Pensar a lo bestia

Los estudios de percepción – casi en su mayoría -, llegan a una conclusión pasmosa: Para una gran parte de la sociedad boliviana, especialmente para los jóvenes, la incompetencia, la corrupción endémica, el oportunismo, la ausencia de escrúpulos y una completa ausencia de certezas, hacen que el horizonte del país sea brumoso, donde las seguridades de un progreso o de un mínimo de bienestar caigan en saco roto. Todos estos “atributos” de la clase política, no excluyen a unos de otros. Masistas y no, nadan en esas cloacas y la población ya está hasta el copete de sus peleas diarias en los medios de comunicación.

Existe un absoluto desprecio por la verdad.



Pero no es que odien lo evidente o la correspondencia entre los hechos y las palabras justas para referirse a ellas. Les resulta indiferente. El masismo ha acelerado de manera eficiente el desarrollo persistente y constante de la inapetencia hacia la verdad. Aquello que de buena fe podamos entender mínimamente como objetivo, aunque sea.  La verdad está completamente sacrificada en las esferas del poder. Allá en las alturas, le extraen el corazón y se lo ofrecen a sus falsos dioses socialistas. Por eso se entiende que no haya conciencia ni remordimientos entre ellos: los políticos, dirigentes y actores sociales. Todos están envilecidos y divorciados de la sociedad.

La mentira se erige como el núcleo de algo mayor. De algo más grande. La inseguridad, el narco, la corrupción institucionalizada a gran escala, el manejo maniqueo de los datos por parte del INE, del manejo irresponsable del mayor ejercicio estadístico del país como es el censo – y al que nadie ya hace un seguimiento serio -, la ausencia de divisas, la absurda e imbécil visión “antiimperialista” y la completa incapacidad de construir un país con futuro, es realmente deplorable.

Alcaldes payasescos, ministros que apenas articulan una oración coherente, un presidente débil y ladino; un expresidente altísimamente tóxico, cuya megalomanía y sociopatía rebasa cualquier estudio psiquiátrico propio de los más grandes psicópatas como Stalin, Lenin, los narcos y corruptos hermanos Castro, el dictadorzuelo y mafioso Maduro y el esquizofrénico matrimonio Ortega-Murillo. Son sólo muestras de la descomposición y decadencia de estos burdos actores políticos en nuestra región.

De qué vale el sacrificio cotidiano del trabajo honesto, del esfuerzo por progresar y llevar adelante una familia con valores; de qué sirve estudiar cinco años para ver que los contrabandistas y dinero turbio enriquecen al vecino, mientras uno agoniza pagando impuestos, respetando las normas y cumpliendo con la ley.

Ahora deberemos enfrentar un Estado ruinoso y pagaremos todos la factura de la ideologización de la economía, del despilfarro masista y evista junto con el enorme daño social que han provocado por marcar divisionismos, regionalismos, racismos y discriminaciones entre bolivianos. Y todavía siguen en esa línea. Es realmente enfermizo. Son políticos insanos.

La sociedad está exhausta. Agotada del resentimiento ciego de estos socialistas decrépitos de cafetín.

La salud mental de los bolivianos está sufriendo. Cada vez es más frecuente el consumo de antidepresivos, de trastornos emocionales y la ciudadanía padece en su vida cotidiana una infinitud de irregularidades que la tienen en una constante crispación nerviosa. Marchas, conflictos, inseguridad en sus barrios; una policía putrefacta y que se dedica – porque es un enorme negociado – a extorsionar cada noche a conductores. Verdaderas emboscadas donde no se discrimina a nadie. Todos deben “pagarles” montos de hasta dos mil bolivianos. Un robo descarado e institucionalizado.

La pregunta in extremis urgente qué debemos hacernos es qué está ocurriendo para que nos hayamos habituado peligrosamente a considerar como algo usual un hecho inusual, pero que, además, debemos vivir con ello como si fuese normal, cuando no lo es. Aceptar el desquiciamiento porque no tenemos otra opción.  Que, a pesar de todo, tenemos que continuar en una carrera sin meta definida y en la que nos vemos obligados a participar sin ningún sentido. Porque no queda otro remedio. Porque –nos confesamos unos a otros– «que todos estamos igual».

Estamos sumergidos en la sinrazón. En la anarquía. Y gracias a esta descomposición de liderazgos tóxicos, huecos, tumefactos y febles, solo podemos llegar a una conclusión: Estamos rodeados de gente que piensa a lo bestia. Y, lo peor, es que se están cargando a un país. La bonanza se acabó. La fiesta terminó. Ahora sólo hay resaca, resentimiento, odio y culpabilizaciones. Todos son víctimas y nadie se hará cargo – poque así son, cínicos y pueriles – del despelote que fue y sigue siendo la administración masista.