Literatura con censura mata la cultura

 

En el mundo editorial —allá lejos, en ese “mundo ancho y ajeno”—, se instaló una polémica debido a que las editoriales han comenzado a publicar ediciones corregidas, eliminando cualquier tipo de lenguaje que pudiera resultar ofensivo a la hipersensibilidad del lector contemporáneo. En principio, podría pensarse que las razones son correctas —políticamente correctas—, pero lo que está claro es que estos intentos son una censura flagrante que van más allá de eliminar o reemplazar palabras, porque incluso están cambiando las ideas originales que escribió el autor, en aras de “no herir sensibilidades”.



El escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, ironizaba en un artículo que “en nuestro tiempo entontecido se ha impuesto la idea de que las sensibilidades personales son la vara con la cual se mide todo: de que la misión última de todos los creadores en todas las disciplinas es, sencillamente, cuidarse de ofender a alguien”. La censura más insidiosa es la autocensura.

En este manoseo —maquillaje, ajuste, corrección o censura— de textos ajenos corremos el riesgo de perdernos la mirada de los creadores de ese mundo de antes, de cómo se veían y se nombraban las cosas, las personas y las situaciones en otras épocas. Reproducir historias y ficciones expurgadas, ideales, inocuas, asépticas, desinfectadas es mentirnos y reflejar, en especial para los niños, un mundo perfecto que no existe y no prepararlos para lidiar y defenderse de sus reales imperfecciones.

Con la premisa de la estúpida “corrección política” se puede destruir toda creación intelectual y artística del pasado. Además, se desaprovecharía la acumulación y diversidad de riqueza cultural de las diferentes civilizaciones, con sus luces y sus sombras. Hay un claro intento de imponer una narrativa ideológica, supuestamente progresista, contraria a la verdad histórica y ética literaria.

Esta perversa amenaza inquisidora y de “corrección moral” está presente también en los textos legales de los países. ¿Acaso no está claro el nuevo vocabulario que se ha insertado e impuesto en las actuales constituciones políticas de los populismos, circunstancialmente, en el poder?

La buena literatura infantil debe tener algo transgresor, subversivo y no necesariamente pedagógico, para que los niños sientan que entran en un terreno de plena soberanía. En un tuit, la renombrada escritora española, Irene Vallejo, instó a no subestimar la capacidad interpretativa de los pequeños lectores: “…nunca olvidemos que los niños son un público exigente, inteligente, gamberro, irónico, capaz, agudo, rebelde y perspicaz. Saben distinguir quién les habla en horizontal, de tú a tú, con irreverencia y con gracia, y quién cuenta las historias desde su atalaya de adulto condescendiente. Creedme. Lo saben desde la primera palabra”.

La literatura —con todas las sombras y brillos de la condición del ser humano—, es indispensable e insustituible. Cualquier cosa que se diga o escriba puede resultar dolorosa, ofensiva o hiriente para alguien, porque así es la vida. A través de ella podemos recrear y vivir realidades y situaciones peligrosas y hostiles, sin sufrir realmente esas amenazas. La vida vicaria de una ficción es la única manera que tenemos de entender ciertas experiencias, sin necesidad de tener las experiencias.

La idea de que la literatura —el cine, la televisión, el arte en general— no deba ofender a nadie, solo puede llevar a una catástrofe: una literatura inofensiva, sosa, insípida, desabrida, caima.

 

Alfonso Cortez

Comunicador Social