El espejo del tiempo no miente

No es nuevo para los bolivianos caminar en medio de crisis constantes. Así vivimos desde la misma fundación de la república. A salto de masa, buscando salidas, pidiendo sosiego como una sociedad a punto de explotar y que siempre se queda en una especie de paréntesis, en que la explosión no ocurre. Como si el suspenso nos llevara a eso que las películas nos muestran como: unos años antes.

Y eso es lo que tenemos ahora. Retrocedamos en el tiempo y veamos las escenas.



Los años 80 fueron tiempos de generales en retirada, de dirigentes políticos predicando democracia y socialismo, de sindicatos obreros unidos a la oración de la igualdad sin explotación, de empresarios temerosos y de curas cómplices con los militares y predicadores por la iglesia de la liberación.

El ciclo militar del 64 al 82 se deslizó por la bandeja del capitalismo de Estado que dejó construido el MNR. El modelo basado en la explotación de minerales. Modelo que usó los dólares de esas exportaciones para cubrir las importaciones y sostener una burocracia enquistada en las instituciones públicas diseñadas para servir de botín político.

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Nunca tuvimos capacidad de ahorro nacional. Por eso la inversión externa era necesaria, pero a la vez rechazada. El Estado nacionalizador y autoritario fue sacralizado, al punto de que la prédica de la izquierda expresada en los Partidos Comunista, Socialista y Trotskista, tenían el monopolio ideológico mayoritario.

Generaciones enteras desde principios del siglo XX fueron formadas en las escuelas y universidades bajo el manto ideológico de esos partidos.

El resultado fue la agudización permanente de las contradicciones, entre la lucha de clases o la alianza de clases. Eso nos llevó a tener una economía supeditada a lo que podía hacer o dejar de hacer el Estado. Cuando los generales optaban por atraer la inversión externa, eran fascistas, cuando decidían crear empresas públicas eran revolucionarios.

Pero tanto los unos como los otros, terminaban limitados por los precios externos para las exportaciones de materias primas, endeudados y gastando más de lo que sus ingresos les permitían. La caída de un general dependía del ciclo externo favorable o renuente a otorgarle ingresos.

La COB como entidad que transcendía lo sindical, para convertirse en la matriz social de los obreros, campesinos y clases medias, hegemonizada por la izquierda, siempre estaba al acecho de la conclusión del ciclo económico del General de turno y cuando este ya no tenía recursos para endeudarse y, reprimir era lo que le quedaba, su caída estaba cantada.

¿Todo esto no les parece conocido? Vivimos lo mismo con ciertas variables. Ya no hay generales gobernando sino civiles y ya no hay una COB con contenido ideológico sino un brazo inútil del gobierno. Ya no están criollos mestizos de cuello blanco gobernando, sino cholos mestizos ordenando como los otros.

Y en medio de ellos está una sociedad que sigue viviendo al día, que no tiene medios ni tiempo para educarse, que se educa en la calle, donde el vivo es el que logra llegar a la noche, si es necesario engañando o robando. Una sociedad que vitorea a quien le pague por hacerlo. Que si llega a tener un puesto en la administración pública siente que ha llegado su hora de enriquecerse rápido, pronto y como sea.

Así la experiencia pasada se convierte en el presente que nos envuelve en una soga que aprieta y se extiende para dejarnos respirar un momento hasta que nos vuelve enroscar.

No aprendemos, porque no asimilamos, porque en vez de sacudirnos de esa soga que nos aprieta, preferimos esperar que se afloje un poco y creer que el respiro que tenemos es suficiente.

Seguimos creyendo que ser de izquierda es adorar al Estado y ser derecha adorar al empresario. Seguimos confundiendo los efectos como si fueran las causas. Hay que ser de izquierda para ser del pueblo. Hay que nacionalizar para ser revolucionario y hay que derrochar para demostrar que hacemos revolución.

Es mejor ser de centro, la forma de decir con vergüenza que nos gusta la izquierda. Hay que ser empresario pero amigo de los zurdos. Hay que criticar lo que hacen los revolucionarios, pero creemos en su receta.

Esto explica un poco por qué el derroche de los recursos económicos no se ve mal sino necesario, porque satanizar al empresario nacional y extranjero es defender la nación de la anti nación. Y recitar diariamente que hay que quitarles a los ricos lo que tienen es predicar como verdadero revolucionario.

Así hemos llegado, otra vez, a quedarnos sin gas, sin ingresos, endeudados, sin divisas y con acreencias que no podemos cubrir. Así, otra vez, la pobreza nos tiene atrapados. Así, otra vez, buscamos al culpable, que es el imperio, la burguesía, la derecha, o cualquiera que queramos, pero no nosotros. Nosotros somos las víctimas, los derrotados injustamente, los mártires de la incomprensión del mundo que no quiere aceptarnos como somos.

 

Dante Napoleon Pino Archondo