Telarañas digitales

 

 



La novela, “La mala hora” de Gabriel García Márquez, construye un apólogo sobre la violencia colectiva: Al amanecer, mientras se celebraba la primera misa dominical, se escucha un disparo en el pueblo. Un comerciante de ganado, advertido por un pasquín pegado en la puerta de su casa, mata al presunto amante de su mujer. Este panfleto anónimo, que le informaba sobre la infidelidad de su pareja, provoca un crimen pasional.

 

Sin embargo, este no es el único mensaje anónimo, decenas de pasquines clavados en las puertas de las casas denuncian aspectos sobre la vida privada de los habitantes de esta comarca macondina. No son impresos políticos, sino denuncias que revelan cuestiones y secretos particulares de los ciudadanos. Pero, nada que no se supiera de antemano, viejos rumores que los pasquines ahora los hacen públicos. Estos anónimos representan la materialización inicial de una violencia colectiva que hace tambalear la paz que se había conseguido después de una guerra civil. Ese asesinato es el detonador de la continuidad del conflicto armado. A partir de los pasquines estalla la violencia y llega la “mala hora” al pueblo.

 

Un pasquín es un escrito anónimo de contenido satírico o crítico que se coloca en un lugar público. Se lo usa también como un término peyorativo para referirse a un panfleto que denuncia o revela algo de una persona u organización.

 

Mario Vargas Llosa, en el ensayo “García Márquez: historia de un deicidio”, señala que “en ese mundo letárgico, algo comienza a ocurrir, algo inusitado que provoca cambios, al principio cuantitativos, y, por acumulación, un cambio de cualidad que modifica la esencia de la realidad ficticia. El agente que determina con su presencia ese proceso son los pasquines anónimos que amanecen pegados en las paredes del pueblo”.

 

En la actualidad, los muros de esa ficción literaria equivalen a los muros de las redes sociales. Desde cuentas conocidas o anónimas se hacen circular chismes, murmuraciones, calumnias, patrañas, descréditos, intrigas y muchas historias que no tienen un sustento real, pero que, su metódica y sistemática propagación, provoca efectos demoledores en la reputación de las personas, empresas o instituciones.

 

En Sucupira, coexiste también un “periodismo de pasquines”, montado en plataformas digitales, que aprovecha el streaming para difundir contenidos —en vivo o grabados— que pueden reproducirse en aparatos móviles y computadoras a través de Internet, en tiempo real o diferido. Lo que hacia la funesta radio Willy Bendek hace algunas décadas, inventando historias y extorsionando a los desdichados implicados en ellas, pareciera que lo están haciendo ahora otros medios inescrupulosos que se aprovechan del miedo de la gente para sonsacarles dinero. Como lo expresa un personaje de la ficción señalada: “Lo que quita el sueño no son los pasquines, sino el miedo a los pasquines”.

 

Esos virulentos medios de comunicación modernos, a diferencia de los estáticos pasquines clavados en las puertas de las casas, son imprevisibles agentes detonadores que pueden aniquilar reputaciones y prestigios, generar corridas financieras, acelerar procesos de quiebra y cierre de empresas, desestabilizar gobiernos, desacreditar a opositores políticos o incitar al linchamiento mediático de las personas.

 

¡Maldita la “mala hora” de caer en sus telarañas digitales!

 

Alfonso Cortez

Comunicador Social