinta es conmovedora y las ocho protagonistas, mujeres de la colonia menonita de Manitoba, reunidas durante días en un granero, comentan, doloridas y humilladas, la forma salvaje como son maltratadas y violadas por los hombres de su comunidad. En el fondo es una denuncia y una protesta contra los varones de Manitoba (o de cualquier otra comunidad menonita), contra el machismo, contra el patriarcado que degenera en incesto, lo que las coloca en la terrible disyuntiva de “o no hacer nada, o de quedarse en la comunidad y luchar o de irse”.

El año 2012, cuando los menonitas habían descubierto que los violadores eran siete forajidos y otro sujeto que les proporcionaba la escopolamina (alcaloide hipnógeno como la burundanga, belladona, mandrágora) para adormecer a sus víctimas y violarlas, me pareció que algo tan brutal había que investigarlo y llevarlo a una novela. Los siete depravados ya estaban siendo procesados, el proveedor de la escopolamina en spray también, y uno había huido no se sabía dónde.



Fue así que visité Manitoba, la más conservadora de las colonias menonitas, así como otras menos rígidas que están ubicadas en las proximidades de Santa Cruz. Estuve en la cárcel de Cotoca, donde ya guardaban detención los violadores a quienes vi. Y, durante el proceso, asistí a varias de las audiencias en el Palacio de Justicia, y pude ver con asombro a las niñas violadas, a las mujeres que también habían sido ultrajadas, a madres y padres que habían sufrido en esta situación horrible. Me fijé en algunas jovencitas embarazadas, pero que bien podían ser casadas. En cuanto a las niñas, no pude asistir a las audiencias porque no eran públicas, por razones comprensibles. Y algo muy importante es que tuve acceso al expediente del juicio que me proporcionó el fiscal del caso, donde constaban las declaraciones de las víctimas y de los agresores.

Con todos esos elementos, escribí la novela “Los violadores del sueño”, libro que publicó La Hoguera, en su primera edición el mismo 2012. Para escribir, entré en un escenario muy complicado desde el momento en que los varones menonitas de Manitoba hablaban muy poco con los extraños y las mujeres ni una sola palabra. Los hombres por reservados y temerosos de referirse al tema, y las mujeres porque simplemente no hablaban español – solo el arcaico e incomprensible bajo alemán – y porque una menonita no se relaciona con nadie que no pertenezca a la colonia por temor a ser castigada o cuando menos censurada.

Sin embargo, con todos los elementos que conseguí y como no estaba realizando una investigación policial sino escribiendo una novela, donde prima la imaginación, en dos meses publiqué “Los violadores del sueño”, narrando, basado en las declaraciones de los protagonistas, cómo se conformó el grupo de violadores, cómo seleccionaban a sus víctimas, cómo ingresaban a sus hogares en las noches, cómo las dormían o les quitaban toda voluntad de defensa con la escopolamina, y cómo procedían a violar a cuantas mujeres podían en no más de 20 minutos (que dura el efecto del alcaloide) guardándose de dejar rastros que los pudieran identificar. Para el efecto utilizaban inicialmente preservativos, con lo que no quedaban rastros de semen y eso alarmaba mucho más a las familias afectadas.

En una comunidad como la menonita, dedicada a Dios, al trabajo y a cuidar de la gran prole, era algo impensable que algunos de sus miembros pudieran cometer pecados tan horrorosos. Y es por eso, que, durante los primeros meses, los habitantes de Manitoba creían firmemente que les había caído encima la ira de Dios por sus faltas. Que Dios los había desprotegido y que el diablo era el sujeto perverso que violaba a niñas, niños, adolescentes y mayores, de una manera tan cruel y misteriosa, sin dejar huella. El miedo cundió entre las familias afectadas. Se produjeron hasta agrias disputas hogareñas porque se empezó a sospechar de los propios hombres de la casa. Se sospechó del incesto, que no había sido extraño en una sociedad tan cerrada a las relaciones sexuales prematrimoniales; en un grupo humano endogámico.

Finalmente, una chiquilla recordó un rostro de sus violadores y capturado él, fueron apresados el resto. Algunos de los obispos quisieron procesarlos en la colonia, pero los afectados, por primera vez en más de setenta años, pidieron la intervención de la justicia boliviana. Así fue cómo los violadores fueron entregados a la Policía y luego de un penoso juicio llevado al penal de Palmasola con una sentencia de 25 años, que, suponemos, siguen cumpliendo.

En la película “Ellas Hablan” no se menciona a la colonia de Manitoba y se supone que es algo que podría suceder en cualquier otro asentamiento menonita, lo que no es comprobable. Además, las ocho mujeres que se reúnen en el granero acusan a todos los hombres de ser los violadores, lo que no es verdad porque los delincuentes que lo hicieron fueron aprehendidos. Por último, todas las mujeres deciden irse de la colonia (no “huir” sino irse, insisten ellas) y parten en una enorme caravana de carromatos, lo que tampoco es cierto porque, que yo me hubiera enterado, no existió ese éxodo. No deja de ser absurdo pensar que todas las mujeres de la colonia se hubieran marchado sin que sus esposos e hijos se opusieran a dejarlas partir, pero todo esto último es parte, sin duda, de la fabulación de esa destacada escritora que es la señora Toews o de la directora y guionista Sarah Polley, que fue premiada con el Oscar.

Manfredo Kempff Suárez