Restablecer las relaciones diplomáticas con Chile

 

El 17 de marzo de 1978, hace 45 años, luego del fracaso de las negociaciones entre los presidentes Banzer y Pinochet, Bolivia decidió romper relaciones diplomáticas con Chile. En nuestra historia, es el único caso de un conflicto con un vecino que se ha extendido tanto, y en América es el más prolongado, luego de que Cuba y Estados Unidos reiniciaron sus relaciones en 2015, después de 54 años de haberlas interrumpido.



Pese a que, en 2018, el Tribunal de La Haya desestimó que Chile estuviera violando el Tratado de 1904, Bolivia persiste en su decisión, en parte porque la reivindicación marítima, incluida en la Constitución de 2009, es uno de los pilares sobre el que se construyó nuestra identidad nacional, y porque ningún gobierno ha querido revertirla, por temor al supuesto costo político que tendría. Lo curioso es que la inexistencia de relaciones se circunscribe cada vez más a lo simbólico y lo discursivo, mientras que en lo económico, comercial, político y cultural la vinculación se mantiene con el mismo o mayor dinamismo que con otros países del continente.

Actualmente, Bolivia tiene representaciones consulares en Santiago, Arica, Antofagasta, Calama e Iquique, mientras que La Moneda las tiene en La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, todas ellas con más actividad y relevancia que nuestras embajadas en Austria, Irán, Nicaragua, El Vaticano, Egipto o Costa Rica.

Nuestros gobiernos hace mucho dejaron de pensar en estrategias de guerra para buscar los beneficios de la paz. Con Chile tenemos acuerdos comerciales, aduaneros, penales, de protección de inversiones, de combate al narcotráfico, de transporte aéreo, de exención de visas, de colaboración policial, etc. y ni siquiera los juicios en La Haya lograron afectar la natural relación basada en intereses, objetivos y necesidades comunes.

En 2006 ambos Estados acordaron crear una agenda de 13 temas de interés mutuo como integración física y fronteriza, libre tránsito, complementación económica, seguridad, defensa, educación, cultura, etc. y recientemente se propuso incluir otros como contrabando, puertos, migración y litio. En las últimas décadas los gobernantes de ambos países han visitado muchas veces a sus homólogos y mantenido una fluida comunicación propia de mandatarios de países hermanos.

Nuestra relación económica es intensa. En 2022, las importaciones de Chile superaron los 1.420 millones de dólares, mientras que las exportaciones alcanzaron a 233 millones. En relación a las rutas del comercio internacional, en 2022, el 63% de la carga marítima desde y hacia Bolivia se movió través de los puertos chilenos.

Respecto a las remesas, según datos oficiales en 2022, bolivianos que viven en Chile enviaron 310 millones de dólares a sus familiares en nuestro país, el 22% del total recibido de compatriotas en el mundo. Nuestros connacionales migrantes hoy conforman la cuarta comunidad más numerosa de extranjeros en Chile, mientras que, a lo largo de los años, han ingresado a Bolivia miles de ciudadanos de chilenos que hoy trabajan, estudian, comercian y progresan como cualquier migrante aceptado y valorado por la comunidad.  Curiosamente, una presidenta del Senado boliviano y, en su momento, presidenta interina del Estado, hasta 2019 tenía nacionalidad boliviana y chilena.

Pero como en toda vecindad, también hay aspectos negativos.  Un estudio de la CEPB de 2017, mostraba que Chile era el país de ingreso de la mayor cantidad de contrabando, tanto desde ese país como a través de la Zona Franca, superando para entonces los 1.000 millones de $us anuales.  El robo de vehículos, el narcotráfico e incluso la trata de personas, son delitos recurrentes en la extensa y árida frontera.

El tema que nos enfrenta a nuestro vecino de occidente es estructural y significativo, sin embargo, la implacable realidad y una política de Estado errática e improvisada, lo han ido minimizando, distorsionando, y dificultando su resolución. De hecho, los nulos resultados en la búsqueda de un acceso libre y soberano al Pacífico, evidencian que la decisión de 1978 ha sido más perjudicial que beneficiosa para Bolivia, especialmente en el posicionamiento internacional y la gestión eficiente de las otras cuestiones de interés recíproco.

La reanudación de relaciones diplomáticas con Chile es hoy una necesidad estratégica que debe estar acompañada por un acuerdo formal entre Estados, que nos permita abordar los temas de la agenda común, tanto a nivel bilateral como multilateral, desde la diplomacia, la política y la economía. Insistir en una ruptura artificial es ilógico y hasta irresponsable, y revertirla no puede entenderse como una señal de debilidad y menos de renuncia a nuestra histórica demanda.

 

Ronald Nostas Ardaya

Industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia